sábado, 30 de enero de 2016

Buen viaje

¿Qué queda cuando termina la vida? Me lo pregunto mientras te veo metido en esa caja. Un mechón rizado sobre tu frente, tus labios carnosos siguen rosados gracias al maquillaje mortuorio, tus manos entrelazadas como si rezaras, aunque odiabas los templos y no comulgabas con ninguna religión; tus pómulos pronunciados producto del paso del tiempo, finalmente, tus ojos cerrados con pestañas en nueve pequeños grupos de pelos ralos y caídos que a duras penas, tocan tu apergaminada piel, sellando para siempre tu visión del mundo. 

Ya de nuestro amor no quedaba nada, sólo viejas fotos recordándonos que hubo momentos donde pudimos sonreír juntos. Libros que alguna vez compartimos, o fueron regalos de la época en que invertíamos tiempo el uno en el otro. Escucho canciones de nuestra época feliz y sólo siento ganas de llorar. Todo había muerto mucho antes de que dejaras de respirar.

¿Qué pasó? No lo sé. Llegué hasta a odiarte, quería que murieras, y hoy, mientras te miro metido ahí, no siento nada. Miento. Tal vez, si vaya a extrañarte, no lo sé. Dicen que la soledad es peor que el desamor, me tocará averiguarlo. 

No le avise a nadie de tu muerte. No quiero que me consuelen, no estoy triste, o si lo estoy, no lo he notado, no tengo claro qué siento realmente ahora mismo, pero estoy segura de que no quiero recibir besos de propios, extraños y fingir, ya pasé demasiados años fingiendo.

¿Puedo recordar el momento en que todo terminó entre nosotros? No, fue un cúmulo de pequeños gestos; ausencia paulatina de abrazos, diálogos monótonos, ojos esquivos frente a un "te amo", mientras se farfullaba un "yo también" para salir del paso, alivio cuando te marchabas y angustia cuando querías sexo. 

Camino por esta sala vacía y mis pasos retumban. Un empleado me pregunta si quiero café, si tendrás misa y si quiero atrasar tu entierro, respondo: No. Ya no me asusta esa palabra, desde que te fuiste, la digo sin temor. He perdido el miedo. Está encerrado contigo y se hundirá muchos metros bajo tierra, en pocos minutos.

¿Me provoca besarte por última vez? Sí. Mi estómago se aprieta, puedo todavía sentir tu olor, pese a los químicos que te han metido en el cuerpo, pienso que está todo bien. Me doy fuerza, cierro los ojos y poso mis labios sobre los tuyos que están helados, me retiro rápido. El contacto con la muerte me da repelús. 

Entran cuatro hombres a cargar tu féretro, para llevarte "a tu última morada" que frase tan estúpida, pienso. La última morada no existe, siempre viviremos en la memoria de la gente que nos odió o amó. Yo sentí las dos cosas, así que imagino que por un tiempo vivirás en mis recuerdos, aunque sin dolor, hasta que poco a poco, logre olvidarte.

¿Por qué te odié? porque me odié. No pude ser valiente, dejé que llevaras las riendas de mi vida sin rebelarme, me quise morir mil veces antes de seguir contigo, pero no pude dejarte, ni matarme. Quienes me rodeaban repetían que tenía suerte de tenerte, sin embargo, yo quería cambiar mi suerte todos los días. Envejecí a tu lado como "Dios manda", pero una vez cumplido el mandato, estoy insatisfecha, vieja y sola.

Sentada en una silla que han traído especialmente para mí, observo como cavan la tierra, un trabajo que imagino es tan mecánico y rutinario como fue mi vida contigo. Todos estamos en silencio, no hay nada que comentar. Empiezan a bajar el ataúd, me preguntan si quiero lanzar algo para que haga compañía en "tu viaje". 

¿Si pudiera cambiar el pasado, lo haría? No lo sé, maldita melancolía que empieza a hacerme tambalear. Supongo que no todo fue malo. Recuerdo tus flores -mis astromelias- constantes en nuestra vida. Me gustaba cuando me abrazabas en la mañana y aunque nunca agradecí tu paciencia, siempre aprecié que también cumplieras tu parte, permaneciendo siempre a mi lado. Aprieto mis manos contra el regazo y no encuentro fuerzas para levantarme. Voy a tener la soledad que siempre quise, pero ahora, no sé que haré con ella. Después de tantos años, ya no había amor, sin embargo, quedaba la amabilidad que volvía agradable la vida. Al final ya no te odiaba, me acostumbré a vivir sin mariposas en la panza, y había renunciado a una vida diferente. 

Creo que vuelvo a odiarte, esta vez, por dejarme ahora que estoy vieja, y no podré volver a empezar. Siguen insistiendo sobre aquello que debo depositar junto a ti, estoy un poco mareada. Respiro profundo, me incorporo, doy unos pasos y lanzo mi anillo de bodas.

Buen viaje