viernes, 23 de enero de 2015

Sorda

No escucho nada, pero ya no me duele la herida y me he acostumbrado. Hace unos años decidí cortarme las orejas y quedarme sorda voluntariamente.

Cuando era muy pequeña mi madre murió y lo único que me dejó en herencia fue un cofre donde estaban unos ojos hermosos. Ella los había utilizado a lo largo de su matrimonio para poder sobrellevar las amantes infinitas y aleatorias de papá, con estos ojos -me dijo- serás feliz. Si el hombre que amas te empieza a engañar, sólo te los pones y no verás más que su hermosa sonrisa, podrás creer en sus lágrimas y te perderás feliz entre sus brazos. Hazlo -determinó- es la única forma de ser feliz.

Era muy chica y lo creí, durante muchos años en mi vida adulta los utilicé y efectivamente todo iba bien, creí que era feliz hasta que un día pude verme en el espejo, tenía unas ojeras enormes, los músculos que sostenían mis ojos, dentro de la cavidad ocular, se habían estirado tanto que me daban una expresión triste. Estaba agotada de tanto sacar y poner ojos; Había olvidado cómo lucía mi cara, mi cuerpo, había dejado de verme, por verlo. Estaba aterrorizada con la imagen que me devolvía el espejo así que frente a situaciones extremas, decisiones extremas: ¡Corté mis orejas!

Fui a la cocina, afilé el cuchillo, primero corté de un tajo las orejas, luego introduje la punta del cuchillo en la hornilla y una vez que el fuego puso roja la punta, penetré los orificios que quedaban en los espacios de mis antiguas orejas. El fuego y el cuchillo me liberaron de la forma más dolorosa que encontré, pero es que soy extremista y ninguna solución tibia me hubiera curado. Caí desmayada del dolor, recuerdo que al despertar sentí una paz que desconocía que existía. La felicidad absoluta empezó a invadirme y cuando llegó mi marido, pude ver claramente su sonrisa falsa, los besos de traición regados por su cara, cuello y boca; Por primera vez pude ver en sus manos los cuerpos dibujados y recorridos de otras mujeres, pero cuando él abrió la boca para explicar, ya no pude escuchar nada. Mis ojos se encargaron de llenarme de valentía, fortaleciendo mi alma y matando los vestigios de amor de un corazón que venía sufriendo desde hace muchos años.

Una tarde iba caminando en medio de árboles con flores amarillas que al bailar al ritmo del viento, iban lanzando sus colores a mi paso, caminé mucho hasta llegar al puente donde usualmente iba a contemplar el río, de repente apareció un hombre que tenía las cuencas de los ojos vacías, llevaba una caja en sus manos y tanteaba el piso con un bastón. Se paró a mi lado, abrió la caja y volteó su contenido; Eran dos grandes ojos que primero rebotaron un poco en el agua y finalmente fueron tragados por la fuerza del río. 

Me di cuenta que no soy la única de medidas radicales. La vida es demasiado corta para permitirte un "¿Qué hubiera pasado si...?" Hay que tomar riesgos. 

Ahora en mi nueva vida silenciosa soy libre y feliz; Sólo creo lo que veo, huelo, aquello que puedo tocar y saborear. Las palabras son pájaros que vuelan a mi alrededor en silencio. Mi madre estaba equivocada, no hay que cambiar de ojos, hay que dejar de escuchar.



miércoles, 21 de enero de 2015

La puerta roja

Me levanté con un dolor de cabeza espantoso, pero tenía el libro. Me puse a andar nuevamente, el corazón latía tan duro que sentía que iba a salir de mi pecho. Recorrí las calles tratando de recordar por dónde había estado, no pude dar con el zaguán ni con la puerta roja, ni con él. Lo intenté al día siguiente, la semana siguiente, el mes siguiente, los años siguientes.

Alguna vez, algún día -hace mucho tiempo atrás- caminaba sin rumbo, fumaba un cigarrillo mientras pensaba en el futuro, había perdido el empleo en un diario local, tenía cuentas que pagar y nada tenía sentido. Decidí caminar por el centro, perderme entre edificios nuevos y patrimoniales, disfrutar la regeneración urbana entre la degeneración humana; Me detuve frente al río para sentir su brisa penetrar en cada poro de mi cuerpo, mientras despeinaba mi cabello y su olor agrio invadía mis pulmones. Hasta ahí todo bien.

Seguí caminando, quería perderme, quería que la ciudad me tragara; No recuerdo la calle por la que andaba cuando de repente, me llamó la atención un callejón estrecho que terminaba en un zaguán oscuro. No tenía nada que perder, así que me metí por ese callejón, avancé hasta el fondo cuando la luz empezaba a desaparecer; Al entrar olía mucho a humedad, sólo había una escalera con escalones de piedra, las paredes eran bloques de piedra irregular, empecé a subir y la escalera viró a la derecha, no sé cuántos escalones subí ni por qué seguí haciéndolo pese a que el clima se empezó a volver frío, escaseaba la luz, pero algo me empujaba a seguir, fue entonces cuando me topé con ella. 

Una puerta roja, brillante y pulida con una llave puesta en el cerrojo. Giré la llave, abrí la puerta y entré. Era un jardín iluminado, lleno de ruinas donde el cielo era el único techo; Aquí el sol brillaba sin quemar, sin nubes pero con brisa, había un árbol enorme de grandes ramas lleno de flores amarillas, volaban miles de pájaros azules y había libros, libros por doquier, sobre piedras, tirados en el piso, haciendo pequeños cerros con ellos. El piso era césped verde, bien cuidado y cuando me percaté del césped, noté que estaba descalza y con una especie de manta cubriendo mi desnudez, me mareé y desmayé.

Al despertar me asusté, estaba acostada en una cama de libros, dentro de una habitación en ruinas, pero lo que me asustó más, es que no estaba sola. Él estaba ahí, un hombre delgado y blanco -blanquísimo como espuma del mar- tan concentrado en su lectura que preferí no moverme para verlo un poco más; Tenía pelo castaño, un poco largo para mi gusto, ojos negros, nariz recta y una boca de labios finos que mantenía en una mueca constante -seguramente por el contenido de su libro-, tendría tal vez unos cuarenta y ocho años, no era joven pero tenía algo de niño. 

Mientras lo miraba él dejó el libro, me sonrió y se acercó. Me senté en la cama y se sentó a mi lado.

-Encontraste el camino, te he esperado desde siempre.

-¿Me esperabas? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

-Haces muchas preguntas, a veces es bueno el silencio. Se levantó y empezó a andar, yo sólo pude seguirlo, quería estar con él, apresuré el paso y caminamos dentro del laberinto en ruinas sin hablar. Olía de manera especial, no a un perfume, era su olor natural que provocaba estar cerca de esa fragancia, decidió detenerse frente a un librero enorme repleto de libros de muchos tamaños y colores, tomó uno. 

-Lee para mi, me dijo mientras me extendía un pequeño libro de tapa dura, se veía muy antiguo.

Lo abrí con cuidado y lo único escrito en todas las páginas era: "Nada es casualidad. Todo tiene un momento y hay un momento para todo. Haz que pase" ¿Qué significa esto? le pregunté confundida.

-Eso, tú sola debes averiguarlo, yo siempre estaré aquí. Creo que ya debes volver.

Sentí un mareo espantoso con ganas de vomitar incluido, el mundo se fue a negro. Lo siguiente que escuché fue una voz extraña mientras la cabeza me latía como si fuese a reventar. 

-Señorita, se ha quedado dormida

-¿Dónde estoy?

-En el malecón señorita, no puede dormir aquí.

Desde ese día hasta ahora, sigo subiendo cada escalera que veo. Sigo buscando mi puerta roja, sigo esperando la causalidad que me regrese al lugar donde se quedaron mis preguntas y su olor.