domingo, 28 de diciembre de 2014

La fotografía

-Disculpe que la interrumpa. ¿Puede tomarme una foto? Casi muero de un colapso nervioso, no puedo creer que me estés hablando, revisé rápidamente si no te dirigías a otra persona antes de responder. El momento ha llegado.

-Claro, párate con el fondo de la ciudad, pero primero te tomo una con mi cámara, soy fotógrafa de ambientes.


Es sencillo, sólo debo aplastar un botón y se tomará la foto. Estoy ahí parada mirando cómo me sonríes y mientras tu sonrisa se congela, el viento despeina tu lacio cabello que baila sobre frente y gafas. 


Lo único que quiero es congelar el tiempo. Tomo mil fotos mentales, grabo tus lunares, tu nariz larga, medio ancha pero fina en la punta, tu boca perfectamente dibujada en labios delgados, pómulos pronunciados, mandíbula perfilada, cuello estilizado, hombros anchos. Eres lo más hermoso del paisaje y sin embargo serás aire, una imagen que desaparecerá de mi vida cuando la foto esté lista.

-¿Puedes moverte un poco hacia la izquierda? Te está haciendo sombra una columna.

Sonríes y me derrito, ¿Sabes cuántas veces vengo a esta hora sólo para ver si alguna vez reparas en mi?  A veces sólo me siento a fumar mientras te veo pasar, te he visto cambiar físicamente, haz adelgazado y perdido pelo, te he visto caminar con mujeres guapísimas y otras no tanto. Te he visto andar angustiado, mal encarado y también contento disfrutando el paisaje. Creo que una vez te vi con los ojos rojos como si hubieses llorado. Nunca me he acercado, salvo esa vez cuando se te cayeron unos papeles que llevabas dentro de un sobre ¿recuerdas? seguramente no, aproveché el momento para acercarme y te pasé una pluma montblanc que rodaba lejos de ti -en tu apuro, la estabas olvidando- me agradeciste con una sonrisa pero no me viste.

Tú eres el único lugar donde quiero estar. Me miras, sonríes para la foto y empiezo a verte desaparecer en el viento, el proceso ha empezado. Te estás volviendo aire, podré respirarte pero ya no te volveré a ver, quedarás atrapado en mi cámara, guardado en una foto para cuando te recuerde.

-¿Qué pasa?

-Te estoy volviendo inmortal, sonríe. 

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martes, 23 de diciembre de 2014

El ataúd

Convivo con la muerte, es una lanza que me atraviesa desde siempre. En mi pueblo nadie le teme, todos tenemos nuestro ataúd en la sala o el dormitorio como recordatorio constante que la vida es agua que se diluye. Somos un pueblo pesquero y nuestras vidas giran en torno al mar, la pesca y la familia.

Mi ataúd fue construido por mi marido antes de que entrara en el suyo para siempre. Tiene su olor. Hace poco lo mandé a pulir y arreglé el tapizado interior. Le he cosido un bello tapete de hilo beige para que luzca bonito mientras espera silente por mí en una esquina de la sala. A veces lo abro y entro, me acuesto un rato sólo para sentir el frío satén blanco del que está forrado su interior. 

-Manolo te extraño ¿sabes? pero a veces me da miedo el viaje, ¿Cómo sabré cuándo es el momento de entrar para nunca salir?

-Tranquila mujer, simplemente lo sabrás, ahora sal del ataúd antes que se te termine el aire o llegue la María de la tienda y se pegue un susto al verte acostada dentro y con la tapa cerrada. Yo estoy contigo, seguimos juntos de la mano, recuérdalo.

Cada vez me cuesta más trabajo salir, he puesto un pequeño banco para ayudarme a subir y bajar. Cuando estoy dentro todo es paz, huele a mi marido, podemos conversar, no me duelen las piernas por las várices pronunciadas que muchas veces me tienen en cama sin poder caminar de lo hinchadas que están. He criado cinco hijos y nueve nietos, ya es hora de irme, pero necesito que papaíto Dios disponga y aquí estoy, caminando hacia la playa todos los días en busca del mar, para hacerle el pedido de que me lleve.

Recuerdo cuando Manolo partió, estábamos caminando tomados de la mano por el parque y de repente volteó y me dijo que no quería hablar, no entendí a qué se refería -ahora sé que se despedía- quise aferrarme a su mano, pero se soltó bruscamente y se marchó corriendo de la vida -de mi vida-; Me quedé arrodillada en medio del parque, rodeada de mucha gente y más sola que nunca, junto a un cuerpo inerte.

Guardo el banco y salgo de casa para ir a sentarme a la playa. El aire salino me sienta bien, adoro esta hora de la tarde cuando el sol está por caer y la brisa es suave, mueve mis largos cabellos blancos, mi cara está ajada por el sol, mis manos curtidas por lavar ropa desde los trece años y mis pies tienen una capa de callo que me permite caminar descalza sin sentir dolor, pero todavía siento placer cuando hundo mis dedos en la arena o mis pies son bañados por el mar. 

El viento golpea mi rostro y seca las lágrimas que corren por mis mejillas, siempre lo voy a extrañar y reniego que no llega mi momento, que el tiempo sigue transcurriendo y yo sigo aquí, sin él. Me levanto lentamente, tengo un dolor recurrente cada vez que pienso mucho en Manolo y su partida, llego a casa, busco el banco, me cambio de ropa y luego vuelvo a subir, esta vez no voy a salir de mi ataúd hasta que la muerte me lleve. 

-¿Manolo, estás?

-Siempre

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Departamento B

Los años no pasan en vano, tengo cuarenta años y me cuesta mucho subir cinco pisos por escaleras, pero la emoción puede más que mi cansancio, además al llegar, todo estará bien.

Llego al quinto piso, giro a la derecha y avanzo por un pasillo casi a oscuras. Al fondo está el departamento B. Busco en mi cartera la llave, la introduzco en el cerrojo y entro. Basta cerrar la puerta detrás de mí para que los cambios empiecen a notarse.

Mi piel vuelve a tensarse, mi abdomen se recoge, mi pelo vuelve a estar muy corto con ligeros mechones hasta los pómulos. Las canas y arrugas desaparecen, otra vez tengo veinte años. Me saco los zapatos y empiezo a andar mientras lo llamo, Fito, Fito, ¿Estás? ¡Ya llegué!

-¡Flaca, vente a la cocina!

Es un departamento pequeño pero tiene lo necesario, un dormitorio con baño, sala-comedor con un gran ventanal hacia el río Guayas donde muchas veces nos quedamos mirando el atardecer y una pequeña cocina. Entro y lo veo, no puedo evitar sentir cómo mi corazón brinca de emoción. Alto, moreno, ojos enormes almendrados de un café miel que me derrite y una sonrisa amplia de dientes blancos y grandes; brazos poderosos, un pecho enorme al que corro y me pierdo como si fuese una niña pequeña, lo saludo con un beso en la boca y le pregunto si puedo ayudarlo a cocinar. Está preparando uno de mis platos favoritos mientras, me ofrece una copa de vino.

-No flaca, tranquila. Siéntate y cuéntame cómo vas. Es un experto cocinando y se mueve por todos lados mientras yo, tomo asiento en una silla de nuestro pequeño comedor de diario y saboreo el vino.

-Nada Fito, envejeciendo, viendo pasar mi vida, tratando de encajar y desencajando todo el tiempo. Ser madre de dos niñas con la responsabilidad social de ser su ejemplo es agotador. A veces quisiera que el tiempo pase y ya no tener que irme de aquí nunca. 

Se acerca por detrás de la silla donde estoy sentada, se acuclilla y me abraza, me susurra al oído que todo estará bien. Se levanta y sigue en sus labores culinarias. 

Voy al baño, me lavo la cara y me veo en el espejo, maravilloso limbo en el tiempo, sólo aquí vuelvo a ser joven, todo es perfecto, todo está donde lo dejé. Camino por el departamento y veo nuestra historia en mil fotos colgadas tapizando las paredes.

Está el viaje a Quito, ese fin de semana lleno de amigos, celebrando la vida y la juventud. También hay fotos de un fin de año en Salinas con toda nuestra familia. ¡oh por Dios! hasta ha colgado las fotos de la sesión de fotos que nos hicimos por algún aniversario -estaba gordísima-. 

-¡Fito, colgaste las fotos de la sesión de fotos donde me veo gorda!

-¿gorda? jajaja ridiculilla es que eres. Guapa siempre y que no se discuta que sales muy bien.

El denominador común son las sonrisas, en todas estamos abrazados y sonriendo. Odio ver que el tiempo sigue corriendo y pronto me tendré que ir.

-¡Flaca, ya está la comida, ven!

Comemos, nos reímos, recordamos amigos que estuvieron pero ya no están. 

-Fito ¿Y si alguna vez al entrar, tú ya no estás?

-Entonces se habrá terminado el tiempo, pero en este momento sí estoy, no pienses tanto en futuro, flaca. Vive ahora. Si estamos aquí, por algo será. Si pese al paso y el peso de los años, todavía podemos cruzar la puerta y volver al momento cuando lo dejamos, debemos disfrutar esta oportunidad. 

-Fito ¿Algo hay? ¿Me amas?

-No vayas por ahí flaca, es doloroso. Sabes que al salir las cosas serán diferentes.

-¿Y si cambiamos las cosas afuera?

-No se puede, tienes muchas responsabilidades y temores. Lo respeto. No entremos en ese laberinto. Nos haremos daño.

Miro el reloj para distraer la atención, odio esas respuestas. Apuro la comida y me levanto de la mesa, le digo que ya es hora, debo regresar a mi presente. Me acompaña hasta la puerta y antes de abrirla me mira. Me mira tanto que no puedo evitar pegarme a su pecho para no romper a llorar; todo se detiene, mi oreja pegada a su pecho escucha su latido al mismo ritmo que el mío, su barbilla se apoya en mi cabeza mientras un brazo me rodea hasta cubrir toda mi espalda y con el otro, me abraza mientras su mano acaricia mi cabello corto.

-A veces quisiera que lo tuvieras largo como en la actualidad, pero corto te queda muy bien también. No le respondo. El silencio nos rodea, sólo se escuchan nuestras respiraciones.

Sin soltarnos, seguimos no sé cuánto tiempo más, fundidos el uno en el otro. Hundo mi cara en su pecho y él me separa con cariño, toma mi cara entre sus manos y me mira. No necesitamos palabras.

Estar tan cerca de la puerta empieza a surgir efecto en nosotros, las arrugas empiezan a aparecer, las canas y libras de más también, nos echamos a reír y viene un último beso en los labios.

Abre la puerta y salgo, empiezo a caminar sin voltear pero sé que sigue mirándome. Casi a punto de bajar las escaleras escucho:

-¡Flaca! ¿Volverás?

Me detengo y volteo

-Siempre Fito. Siempre volveré a ti.