domingo, 28 de diciembre de 2014

La fotografía

-Disculpe que la interrumpa. ¿Puede tomarme una foto? Casi muero de un colapso nervioso, no puedo creer que me estés hablando, revisé rápidamente si no te dirigías a otra persona antes de responder. El momento ha llegado.

-Claro, párate con el fondo de la ciudad, pero primero te tomo una con mi cámara, soy fotógrafa de ambientes.


Es sencillo, sólo debo aplastar un botón y se tomará la foto. Estoy ahí parada mirando cómo me sonríes y mientras tu sonrisa se congela, el viento despeina tu lacio cabello que baila sobre frente y gafas. 


Lo único que quiero es congelar el tiempo. Tomo mil fotos mentales, grabo tus lunares, tu nariz larga, medio ancha pero fina en la punta, tu boca perfectamente dibujada en labios delgados, pómulos pronunciados, mandíbula perfilada, cuello estilizado, hombros anchos. Eres lo más hermoso del paisaje y sin embargo serás aire, una imagen que desaparecerá de mi vida cuando la foto esté lista.

-¿Puedes moverte un poco hacia la izquierda? Te está haciendo sombra una columna.

Sonríes y me derrito, ¿Sabes cuántas veces vengo a esta hora sólo para ver si alguna vez reparas en mi?  A veces sólo me siento a fumar mientras te veo pasar, te he visto cambiar físicamente, haz adelgazado y perdido pelo, te he visto caminar con mujeres guapísimas y otras no tanto. Te he visto andar angustiado, mal encarado y también contento disfrutando el paisaje. Creo que una vez te vi con los ojos rojos como si hubieses llorado. Nunca me he acercado, salvo esa vez cuando se te cayeron unos papeles que llevabas dentro de un sobre ¿recuerdas? seguramente no, aproveché el momento para acercarme y te pasé una pluma montblanc que rodaba lejos de ti -en tu apuro, la estabas olvidando- me agradeciste con una sonrisa pero no me viste.

Tú eres el único lugar donde quiero estar. Me miras, sonríes para la foto y empiezo a verte desaparecer en el viento, el proceso ha empezado. Te estás volviendo aire, podré respirarte pero ya no te volveré a ver, quedarás atrapado en mi cámara, guardado en una foto para cuando te recuerde.

-¿Qué pasa?

-Te estoy volviendo inmortal, sonríe. 

Click




martes, 23 de diciembre de 2014

El ataúd

Convivo con la muerte, es una lanza que me atraviesa desde siempre. En mi pueblo nadie le teme, todos tenemos nuestro ataúd en la sala o el dormitorio como recordatorio constante que la vida es agua que se diluye. Somos un pueblo pesquero y nuestras vidas giran en torno al mar, la pesca y la familia.

Mi ataúd fue construido por mi marido antes de que entrara en el suyo para siempre. Tiene su olor. Hace poco lo mandé a pulir y arreglé el tapizado interior. Le he cosido un bello tapete de hilo beige para que luzca bonito mientras espera silente por mí en una esquina de la sala. A veces lo abro y entro, me acuesto un rato sólo para sentir el frío satén blanco del que está forrado su interior. 

-Manolo te extraño ¿sabes? pero a veces me da miedo el viaje, ¿Cómo sabré cuándo es el momento de entrar para nunca salir?

-Tranquila mujer, simplemente lo sabrás, ahora sal del ataúd antes que se te termine el aire o llegue la María de la tienda y se pegue un susto al verte acostada dentro y con la tapa cerrada. Yo estoy contigo, seguimos juntos de la mano, recuérdalo.

Cada vez me cuesta más trabajo salir, he puesto un pequeño banco para ayudarme a subir y bajar. Cuando estoy dentro todo es paz, huele a mi marido, podemos conversar, no me duelen las piernas por las várices pronunciadas que muchas veces me tienen en cama sin poder caminar de lo hinchadas que están. He criado cinco hijos y nueve nietos, ya es hora de irme, pero necesito que papaíto Dios disponga y aquí estoy, caminando hacia la playa todos los días en busca del mar, para hacerle el pedido de que me lleve.

Recuerdo cuando Manolo partió, estábamos caminando tomados de la mano por el parque y de repente volteó y me dijo que no quería hablar, no entendí a qué se refería -ahora sé que se despedía- quise aferrarme a su mano, pero se soltó bruscamente y se marchó corriendo de la vida -de mi vida-; Me quedé arrodillada en medio del parque, rodeada de mucha gente y más sola que nunca, junto a un cuerpo inerte.

Guardo el banco y salgo de casa para ir a sentarme a la playa. El aire salino me sienta bien, adoro esta hora de la tarde cuando el sol está por caer y la brisa es suave, mueve mis largos cabellos blancos, mi cara está ajada por el sol, mis manos curtidas por lavar ropa desde los trece años y mis pies tienen una capa de callo que me permite caminar descalza sin sentir dolor, pero todavía siento placer cuando hundo mis dedos en la arena o mis pies son bañados por el mar. 

El viento golpea mi rostro y seca las lágrimas que corren por mis mejillas, siempre lo voy a extrañar y reniego que no llega mi momento, que el tiempo sigue transcurriendo y yo sigo aquí, sin él. Me levanto lentamente, tengo un dolor recurrente cada vez que pienso mucho en Manolo y su partida, llego a casa, busco el banco, me cambio de ropa y luego vuelvo a subir, esta vez no voy a salir de mi ataúd hasta que la muerte me lleve. 

-¿Manolo, estás?

-Siempre

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Departamento B

Los años no pasan en vano, tengo cuarenta años y me cuesta mucho subir cinco pisos por escaleras, pero la emoción puede más que mi cansancio, además al llegar, todo estará bien.

Llego al quinto piso, giro a la derecha y avanzo por un pasillo casi a oscuras. Al fondo está el departamento B. Busco en mi cartera la llave, la introduzco en el cerrojo y entro. Basta cerrar la puerta detrás de mí para que los cambios empiecen a notarse.

Mi piel vuelve a tensarse, mi abdomen se recoge, mi pelo vuelve a estar muy corto con ligeros mechones hasta los pómulos. Las canas y arrugas desaparecen, otra vez tengo veinte años. Me saco los zapatos y empiezo a andar mientras lo llamo, Fito, Fito, ¿Estás? ¡Ya llegué!

-¡Flaca, vente a la cocina!

Es un departamento pequeño pero tiene lo necesario, un dormitorio con baño, sala-comedor con un gran ventanal hacia el río Guayas donde muchas veces nos quedamos mirando el atardecer y una pequeña cocina. Entro y lo veo, no puedo evitar sentir cómo mi corazón brinca de emoción. Alto, moreno, ojos enormes almendrados de un café miel que me derrite y una sonrisa amplia de dientes blancos y grandes; brazos poderosos, un pecho enorme al que corro y me pierdo como si fuese una niña pequeña, lo saludo con un beso en la boca y le pregunto si puedo ayudarlo a cocinar. Está preparando uno de mis platos favoritos mientras, me ofrece una copa de vino.

-No flaca, tranquila. Siéntate y cuéntame cómo vas. Es un experto cocinando y se mueve por todos lados mientras yo, tomo asiento en una silla de nuestro pequeño comedor de diario y saboreo el vino.

-Nada Fito, envejeciendo, viendo pasar mi vida, tratando de encajar y desencajando todo el tiempo. Ser madre de dos niñas con la responsabilidad social de ser su ejemplo es agotador. A veces quisiera que el tiempo pase y ya no tener que irme de aquí nunca. 

Se acerca por detrás de la silla donde estoy sentada, se acuclilla y me abraza, me susurra al oído que todo estará bien. Se levanta y sigue en sus labores culinarias. 

Voy al baño, me lavo la cara y me veo en el espejo, maravilloso limbo en el tiempo, sólo aquí vuelvo a ser joven, todo es perfecto, todo está donde lo dejé. Camino por el departamento y veo nuestra historia en mil fotos colgadas tapizando las paredes.

Está el viaje a Quito, ese fin de semana lleno de amigos, celebrando la vida y la juventud. También hay fotos de un fin de año en Salinas con toda nuestra familia. ¡oh por Dios! hasta ha colgado las fotos de la sesión de fotos que nos hicimos por algún aniversario -estaba gordísima-. 

-¡Fito, colgaste las fotos de la sesión de fotos donde me veo gorda!

-¿gorda? jajaja ridiculilla es que eres. Guapa siempre y que no se discuta que sales muy bien.

El denominador común son las sonrisas, en todas estamos abrazados y sonriendo. Odio ver que el tiempo sigue corriendo y pronto me tendré que ir.

-¡Flaca, ya está la comida, ven!

Comemos, nos reímos, recordamos amigos que estuvieron pero ya no están. 

-Fito ¿Y si alguna vez al entrar, tú ya no estás?

-Entonces se habrá terminado el tiempo, pero en este momento sí estoy, no pienses tanto en futuro, flaca. Vive ahora. Si estamos aquí, por algo será. Si pese al paso y el peso de los años, todavía podemos cruzar la puerta y volver al momento cuando lo dejamos, debemos disfrutar esta oportunidad. 

-Fito ¿Algo hay? ¿Me amas?

-No vayas por ahí flaca, es doloroso. Sabes que al salir las cosas serán diferentes.

-¿Y si cambiamos las cosas afuera?

-No se puede, tienes muchas responsabilidades y temores. Lo respeto. No entremos en ese laberinto. Nos haremos daño.

Miro el reloj para distraer la atención, odio esas respuestas. Apuro la comida y me levanto de la mesa, le digo que ya es hora, debo regresar a mi presente. Me acompaña hasta la puerta y antes de abrirla me mira. Me mira tanto que no puedo evitar pegarme a su pecho para no romper a llorar; todo se detiene, mi oreja pegada a su pecho escucha su latido al mismo ritmo que el mío, su barbilla se apoya en mi cabeza mientras un brazo me rodea hasta cubrir toda mi espalda y con el otro, me abraza mientras su mano acaricia mi cabello corto.

-A veces quisiera que lo tuvieras largo como en la actualidad, pero corto te queda muy bien también. No le respondo. El silencio nos rodea, sólo se escuchan nuestras respiraciones.

Sin soltarnos, seguimos no sé cuánto tiempo más, fundidos el uno en el otro. Hundo mi cara en su pecho y él me separa con cariño, toma mi cara entre sus manos y me mira. No necesitamos palabras.

Estar tan cerca de la puerta empieza a surgir efecto en nosotros, las arrugas empiezan a aparecer, las canas y libras de más también, nos echamos a reír y viene un último beso en los labios.

Abre la puerta y salgo, empiezo a caminar sin voltear pero sé que sigue mirándome. Casi a punto de bajar las escaleras escucho:

-¡Flaca! ¿Volverás?

Me detengo y volteo

-Siempre Fito. Siempre volveré a ti.



jueves, 27 de noviembre de 2014

Transición


La abracé tantas veces que he perdido la cuenta, la valoraba muchísimo, hasta en mis momentos más difíciles nunca atenté contra ella, siempre la cuidé y ahora, sin ningún tipo de consideración me arranca de sí, me pega un tirón y me pone a caminar -solo y a oscuras- por este camino que siempre temí andar.

La miré suplicante, creo que hasta lloré un poco, pero ella silente sólo estiró su dedo índice para indicarme el camino que ahora recorro y donde el miedo se entrelaza con rabia. Veo mi cuerpo distante, casi borroso, todo se va volviendo muy lejano.

-¿Por qué el tiempo se diluye como agua? ¿Por qué no abracé más? Tengo muchos pendientes aún. ¿Cuál será mi destino ahora? lo pienso mucho pero ya es tarde. No hay vuelta atrás, debo seguir avanzando.

De repente el camino se cierra hasta llegar a una puerta vetusta en medio de paredes despintadas, un vaho nauseabundo invade el ambiente al abrirse la puerta, trato de mirar hacia atrás pero todo ha desaparecido, sólo puedo andar hacia adelante. Cruzo la puerta.

Empiezo a caminar por un pasillo oscuro, lleno de celdas pequeñas a los costados, de entre las paredes salen raíces de árboles, miro hacia el techo y es un árbol, estoy dentro de un árbol y siento terror de llegar al final del pasillo.

-¡padre que estás en el cielo, si puedes escucharme no me abandones aquí, no es mi lugar!

Sólo silencio como respuesta, sólo silencio ensordecedor y oscuridad cegadora como única compañía, camino casi a tientas, de repente hay una sola y última puerta al final de este eterno corredor. No sé cuánto tiempo llevo andando pero estoy muy cansado. 

Me detengo un rato, tomo consciencia que al fin he llegado y detrás de esa puerta está mi destino, puede haber luz, puede haber oscuridad.


Camino lento, estiro mi mano temblorosa hasta tocar la perilla, la muevo suavemente, cierro los ojos, abro la puerta y entro.

sábado, 1 de noviembre de 2014

La visita anual

Vivo en un pueblo perdido bajo el sol, olvidado por el mundo -ni siquiera constamos en los mapas- y lo preferimos así. Somos pocos habitantes viviendo en casas separadas por miseria, soledad y tristeza. Interactuamos muy poco, sembramos nuestros propios alimentos y no tenemos muchas razones para conversar entre nosotros. En cada una de las casas, hay un familiar que se ha marchado. Unos buscando un mejor futuro salieron por caminos desconocidos y encontraron la muerte, otros por enfermedad, otros por el paso del tiempo. A todos nos falta alguien.

La particularidad de mi pueblo radica en que una vez al año pasa algo que nos tiene a todos atados a él. Una vez al año, todos los que se fueron, vuelven. Una vez al año viene "El gran bus" y trae por veinticuatro horas a todos los que se marcharon y nosotros sólo vivimos esperando ese día, que es hoy.

Este día lo preparamos desde nuestro silencio, con mucho entusiasmo dentro de lo que nuestra tristeza lo permite. Yo estoy al igual que los demás, parada esperando la llegada del bus, ya mismo son las doce de la noche. Nadie quiere perder un minuto. 

Extraño tanto a Mariela que siento cómo late mi corazón por la ansiedad de verla. Todos estamos igual, es el único día en que todos nos miramos, sonreímos, nos tomamos de la mano y nos damos aliento mientras esperamos. Hay muchas sonrisas tímidas y miradas esperanzadas por doquier.

-¡Llegó el bus!! ¡Ya empiezan a bajar, apúrese doña Rosita que el Alejando es el primero en bajar, la está buscando! se escucha a una vecina gritar.

Alejandro siempre es el primero en bajar, no me cae bien, siempre ha creído que es guapo e importante, todos mueren por él. Siempre con aires de divo hasta ahora, es un cretino, pero comprendo a Rosita, ella está sola como yo. No importa lo que fue, sólo importa que hoy está.


Veo bajar a tanta gente que hasta siento mareos, el pueblo está de fiesta, se ha preparado un desayuno para todos; este día empieza desde que ellos bajan, así esté oscuro el cielo, nuestra alegría lo ilumina todo. No veo a mi Marielita.

-¿Mami? ¿Mi mami vino? se escucha de repente.

-¡Mariela! ¡Marielitaaaa, aquí estoy vida mía!! corro empujando gente. Marielita sólo tiene cinco años, es pequeña y se pierde entre la multitud. La encuentro y la cargo, la aprieto contra mi pecho tan fuerte que ella llega a quejarse y es que realmente quisiera volver a meterla dentro de mi cuerpo y tenerla para siempre. La bajo y caminamos hacia el desayuno comunitario. Está feliz, sus grandes ojos café brillan y al sonreír, sus mejillas redondas relucen y se marcan sus pequeños hoyitos uno a cada lado de su boca. Amo con pasión a mi hija, daría mi vida por cambiar las cosas, pero no puedo, así que trato de no pensar y sólo disfrutar el momento que puedo tenerla.

Todos reímos, comemos, brindamos y hasta bailamos un poco. Ya empieza a amanecer y cada uno se dirige a sus casas para empezar a celebrar como lo hemos planeado durante un año. Llevo a mi nena a la playa cercana, ella adora meterse en el mar y jugar con los delfines, estamos perdidos en el mapa y tenemos cosas inexplicables como delfines cerca de la orilla y mariposas azules que revolotean con la naturalidad y frecuencia que podría hacerlo una mosca en un pueblo cualquiera. Nos tomamos muchas fotos, la peino con mil peinados y ella hace lo mismo conmigo. Nos pintamos las uñas y jugamos a las modelos, desfilamos por la playa. 

-¿Mami, hasta cuándo podrás recibirme y pasar conmigo? me dice en un momento que nos sentamos a ver el mar, una pegada a la otra.

-No lo sé pequeña, esperemos que mucho tiempo más. La miro y sonrío aguantando las ganas de llorar.

Nuestros parientes que vienen una vez al año no envejecen, se quedan de la misma edad con la que partieron, pero nosotros sí envejecemos, yo tengo setenta años y llevo treintaicinco recibiendo a mi niña, desde que partió por un cáncer hecho metástasis que infectó toda su sangre y terminó llevándosela, sin embargo, no sé cuánto tiempo más pueda hacerlo. Al no tener un pariente que me reciba, el día que muera, yo partiré sin regreso, el bus no me permitirá entrar y Marielita habrá perdido quien la reciba. Nos separaremos definitivamente. Ella será reubicada hacia el lugar de los niños por volver a nacer y yo, desconozco cuál será mi destino.

Ella se levanta y corre por la playa riendo feliz, de repente regresa con una flor, una astromelia, mi flor favorita.

-Toma, la traje para que te acuerdes de mi.

-Mi niña, yo jamás me olvido de ti, la flor está hermosa. La guardaré hasta el próximo año que vengas, te lo prometo.

Ya empieza a caer la tarde y mi corazón quiere llorar, el tiempo se vuelve a terminar, maldito tiempo que se diluye como agua. Estas despedidas me destrozan el alma, desgarran mi corazón y me quitan la vida, pero no hay otra forma, esta es la única manera de seguir viendo a mi niña, de tenerla, así sea un día al año.

-Nena, vamos a la casa para que te cambies de ropa y comas algo, ya mismo viene el bus.

Ya en casa, la baño, la visto con un vestido nuevo y empiezo a peinarla.

-No me quiero ir mami. Ven conmigo.

-No puedo nena, si hago algo para poder irme contigo se rompería el orden y nuestra separación sería definitiva y nos adelantaríamos. Todavía tengo fuerza, todavía creo que tenemos algunos años más. Ten paciencia, mira, te he cosido una muñeca, para que cuando la abraces, sientas mi amor.

-Mami, estás más viejita. ¿Y si el próximo año ya no te veo?

-Entonces abracémonos muy fuerte hasta que llegue el bus. 

Nos acostamos en la cama abrazadas y nos quedamos dormidas, de repente me despierto, la busco, toco la cama llamándola y veo la hora. Ya se terminó el tiempo, ya no está. 







miércoles, 22 de octubre de 2014

Las mini-yo

Soy una mujer completa, pero he tenido algunas mini-yo que he ido perdiendo en el transcurso de mi vida. Las mini-yo se parecen físicamente a mi, pero tienen desapego conmigo. Ellas deciden dónde y con quién quedarse sin importar si he roto o mantengo el vínculo con esa persona. Son pequeñas, casi imperceptibles para el ojo humano, no llegan ni al tamaño de una uña del dedo meñique. 

Empecé a darme cuenta de su existencia cuando tenía ocho años y me enamoré de mi compañero de banca, quedé perdida en sus ojos azules. Lloré mucho cuando me anunciaron que iban a cambiarme de colegio. El último día de clases sentí y vi claramente como una mini-yo, se desprendía de mi corazón y se metía en los ojos de mi compañero, desde allí me hizo de la mano y luego se mimetizó en sus ojos. Después de diez años lo volví a ver por casualidad en la calle, salimos unas cuantas veces, pero nunca llegamos a tener una relación. La mini-yo, seguía viviendo en sus ojos, nos hicimos un guiño y nos ignoramos después. Sólo yo, puedo ver a las mini-yo.

Otra ocasión muy fuerte fue cuando murió mi abuelo, muchas mini-yo, se fueron con él, les expliqué que iban a estar dentro de un ataúd, que estarían permanentemente debajo de la tierra, pero ellas no hicieron caso. Unas se pusieron cerca de su corazón para dormir eternamente junto a su pecho, otras se acurrucaron en sus manos, unas cuantas encontraron cobijo en sus ojos cerrados y las restantes decidieron cubrir toda su cabeza como un casco protector. Estaba muy triste, pero las comprendí, yo hubiera querido irme con él también, así que las despedí y las dejé irse.

Recuerdo fuertemente ya en la vida adulta cuando la mini-yo, que vivía entre mis piernas, decidió abandonarme para quedarse a vivir con el que nos había hecho feliz durante muchas horas de sexo complaciente. Él ha sido irreemplazable, recuerdo cuando llegaba a su departamento sólo con un vestido puesto, vestido que volaba por los cielos hasta que llegaba la hora de irme. Recuerdo esos encierros de seis horas, donde hacíamos breves pausas para conversar, comer algo y retomar con más fuerza las embestidas sexuales de un nivel tan poderoso como inigualable por los siguientes, una vez más, comprendí cuando esa mini-yo me abandonaba y se mimetizaba en él, en ese órgano espectacular y generoso que nos había llenado de placer muchas veces. La envidié un poco, pero la comprendí, conmigo se iba a aburrir.

También vienen a mi memoria las mini-yo que decidieron quedarse con los niños que no pude tener, los que murieron demasiado rápido, los que no llegaron a ver la luz, los que nunca pude abrazar pese a esperarlos con ansias.

He perdido tantas mini-yo que temo quedarme sola.

Hace poco perdí a una muy preciada por mi, se quedó enamorada de una boca, de una lengua y sus palabras, yo le advertí que eran palabras pájaro, que volarían tan lejos como las llevara el viento, pero no me creyó y a veces cuando lo veo hablar, puedo verla tan feliz como cuando se fue de mi. 

Todos tienen muchos o por lo menos un mini-yo, pero están tan distraídos mirando hacia afuera, que nunca notan su presencia, se han dejado llevar por la vorágine del mundo. Lastimosamente yo sólo puedo ver las mías y no puedo advertirles a los demás de las suyas. Si de repente sientes un dolor muy grande en alguna parte de tu cuerpo luego de una separación, es una mini parte de ti, separándose. 



martes, 21 de octubre de 2014

La buena esposa

Como una contorsionista lucho hasta poder subirme el cierre de este vestido negro, nunca ajustado, porque mi rolliza barriga dañaría el impacto visual, lo espero con ansias. Mantener enamorado a un hombre por más de veinte años no es tarea fácil, peor cuando el esposo es extremadamente guapo y una, bueno, una tiene su encanto, pero hay mucha competencia fuera. Paul mide metro ochenta, tiene ojos negros profundos cubiertos ligeramente por los párpados, esto le da un aire de misterio irresistible, barba espesa con ligeras canas que sólo acentúan su hermosa sonrisa llena de dientes grandes y blancos. Pese a tener cuarenta y cinco años no ha perdido ni una hebra de cabello, sigue teniendo su ondulada melena cayendo ligeramente sobre su frente y llegando hasta el borde final de sus ojos, tapando las incipientes arrugas. Es atlético por herencia genética porque su relación con el deporte se reduce a ver fútbol los domingos.

Ya estoy lista y bajo las escaleras para revisar el ambiente. Las flores le dan un cálido aroma a nuestra casa, he puesto velas desde la entrada hasta nuestro comedor, el piso de madera brilla bajo esta luz tenue. Todo es perfecto. Él ha tenido semanas muy estresantes, demasiadas reuniones que lo dejan agotado y el secreto de una buena esposa para mantener enamorado a su marido es ser comprensiva y yo lo he sido bastante.

Recuerdo hace algunos años, cuando luego de comprarle a Paul un boleto para que vaya a Miami a una exposición importante para él, en un acto de insólito atrevimiento de mi parte, llevada por una malsana curiosidad, revisé su cuenta de correo electrónico y me topé con un escandaloso intercambio de correspondencia sexual entre él y una antigua colaboradora suya que ahora vive en Miami, quien lo iba a recibir en su casa y en su cuerpo apenas él llegara. Fui comprensiva, yo estaba trabajando demasiado en esa época y no le daba toda la atención que él necesitaba. Una buena esposa siempre sabe reconocer sus errores. Además Paul me ama, por eso, apenas notó que yo había leído su correspondencia me gritó muy fuertemente por mi comportamiento, pero gracias a su profundo amor y generosidad, me perdonó y no viajó, se quedó conmigo, pero bueno, eso es pasado. Hoy ha sido un largo día. 

-Katty, ya llegué, ¿dónde estás amor?

Salgo rápido de la cocina, me rocío perfume y salgo a su encuentro, una buena esposa, siempre sale a recibir a su esposo y jamás, debe oler a especies de cocina.

-Paul, cariño, tengo la cena lista. Ya la tina está preparada para que tomes un baño y te relajes antes de comer. ¿Quieres un masaje? 

-No Katty, gracias. Ya subo a bañarme...No entiendo porque Laura no contesta el maldito teléfono, la he llamado toda la tarde desde que retiré el móvil del taller, espero que no se le ocurra empezar a mandar mensajes a esta hora. Uno de estos días todo se va a fastidiar. Mujeres, mal con ellas, peor sin ellas.

Hoy ha sido un día largo. Gracias a que soy una de las directoras de la empresa donde trabajo, puedo manejar mis tiempos, pero con lo de hoy, es momento de cambiar de ambiente. Espero que Paul esté contento con mis planes y los acepte, además, donde esté yo, estará el dinero, así que no creo que él tenga mucho que objetar.

Soy una buena esposa. Dócil y comprensiva pero no una débil mental como mi maravilloso y guapo esposo piensa, aunque es bueno que lo siga pensando. Débil mental e ingenua, Laura, pobre chica, ¿cómo pudo creer que iba a divorciarme? ¿cómo pudo aceptar venir hasta aquí a recibir las llaves de mi casa? realmente esa chica estaba enamorada de Paul, por otro lado, gracias a que yo por una "torpeza involuntaria" de mi cuerpo, dejé caer hace dos días su celular, sabía que ella no podía comunicarse hoy con él para contarle de mi cariñosa invitación de rival derrotada. Recuerdo su cara cuando le abrí la puerta y le hice un recorrido por la casa, no podía creerlo, realmente ella estaba feliz y confiada. Tampoco olvidaré su cara de niña ingenua cuando se tomó el jugo preparado con hierbas de la amazonía lleno de un veneno letal e inmediato. Linda chica. Una pena.

Una buena esposa, nunca cansa a su esposo contando aburridas historias de su trabajo, ni de sus quehaceres domésticos. La vida del esposo y su trabajo son lo más importante.

-Katty ¿Cuál es la ocasión? ¿Por qué velas? ¿Cocinaste?

-Porque estoy enamorada de ti, porque te amo y sí, cociné una carne especial de una receta nueva. Te va a encantar

Como soy vegetariana, preparé una ensalada para mi, toda la carne era sólo para él. Cenamos felices, brindamos muchas veces por nuestro amor que sigue avanzando a pesar de los años y se fortalece gracias a la confianza y el respeto que nos tenemos. Le cuento que he hablado con la compañía y me han aprobado el cambio a Argentina, como soy una esposa que vive pendiente de su marido le cuento que también he hablado con tres galerías que estarán dichosas de tenerlo como artista permanente. Primero duda, no le hace gracia la idea, pero nada más atractivo para un pintor que cambiar de ambiente. Creo que él también quiere dejar la ciudad atrás.

Salimos al patio a fumar un poco y tomar café.

-¿Vino el jardinero hoy? ¿Por qué está toda esa tierra removida?

-¡Ay precioso, me descubriste!. Soy una romántica y he querido plantar un pequeño árbol de acacia, sabes que las flores amarillas son mis favoritas.

-No entiendo cómo te das tiempo para trabajar full time, cocinar y hasta ¡plantar un árbol! todo hoy.

-Bueno, sabes que soy buena con el cuchillo...me gusta mucho cocinar y hoy, es un día especial, porque cerramos un círculo y abriremos otro en Argentina. Sólo tu y yo, como siempre. Como ha sido durante todos estos años... ¿Te gustó la carne?

-Sí, estaba particularmente buena, ¿Qué le hiciste?

-Lo que toda buena esposa debe hacer, para que su esposo siga con ella para siempre.











domingo, 19 de octubre de 2014

Dieciséis escalones

Luego de treinta años de habernos ido de ahí, por fin la casa de los abuelos se venderá. Es especial esa casa, sobre todo porque mi abuelo decidió tumbar una parte y construir lo que fue el departamento donde crecí hasta que tuve catorce años y nos fuimos a una casa grande, en un mejor barrio, según mis padres, perdido bajo el sol, según mis amigos; en todo caso, ya se vendió y hoy por un sentimentalismo con el pasado voy a dormir aquí. 

Mi departamento está mucho más pequeño de como lo recordaba, no comprendo cómo pudo caber sala, comedor, cocina, baño de visitas y hasta cuarto para la servidumbre (con baño) en un espacio tan pequeño. La necesidad hace la creatividad supongo. Subo las escaleras, dieciséis escalones, arriba todo igual, cuatro dormitorios, dos conectados por un baño y todos de cara al pasillo que se puede ver al subir las escaleras. Voy a dormir en el que fue mi dormitorio llevada por la nostalgia. He traído un pequeño colchón inflable, colcha, una almohada y algo para leer. Hablo con mis padres, les cuento que está todo en orden, las seguridades están activadas y quedamos en vernos al día siguiente para la entrega oficial de la casa al comprador, la voz de mi madre logra generar mucha ansiedad en mi cabeza, sus múltiples aprensiones me agobian.

-No entiendo para qué quieres dormir ahí, ya la casa está vendida. ¿Por qué ese apego al pasado?

-No es apego, es nostalgia mamá, sólo quiero pasar la última noche aquí y recordar una época linda de mi vida

-Tu vida es linda ahora también, no debes mirar al pasado...

-Mamá se me termina la batería del celular, nos vemos mañana, besito.

-Sí claro, el celular, besito hijita. Cuídate mucho, activa las seguridades...

-Ya te dije que todo está en orden, beso mami, voy a cerrar. chao

No espero a que termine de despedirse, realmente es agobiante. En fin, apago las luces de abajo, sólo dejo encendida la de mi habitación.

Es la una de la mañana no puedo dormir. Me asomo desde el pasillo y veo la escalera descendiendo hasta la oscuridad. Cuando era niña vivía aterrorizada por esa oscuridad llena de formas dispersas que armaban los muebles. La luz del pasillo sólo lograba iluminar hasta el décimo escalón. Lo sé, porque sólo hasta ahí me atrevía a bajar. 

-¡Qué diablos! no va a pasar nada, me digo mientras empiezo a bajar los escalones descalza, con el pantalón de pijama y una camiseta vieja. Tengo cuarenta y cuatro años, soltera por convicción y sola, hasta sentir que llegó el indicado. La luz empieza a hacerse difusa, voy llegando al décimo escalón, lo paso y aprieto los dientes, me aferro al pasamano y sigo bajando hasta que ya estoy en el último, no veo nada, sólo sombras. Me invade el mismo miedo que sentía cuando era niña, quiero virarme y subir corriendo como solía hacerlo pero no puedo. Estoy pegada al escalón dieciséis. No puedo voltearme y de repente siento que soy empujada desde la espalda, estoy pisando algo que no es mi antigua sala.

No veo nada, no logro discernir sobre qué estoy pisando, parece cemento, está frío, corre muchísimo viento y no logro distinguir ninguna forma. Logro advertir una presencia que pasa a toda velocidad frente a mi, luego otra más, es como si estuviera cruzando una calle. Avanzo, me aterra quedarme parada y que esas sombras me choquen o lo que es peor, me toquen.

Camino lento, tanteando la nada en medio de la oscuridad, las sombras pasan tan rápido que me mueven a ratos, casi no puedo respirar del miedo, siento que mi corazón va a estallar y de repente logro divisar algo.

Efectivamente, estoy cruzando una gran avenida y he llegado hasta el otro extremo, parece el portón de una casa vieja, veo una puerta de madera y corro hacia ella, tanteando, encuentro el pomo y abro la puerta, entro cerrando detrás de mi.

Todo es luz, aquí todo está demasiado iluminado, me quedo ciega por un rato, mientras espero que mis ojos se acostumbren, escucho una voz de mujer: -pase niña, la están esperando. Me tiemblan las piernas.

Sigo con la espalda pegada a la puerta y veo una habitación cuyas paredes están tapizada con dibujos de diminutas flores amarillas, del lado derecho una pequeña mesa redonda con dos sillas, a la izquierda una mini cocina tipo americana, al fondo de la habitación una anciana teje, detiene su trabajo para sonreír y señalarme el marco de una puerta tapado con una tela a modo de puerta. Tiene dedos largos y uñas enormes. Me dice nuevamente que me esperan y me hace señas que avance. -Sin miedo linda, llevan muchos años esperándola, siga. El corazón va a salirse por mi boca, tiemblo de miedo pero empiezo a caminar hasta cruzar la tela y entrar en esa nueva habitación. 

Ahora todo está en semi penumbra, al fondo un gran ventanal con cortinas de terciopelo rojo a medio cerrar, a la izquierda una cama enorme y en ella, acostado un anciano con un tubo de oxígeno en su nariz, al verme entrar levanta su esquelética mano y me indica que me acerque. Por alguna razón no tengo miedo ya.

No logro verle bien la cara, pero el sentimiento que me genera es paz, tengo ganas de abrazarlo y me siento junto a él. Toma mi mano y yo envuelvo la suya con las mías, algo está pasando, siento una comunión de amor entre nosotros, una conexión de almas, no hablamos pero escucho su voz.

-Te amo Paula, cada minuto, cada semana, cada año, estoy contigo. Nunca estás sola. 

-¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? ¿Estoy muerta?

-Todo el tiempo estoy pensando en ti, en una mirada tuya, desde un rincón del cielo.

-¿Por qué estoy sola? ¿Por qué no respondes mis preguntas?

- Somos aire, nos respiramos. Tú estás en mi y yo en ti. En algún momento, nuestros tiempos serán perfectos. Confía Paula. Sigue adelante

-Sigue adelante

-Sigue adelante

De repente un golpe muy fuerte en mi cabeza, un vértigo me marea y estoy en el décimosexto escalón, otra vez en mi antiguo departamento; termino de bajar la escalera y corro hasta el interruptor, prendo todas las luces de la sala y salgo corriendo. Detengo un taxi y me subo.

-¿A dónde la llevo  señorita?

-Sólo siga adelante, que todo quede atrás.










Algún día, alguna vez

Algún día, alguna vez, todos se irán. Algún día, todos empacarán sus maletas cargadas de sueños y yo los despediré rezando para que se cumplan todos. 

Alguna día, mi casa estará limpia en todos los rincones, ordenada y vacía, esperando con ansias que ellos regresen para llenarla nuevamente de color, ruido y vida.

Alguna día, podré caminar descalza sin enterrarme en el pie, un zapato de tacón de la Barbie, ni tendré que pasar muchos minutos buscando y analizando en la sala de televisión, cuál pudo ser esta vez, el escondite del control remoto. (El último que lo tiene, lo esconde para adelantarse a los otros y poder empezar a ver el programa de su preferencia al día siguiente)

Algún día, tendré las uñas perfectamente pintadas, ya no tendré que usar quita esmaltes para sacar la pintura de uñas pegada en el piso, luego de una sesión de peluquería casera o de jugar a la clase de pintura creativa y libre.

Algún día, podré dormir toda la noche sin que nadie me despierte para que le lleve un vaso de agua o le prepare una "tetita de leche" a las tres de la mañana.

Algún día, podré disponer de mis noches sin antes averiguar si hay una fiesta  a la que deberé llevar y recoger.

Algún día, nadie me regalará un dibujo diciéndome que me ama.

Algún día, nadie me regalará una flor del jardín junto a algo que todos dirán, es maleza y para nosotros es un mini árbol.

Algún día, nadie me dirá que sólo mis besos pueden curar el dolor de un pinchazo.

Algún día, alguna vez, todos se irán y yo tendré tanto tiempo que no sabré que hacer con él.

-Mami, ¿ya terminas de escribir? No encuentro la blusa para el pantalón que escogí para salir.

-Sí, ya subo.

Algún día, podré salir de noche, sin recibir la llamada de uno de ellos o de todos a la vez, preguntándome si ya regreso porque van a dar una película increíble y quieren verla conmigo o simplemente para decirme que no me demore porque me extrañan.

Algún día, alguna vez, podré escribir y leer todo lo que ahora dejo pendiente y busco la madrugada para poder terminar.

-Mamiii, ¿Cuando termines puedes venir para que me hagas una trenza como la de Barbie?

-Sí, ya subo

Apago todo y subo, busco la blusa para la mayor, que como siempre está colgada en su closet, pero ella está demasiado apurada por vivir y nunca repara en los detalles, luego le confirmo al otro, que ya mismo me siento junto a él para ver jugar al Barza y mientras entrelazo el pelo de la más chica, tratando de hacer una trenza francesa igualita a la de Barbie, agradezco que ese día, esa vez, aún no llega.




sábado, 23 de agosto de 2014

Mejoría de la muerte

Creo que no me quedaré al resto del concierto, el teatro está lleno y será un rollo la salida, además ya es de noche y debo tomar un bus para ir a casa. Me levanto, pido disculpas para salir de mi asiento, paso rozando piernas, un pisotón por ahí, unos "disculpe" por allá y estoy fuera. Ahh ¡qué rica noche! Corre un viento espectacular y la luna llena ilumina la noche, lo malo es que debo caminar algunas cuadras hasta la parada de bus y no se ve un alma en las calles, bueno, espero que no pase nada.

-¡mamita! ¿tan rica y tan sola? Esa frase me hiela la sangre, un hombre ha aparecido de la nada y está caminando detrás de mi, dios mío, ¿por qué me puse tacones?. Apuro el paso y este hombre lo apura también.

-¿Encima de rica eres sorda? Si caminas sola por estas calles es que estás buscando que un macho como yo te acompañe y llene tus vacíos mami. No quedarás defraudada. 

Estoy aterrorizada, empiezo a correr y él corre detrás de mí, me meto en calles sin ver, sólo corro desesperada hasta que en un portal creo reconocer a alguien.

-¡Domitilaaa!! ¡Domitilaaa! soy Florencia, Florenciaaa, ¡¡ayúdeme!!

Domitila se voltea, gracias a Dios era ella, una mujer negra, enorme en alto y ancho, primero frunce el ceño, luego me reconoce y corre a mi encuentro.

-¡Entre niña Florencia! y enfrenta a mi perseguidor -¡Fuera mina, deja de fastidiar, no asustes a mi niña! le espeta mientras con su mano gigante le da un empujón. Como perro vago se da la vuelta "El mina" pero antes lanza un escalofriante -Tranquila mami, te voy a estar esperando por aquí...

Entré y me quedé sentada en el primer escalón de la imponente escalera de madera llena de molduras. Es una casa hermosa, antigua, con piso de madera, paredes blancas y molduras en todo el techo, tenía casi veinte años sin entrar, pensé que ya nadie vivía aquí. Me levanto al ver entrar a Domitila y me lanzo a abrazarla. -gracias mi Domi, gracias, no sé que hubiese pasado si no te encontraba. 

-Ya no piense eso, no pasó nada niña, ¿qué hacía usted por aquí y sola? No me da tiempo de empezar a hablar y escucho una voz desde el piso de arriba.

-Domi, ¿cuál es el escándalo? Lo veo bajar y casi se paraliza mi corazón, no ha cambiado nada, Alejandro sigue tan hermoso como la última vez que lo vi. Su pelo castaño hasta los hombros, con ese flequillo despeinado sobre uno de sus ojos, la barba espesa que ahora pinta algunas canas mantiene ese look bohemio que me fascinaba; baja descalzo, con un jean y una camiseta blanca, de esas que algunos hombres usan como camiseta interior, él las usa para andar por casa marcando brazos definidos y el pecho al que tantas veces me abracé. Me ve y no puede disimular su sorpresa, se acerca, me sonríe y claro, los cuestionamientos son inevitables.

-¿Florencia? ¿eres tú? ¿Qué haces aquí? No es que me moleste tu presencia, en lo absoluto, es sólo que no te veo hace más de quince años y de repente estás aquí frente a mi.

Empiezo a explicar que estaba en el teatro viendo un concierto y que decidí irme más temprano para evitar las aglomeraciones propias de la salida, que empecé a andar, buscando la parada del bus hasta que me interceptó "el mina" (ahora sé cómo se llama) y que tratando de escapar di vueltas hasta que de casualidad vi a la Domitila. Les dije que yo juraba que en esa casa ya no vivía nadie desde que don Julio y doña Marianita fallecieron, les dije que estaba muy nerviosa y mareada por los últimos acontecimientos, que realmente para mi era una experiencia de lo más surrealista estar ahí con ellos, como si hubiese hecho un viaje al pasado. Con esta última frase Alejandro suelta una carcajada y otra vez sus dientes perfectos brillan en medio de esos labios carnosos, le pide a Domitila que nos preparé un té y unas empanadas de verde para pasar el susto.

La Domi se va a la cocina y nosotros subimos por la escalera imponente, de belleza antigua muy bien mantenida, hasta llegar a los salones amplios con grandes ventanales y un balcón que da hacia el jardín interior. La luz de la luna se filtra por los ventanales desde la calle, dando un ambiente de lo más acogedor a este encuentro inesperado. Alejandro tan dueño de sí mismo como siempre, sube primero para acomodar unos almohadones y lo veo caminar con ese andar de caderas basculantes que siempre me ha parecido tan sexi, nunca he vuelto a encontrar a alguien que camine igual. Él nota que lo estoy mirando y a propósito camina un poco más, me siento en uno de los muebles y le pregunto por su vida, quiero saber cómo volvió a vivir en esta casa que según yo, estaba abandonada. Alejandro hace repaso de su vida. Sigue pintando, vivía en un departamento en el centro de la ciudad pero al morir sus padres él heredó la casa y la Domitila pidió quedarse con él por lo que veinte años después, está todo como lo conocí.

-¿Y la Laurita? ¿te casaste con ella finalmente? le suelto a quemarropa la pregunta conociendo de antemano la respuesta.

-Si. responde sin más.

-Me imaginé, si hubiera seguido contigo tendríamos quince años de amantes, eres de temer, un verdadero personaje.

-Así veo, me he encontrado en algunos de tus relatos. Dice esto y sonríe maliciosamente mientras cruza una pierna y se apoya en el brazo del sillón donde eligió sentarse, justo frente a mí.

-¿Ahora si me lees? ¡qué bueno! cuando estábamos juntos nunca me leías, no leíste ni un sólo de los libros que te regalé y todas mis tarjetas de cumpleaños las botabas a la basura. 

-Si te leía, pero no con la frecuencia que tu querías. 

-No pasa  nada, no discutamos, cuéntame de Laurita. Lo último que supe de ustedes es que luego de nuestro rompimiento se hicieron novios y siendo novio de ella me pediste volver, estuvimos así unos meses hasta que se terminó todo.

- No se terminó, tú me dejaste

-Tenías novia Alejandro ¿qué podía hacer?

Se incorpora, hace una mueca, evidentemente el tema no le agrada pero a mi me importa muy poco, yo ya superé esto y de repente la vida me ha traído de regreso a este punto donde lo dejamos hace muchos años atrás. Es un diálogo pendiente.

Me cuenta que luego de que nosotros cortamos el contacto, ellos siguieron unos pocos años más y luego se casaron. Que él siguió con su pintura y exposiciones solventadas muchas veces por ella y otras tantas por mecenas aleatorios. Que a ella le fue muy bien en una transnacional y que hace un par de años le hicieron el pase a Francia, pero que él decidió quedarse acá.

-¿Y entonces? ¿tienes un matrimonio a control remoto vía skype? Suelta una carcajada, tira hacia atrás su cabeza y me explica que efectivamente todas las noches conversan vía skype y que cada mes, ella le envía un ticket para que le haga "visita conyugal", pasean por Europa y luego cada cual de regreso a sus vidas, que ella envía dinero todos los meses y paga todas las cuentas de la casa.

- Claro, no quiere perderte, aceptará cualquier condición con tal de mantenerte con ella, es que con esa altura y anchura, lo único que la Laurita levanta en Francia, será su trasero de algún brasero... 

-¡Florencia basta! no seas perversa.

-Perversa, jajaja hace mucho tiempo que no escuchaba esa palabra, no soy perversa, pero seamos realistas pues, además, deberías irte con ella, Francia es un gran lugar para un pintor como tú. En fin. Allá ustedes y su matrimonio bizarro, porque fiel no has de ser, si algo te conozco es la debilidad que tienes por las mujeres, recuerdo cuando te descubría una infidelidad y sacabas la emblemática frase "mejor mujeriego que maricón" y me hacías llorar de frustración.

Cortamos el diálogo, en parte por la interrupción de la Domitila con el té y las empanadas y en parte también porque vuelvo a sentir cosas que pensé, ya estaban olvidadas. Empezamos a conversar sobre "el mina" un vago del barrio que todos asumen inofensivo con los del lugar pero que tiene unas leyendas urbanas de temer. La Domitila propone llamar a su hijo que trabaja en las noches como taxista para que me lleve a casa. Apruebo la propuesta y quedamos en esperar que la Domi haga la gestión.

-¿Qué pasó contigo cuando me dejaste? me pregunta Alejandro con la soltura de huesos que lo caracteriza, como si la pregunta fuera de lo más obvia y creo que lo era, pero la respuesta no.

-Me interné un mes en una clínica de reposo, estuve los cuatro primeros días sedada y luego hice terapia para evitar caer en depresión. Estuve en mi loony place personal. Ahí conocí grandes personajes y algunas historias. Mi tío Pancho el doctor ¿lo recuerdas? él me lo recomendó. ¿Qué te parece?

-Uhm. ¿De ahí salió tu cuento de relatos "Desde el silencio"?

-¡Efectivamente pintor! ahora si me lees de verdad ¡eh!

Se acerca hasta donde estoy sentada y se arrodilla a mi lado, de tal forma que su cara queda a la altura de la mía, se acerca y casi en un susurro me pide que me quede a dormir. Me levanto indignada o simulando indignación, han pasado tantos años y las cosas nunca serán diferente, él casado y yo tranquila. no vale la pena.

- ¿Sabes que es la "mejoría de la muerte"? le pregunto mientras camino por el salón. Él niega con la cabeza, le explico que es un término para explicar la pseuda mejora de un paciente terminal antes de morir. Le cuento que desde la filosofía, la medicina o la religiosidad hay algunas hipótesis que hablan de ese tiempo como el momento que el paciente tiene para despedirse, prepararse para lo que se viene o tomar energía para la siguiente vida. Alejandro me mira incrédulo mientras hago mi larga explicación.

-¿Recuerdas nuestras dos últimas semanas previo a cortar la relación y el contacto?

-¡Claro! ¿Cómo olvidarlas? Volvimos a ser lo que fuimos, a todo nivel, estabas feliz Flo, radiante, no hubo reclamos, los mejores encuentros sexuales fueron en esas dos semanas, todo fluía, todas las palabras eran certeras, no hubo malos entendidos. Nunca entendí por qué luego de haber estado tan bien, decidieras dejarme.

-Esas dos semanas fueron nuestra mejoría de la muerte, nuestra relación estaba agonizando y esas dos semanas fueron la antesala a su muerte definitiva. ¿Por qué terminé? porque eres un mujeriego contumaz, porque me mentías, porque seguías con Laurita y conmigo jugando a dos bandos. Porque me utilizabas para presumir con tus amigos y usabas a Laurita para que te ayude a relacionarte socialmente, te encantaba que ella tuviera su cuenta corriente abierta a tu disposición y necesidad. Porque nunca quisiste realmente tener una vida conmigo. Porque no había coherencia entre tus palabras y tus acciones. Eres el amor de mi vida y mira que lo hablo en presente. Siempre lo serás, pero no puedo permitirte volver a entrar en mi vida. Me hiciste todo el daño que alguien puede hacerle a otro. No quiero más.

En eso entra la Domitila nuevamente, el taxi ha llegado. Alejandro me toma del brazo, me acerca y me dice en el oído que debemos seguir hablando, le aclaro que no. Todo lo que faltaba por hablar, lo acabamos de hablar. Se acerca nuevamente y me abraza esta vez, me dice al oído que todas las noches dejará una luz encendida en señal de que siempre me esperará. Le respondo que mejor espere a la Laurita o se vaya a Francia. Logro soltarme delicadamente, me despido con un beso en la mejilla de los dos, les agradezco su hospitalidad y les dejo todas mis bendiciones y buenos deseos, bajo la escalera y me marcho en el taxi.


- ¿La niña Florencia regresará?
- Lo dudo
- ¿La volvió a perder?
- Si








miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Y si muero hoy?

¿Y si muero hoy? Esa pregunta ronda mi cabeza mientras entro al baño a ver mis analgésicos, a veces el dolor es insoportable, otras llevadero, pero al tomarlas paso adormecida y no permito que el dolor suba a niveles de desesperación. Abro el frasco y meto la nariz para olerlo, es un olor a tierra, a polvo muy fuerte, casi de inmediato retiro la cara, apestan esas pastillas, en fin, son para ingerirlas y no para olerlas. Estoy cada vez más flaca, me miro en el espejo del baño apoyando mis manos en el lavabo y veo mi clavícula brotada, las costillas se empiezan a notar y es más obvio ahora que estoy con una camiseta de tirantes finos. Tengo más ojeras y han empezado a reproducirse miles de pecas por mis pómulos. El pelo que me llegaba hasta cuatro dedos bajo la tira del sostén, casi a la cintura, lo tengo corto como un chico, no me queda mal dicen, pero yo me siento fatal.

¿Y si muero hoy? vamos, en algún momento todos moriremos, nadie considera ese momento como el adecuado, todos tenemos que aceptarlo cuando llegue, pero ¿y si lo apuro? ¿Cómo reaccionaría la gente?

Mi hija, ay mi Gaby, esa flaca guapa me extrañará mucho, llorará un montón, pero no es vida para una adolescente estar lidiando con una madre enferma, le irá mejor vivir con su padre, un hombre con posibilidades económicas para llevarla de viaje a que olvide la tristeza. Un papá que se muere por ella y la llenará de amor, sólo debo confiar que dejará de salir con mujeres cuyas talla de sostén son mayor que sus IQ. En fin, él es un hombre inteligente, priorizará a la Gaby y me odiará un poco más, dirá que hasta en eso le dejé todo el trabajo a él. Mi Gaby, si me encuentra dormida pensará que no sufrí, que Dios me llevó y esa paz le dará paz. Dicen que los niños superan mejor una orfandad que un divorcio, mi hija tendría las dos experiencias, con el divorcio le fue muy mal, amaba demasiado a su padre y separarse de él casi la mata, bajó quince libras en todo el proceso legal y todavía llora cuando terminan sus fin de semana junto a él.

Mis padres, mi madre me lo agradecerá en secreto, luego de la muerte de la abuela se quedó sin una razón para que todos la compadezcan y reafirmen lo buena y abnegada mujer que es. La muerte de una hija la devolverá al centro de atención de sus amistades y parientes. Mi padre quedará devastado.

Mis amigas, ay mis amigas, un grupo de ellas harán cadenas eternas y tortuosas de oraciones para la salvación de mi alma, ya que tomé por mano propia la decisión exclusiva del "creador" de ponerle una fecha final a mis días. Otro grupo se encargará de recordar mis buenas acciones (las que hice y las que ellas asumen que iba a hacer) y nunca faltará ese pequeño grupo de amigas del colegio que dirán entre susurros con toda la insidia que las caracteriza que ellas no están sorprendidas, que desde el colegio yo tenía "un tornillo suelto".

Ah, pero mis ex son tema interesante. Particularmente tres. El primero se pondrá muy triste, volverá sus ojos a la iglesia y se arrepentirá de no haber tenido el valor de quedarse conmigo cuando tuvo la oportunidad. El segundo inevitablemente tendrá que dejar de contar historias de encuentros fortuitos, encuentros que sólo se dan en su imaginación ya que hace más de veinte años que no nos damos ni un beso volado, pero él disfruta contando estas historias como si fueran actuales y ha encontrado un grupo de idiotas que las creen y las reproducen. El tercero, en el fondo me lo agradecerá, estamos ya en ese final de la relación, cuando no quedan más que reclamos, explicaciones y de repente un encuentro sexual que no mejora nada. Él considerará de lo más conveniente mi partida, así se evitará seguir escuchando sobre un compromiso que nunca estuvo dispuesto a darme y podrá quedar como un príncipe, diciéndole a todos cuánto me amaba (aunque no me lo demostraba hace mucho tiempo) y lo próximo que estaba a proponerme una vida juntos. já!

Los demás seres me da igual lo que piensen o les suceda con mi partida. 

Me siento un rato en el piso, este análisis me ha dado un mareo terrible. Qué rápido se genera vida y qué rápido puede irse. Cortázar decía "La esperanza le pertenece a la vida, es la vida misma defendiéndose", pero yo ya no tengo esperanza. No tengo vida defendiéndose en mí. Tengo muerte galopando, chupándome, quitándome minutos. Me incorporo y abro el grifo de agua para llenar el vaso con el que usualmente me enjuago los dientes luego de lavarlos, mientras el vaso se llena abro el frasco y una última vez ¿Y si muero hoy?

-Ma! ya llegué, se cancelaron los exámenes por un rollo con los profesores, ¿dónde estás? Gaby entra a nuestro diminuto departamento, puedo escuchar cómo deja su mochila sobre el sofá y avanza hasta entrar en mi dormitorio. 

-Gaby, estoy en el baño. Tiemblo, ella no debería estar aquí tan temprano.

-¿Cómo te has sentido? ¿Ha habido dolor? Hoy no sabes, he estado pensando harto en tí ¿sabes? ¿Ya sales del baño? Te voy a preparar una ensalada con quinua, me han dado la receta y dicen que es muy buena para subir las defensas. 

- Si hija, ya salgo, dale, adelanta la ensalada. Cierro el grifo y el frasco, los giros de las causalidades. Hoy no fue. 


¿Y si muero mañana?







viernes, 18 de julio de 2014

No pasa nada

-¿Hasta cuándo vas a aguantar sus insultos? ¡por favor mamá! ¿Hasta cuándo lloras? La voz de Claudia la hizo tener un viaje al pasado y se encontró presenciando la misma escena. Volvió a tener diez años, doce, catorce, quince, toda su juventud y el inicio de su vida adulta escuchando lo mismo. Gritos y vejaciones provenientes de su padre a su madre. Su madre en silencio aguantando toda la descarga sin protestar, de repente llorando, pero siempre sin contestar. Volvió a sentir la rabia e impotencia de no poder decir nada porque una hija debe respetar a su padre, porque luego de la descarga al acudir a su madre ella siempre decía: "no pasa nada" "ya luego hablo con tu padre, ¿qué voy a hacer? si grito se armará un problema mayor, hay que dejar pasar, que se calme. Luego todo estará bien". Su madre siempre repetía que Raúl era un buen esposo, un buen padre, un hombre amoroso fruto de una vida familiar conflictiva, que había que comprenderlo y amarlo así. Le recordaba los buenos momentos y le repetía que no hay motivo lo suficientemente válido para romper un matrimonio. Magdalena recordó las veces que odió a su padre con toda su alma, que juró a si misma nunca casarse, vivir sola sin hijos, haciendo cualquier cosa pero sola. Repasó sus miles de planes de vivir fuera de la ciudad para alejarse de los gritos, de la constante negativa frente a cualquiera de sus proyectos, se aburrió de ser igual que lo que la rodeaba y decidió ser rebelde, lo que encrudecía la relación con su padre y hacía sufrir a su madre. 

De repente en este viaje por el pasado, Magdalena recordó a Enrique, el novio de quien se enamoró, lo amó hasta el delirio de idealizarlo. Llegó a su vida por esas causalidades de la vida, se conocieron en un concierto, amigos en común hicieron el contacto y luego no hubo quien los pudiera separar. Tenían afinidad musical e intelectual, mucha química sexual y reían todo el tiempo. Al inicio él componía poemas para ella y ella empezó a cambiar sus planes. Todo empezó a girar en torno a lo que él quería, en el momento que lo pidiera y entonces los tiempos cambiaron; las piezas se empezaron a mover muy rápido y de repente Enrique ya no tenía tiempo. Había empezado un nuevo trabajo, sus prioridades estaban cambiando y Magdalena no lo comprendía, resentía su ausencia, reclamaba y empezaron las peleas. Ella quería más tiempo, él tenía otras prioridades. Ella quería formalizar su relación, él quería librarse de un compromiso. Lo quería sólo para ella y él no podía darle eso.

El tono de las discusiones fue subiendo con el tiempo. Se volvió un ciclo de sufrimiento, mientras ella más lo buscaba, él se alejaba más, encontraba otras personas con quien compartir lo que antes compartía con Magdalena y el respeto se fue diluyendo. Poco a poco ella fue perdiendo autoestima y en las peleas, cuando reclamaba, ahora él la insultaba, se burlaba de que era una niña "muy cuidada" que no tenía libertad, que él no podía lidiar con eso. Le reclamaba su poca comprensión frente al mundo que se abría para él y que no estaba dispuesto a perder por ella. Magdalena se sentía impotente, sin argumentos, terminaba aceptando lo que el decía. Recordaba  los consejos de su madre de esperar que todo pase y hablar. Pero luego de la tormenta, cuando lo buscaba para hablar y explicar cuánto sufría por su actitud, cuánto dolía que él dejara de escribirle por dos semanas y que la ignore pese a que ella siempre estaba ahí para él, cuando le explicaba cuánto le afectaban sus insultos, recibía contestaciones como "Tú sabes los temas que me enojan, ¿para qué los tocas?" "Tú buscas que me ponga así" o la más dolorosa "yo te quiero, pero..." 

Fueron años durísimos, no tenía paz en casa ni fuera de ella. No podía cambiar a su padre, pero sí podía terminar con Enrique y pese a todo pronóstico, lo hizo. Utilizó los mismos recursos que él, empezó a alejarse en silencio, primero unos días hasta que Enrique reaccionaba y se ponía cariñoso, se veían en alguna plaza, caminaban un poco, se besaban mucho pero ya el corazón de Magdalena estaba roto, ya no había regreso. Poco a poco sin que Enrique lo notara, ella tomó distancia y silencio irreversible. Fue lo más duro de su vida dejarlo, pero era necesario, estaba rota por dentro.

Recordó también cuando conoció a Alfredo, blanquísimo con pelo negro, parecía el príncipe de los cuentos de hadas. Tuvieron un noviazgo fugaz y se casaron. Al poco rato llegó Claudia, una hermosa bebé que creció viendo a su madre llorar porque su padre al enojarse rompía todo a su paso, no golpeaba a su madre, pero la insultaba, la trataba de tonta, de niña inútil. Magdalena recuerda una discusión dentro de una habitación en la que estaban instalando una computadora e impresora y había muchas fundas llenas de cables, recuerda haber discutido, pero olvida el motivo, lo que nunca olvidará fue que al darle la espalda, Alfredo lanzó contra sus piernas algunas de las fundas llenas de cables. Sus piernas casi se doblan con el impacto, durante algunas semanas tuvo que llevar pantalones para esconder los moretones producto de la arremetida, obviamente luego de eso vino una lluvia de disculpas, de llanto, besos, abrazos y promesas de controlar el mal genio. "No pasa nada, todo estará bien" decía Alfredo. 

Pero nada está bien, ahora mismo está ella sentada en el piso del baño llorando por la vida que tiene, pagando el precio porque "no hay un motivo suficientemente válido para terminar un matrimonio".

-¡Respóndeme mamá! ¿Hasta cuándo vas a llorar? ¿Cuándo le vas a decir que si quiere insultar se vaya a gritarle a la tumba de su madre, pero que a ti no te vuelve a gritar? Tengo catorce años y me aterroriza a veces, salir y pensar que al volver papá te pudo haber pegado o algo peor. Esto no es vida ni para ti ni para mi. Magdalena por primera vez la ve, por primera vez logra ver en los ojos de su hija, sus propios ojos. Siente un puñal que la ahoga, ella está repitiendo la historia, está basándose en teorías estúpidas inculcadas por su madre, teorías que sólo la lastimaron. No puede hablar, la fuerza de Claudia la tiene perpleja, la mira desde el piso y hace el ademán de levantarse. Claudia le extiende la mano y la ayuda a levantarse. Todavía es una mujer delgada, sus facciones todavía guardan algo de la belleza de antaño pero sus ojos están apagados, la determinación de su hija y ese viaje al pasado la tienen mareada.

-Claudia, déjame pensar un rato, déjame dormir. Sólo te pido que no te vayas, quédate conmigo un rato, en silencio. Habla mientras camina hasta la cama y se acuesta, da una palmada a la cama junto a ella invitando a su hija a acostarse junto a ella. Claudia accede y ahí están un par de horas en las que Magdalena duerme y su cara tiene paz, la comisura de sus labios simulan una leve sonrisa y Claudia vela todo el tiempo mientras acaricia el cabello de su madre.

Al llegar Alfredo por la noche encuentra una nota.

"Violencia no es sólo un puño contra un pómulo, no es sólo romper huesos. Violencia también es un silencio ensordecedor que revienta el interior de quien lo recibe, por la fuerza indiferente con la que se entrega. Violencia es no respetar la libertad del otro, es humillar y burlarse por temor. Sentirte en soledad estando en compañía es la peor violencia contra la felicidad personal y es nuestro derecho buscarla. 

Claudia se vino conmigo, no te abandono, me abandono a ser feliz. Me estoy regalando la oportunidad de volar. Te agradezco los buenos tiempos, te ofrezco que muy pronto tendrás noticias de nuestro paradero y te pido que respetes mi decisión. 

Magdalena"





viernes, 4 de julio de 2014

12 de Julio

Ya mismo es doce de julio. Luego de veintiocho años me sigo acordando de ese día. Estaba almorzando en casa de una tía con mi prima, recuerdo un souflé de brócoli delicioso repleto de queso como me gusta. Era un día extraño, lo percibí desde que me despertó mi mamá de lo más nerviosa y me llevó a pasar el día en casa de tía Claudia, me la pasaba genial allí pero algo raro sucedía ese día. Recuerdo haber estado, cuchara en mano a punto de meterme en la boca una dosis extra grande de helado de chocolate con chocolate derretido, cuando escuchamos el timbre de la puerta, era mi mamá completamente vestida de negro, bajé la cuchara, no había necesidad de palabras. Fue el día que falleciste, moriste, te fuiste.

Igual tuve que pasar por el desagradable momento de aguantar las condolencias de mi tía, mi mamá destrozada y mi prima llorando como si fuera su abuelo y no el mío el que acabara de morir. Insistí en ir al velatorio, tenía once años, quería ir. Fui y me acerqué a verte, estabas sonreído, contento, estabas en paz y eso me tranquilizó.

Durante muchos años estaba obsesionada con esa fecha, cuando trabajé en el centro siempre al salir del trabajo te iba a visitar al cementerio, me sentaba a lado de tu tumba y te contaba mi vida, nunca fumaba frente a ti porque sabía que te molestaría. A veces te pedía consejos, otras veces sólo lloraba hasta que comprendí y acepté que no estabas ahí. En ese sepulcro sólo había huesos, uñas, restos de pelo y gusanos. Tú vives en el aire, en las cosas que hago y en los recuerdos que tengo de ti. ¿Sabes que cada vez que hago un círculo me acuerdo de ti? ¿Recuerdas esa tarde que fui a tu casa bravísima porque nadie podía ayudarme con un deber de geografía? Tú primero te reíste de verme tan pequeña y con ese genio, me abrazaste y me preguntaste cuál era el motivo de mi contrariedad, te expliqué que tenía que dibujar los planetas en el sistema solar y todos los sucres eran del mismo tamaño, mi idea es que mercurio sea más pequeño y la tierra más grande, saturno con sus grandes anillos no podía verse igual que marte, por ejemplo; Entonces sacaste un compás de esos hechos con metal a los que había que meterles la pluma en un extremo de las patitas y luego asegurarlo bajando un ganchito. Yo pensaba en lo ingenioso de ese artefacto cuando frente a mí, empezaste a hacer miles de círculos de muchos tamaños, fue lo  mejor de mi tarde, no sólo que me ayudaste con el deber sino que me regalaste el compás para que nunca vuelva a estar triste por círculos. 

Siempre fue una ventaja vivir en una casa a lado de la tuya y conectados por un pasillo interior. Tu y yo siempre estuvimos conectados por un pasillo emocional también. ¿Te acuerdas cuándo mi papá se enojaba conmigo? Obvio, yo salía disparada de mi casa en mar de llanto, salía por mi cocina, caminaba diez pasos y entraba a tu casa por la cocina también, empezaba a llamarte desesperada hasta que salías a mi encuentro. Nunca preguntabas qué había hecho, ni por qué me habían castigado, para ti todo castigo era injusto y estaba equivocado todo lo que me imputaban, yo era tu nieta favorita, la primera, la única que te sacaba una sonrisa sólo con cruzar la puerta.

Hoy recién me entero de algunos detalles, no sabía que en 1985 mientras yo estaba en Riobamba de vacaciones, tu habías decidido hacerte un examen del corazón porque te cansabas al subir las escaleras y que de ese examen salió una mancha negra en tu pulmón izquierdo. Ahora sé que visitaste al doctor Nevárez quien te dijo que era cáncer maligno y te operó. Todo bien teóricamente, luego de exámenes posteriores el diagnóstico fue que el vestigio de tumor que no pudieron sacar se había "encapsulado" que todo estaba bien y no hacía falta que recibas rayos ni quimioterapia. ¿terrible verdad? Ahora lo sé. A los diez años mi mundo era muy pequeño aún. 

Pasó el resto del año sin mayor novedad, estaba en quinto grado en un colegio de monjas que a fuerza empezaba a gustarme, ya tenía algunas amigas y mi vida era bastante aburrida para ser sinceros. Cuando llegó 1986 estaba feliz, iba a estar en sexto grado y sería de las "grandes" de primaria. Pintaba para buen año. Entramos a clases en mayo y tú sabes cómo me gustaba empezar clases, el olor a libros nuevos, el uniforme planchado y unos centímetros más alta que el año anterior. 

De repente empecé a visitarte menos, tu siempre en pijama, ya no ibas al laboratorio, no salías casi nunca y tosías muy seguido. No podía contarte mucho porque al hablar en seguida tosías y me angustiaba que te falte el aire o algo así. A mediados de junio mi mamá tuvo la genial idea de ponernos dos semanas en bus y fueron las peores dos semanas de mi vida. Apachurrada, aguantando los olores y sudores de otras quince niñas al menos y no en lo buses escolares amarillos y con asiento en fila como son ahora. Era una camioneta adaptada. Al balde le habían incorporado un techo de metal, ubicaron dos bancas largas con el asiento largo en los extremos, para que las niñas nos sentáramos. HORRIBLE. Estoy segura que si hubieras estado al tanto no lo hubieras aprobado jamás, pero tú estabas en la clínica y por eso mi mamá no podía ir a recogerme. Después de esas dos semanas seguí yendo a verte pero me decía mi mamá que tu salud no estaba bien. Ahora averigüé que el cáncer se había extendido y que cuando fuiste a hacer un chequeo por tos recurrente, te diagnosticaron metástasis. Los vestigios encapsulados habían escapado y ahora te recorrían sin ningún control.

Más de la mitad de mi vida la he pasado sin ti, a veces me confundo y no sé si tenías ojos azules con el centro verde o verdes con rayos azules, pero de tu sonrisa no me olvido. No olvido cuando me escondía detrás de la puerta principal de tu casa para asustarte apenas cruzaras y siempre te asusté. Ponías tu mano derecha sobre el corazón, arqueabas tu espalda y echabas tu cabeza hacía atrás con una sonrisa y luego me decías "¡hija, que susto, casi me da un infarto, qué bien escondida que estabas!"

En mi vida adulta algunas veces busqué a un hombre parecido a ti, pero cesé la búsqueda cuando comprendí que nadie es como tú. Recuerdo haberte acompañado a recoger a mi abuela a casa de alguna amiga, nos hacía esperar horas y llegaba sin pedir disculpas al menos, yo me enojaba por su descortesía y tu reías, tu siempre reías. Decías que la vida es linda, que siempre hay un árbol donde pararse cuando hay mucho sol y que toda tristeza se cura con helado. Dejé de tomar helado el día que te fuiste.

Son veintiocho años y todavía a ratos, quisiera ir a verte, sentarme a lado tuyo en el sofá y abrazarte. Quisiera haber ido más veces, creo que te quedé debiendo besos y abrazos. Hay otros momentos en que me enojo, ¿cómo pudiste ser tan irresponsable? Trabajabas en un laboratorio clínico, lidiabas y respirabas líquidos fuertes todo el día, ¿por qué no usabas mascarilla? Tus pulmones no aguantaron ese ritmo y el cáncer los invadió. "Eran otros tiempos" me dicen, "no se tomaban tantas precauciones como ahora". Suena válido, pero me enoja y al enojarme y reclamarte puedo verte sonreído, burlándote de mi ceño fruncido y diciéndome "tan bonita y ¿brava?, no señor, así no se puede".

Mientras hago limpieza y veo fotos viejas, pienso que viviste una vida feliz, que te casaste con la mujer de quien te enamoraste. Reíste siempre e hiciste feliz a quienes te rodearon, sin importar quienes sean. Eso lo noté el día de tu entierro. Estaba sentada pensando en nada y llegó una mujer pequeñita encorvada, por su vestimenta deduje que tenía una sencilla posición económica. Ella muy cautelosa como si no quisiera que nadie notara su presencia se acercó donde mi abuela, le dijo que tu siempre habías ido a su casa a revisar a su mamá sin importarte la distancia, el lugar y el hecho de que ellas no pudieran pagarte honorarios. Nos contó que te pagaba con gallinas que a su vez tú regalabas a la maternidad a alguna familia que veías más desprotegida. Estaba ahí para agradecerte aunque ya no te podía ver. Le regaló a mi abuela una funda con huevos de gallina criolla y dijo que eran de la gallina que iba ser regalo para el "doctorcito", así te llamaban muchos aunque eras clínico laboratorista realmente. Luego se acercó a tu féretro, te hizo una bendición por encima del vidrio que te cubría, se santiguó y se fue.

Termino de arreglar mis cajones, guardo los recuerdos y salgo a caminar para respirar aire fresco, voy a buscar ese árbol que me de sombra y de repente este doce de julio, me tome un helado.