miércoles, 2 de diciembre de 2015

Demonio y pesadilla

No puedo estar tranquila, tengo casi un mes sin bajar. Doy mil vueltas y pienso en lo bien que he estado, la tranquilidad con la que ahora duermo, he empezado a ganar peso y hasta mi sonrisa ha regresado; bajar es un despropósito, tumbaría todo lo ganado, sería volver a empezar y cada vez es más difícil. Miro en el espejo la cicatriz de mi cuello como recuerdo de alguna vez que no debí bajar y bajé, pero me traiciono y digo que no se puede disfrutar del cielo sin visitar de vez en cuando, el infierno. ¡Ah que diablos, voy a hacerlo!

Me pongo zapatos, un jean, ato mi cabello con una cinta y empiezo a bajar por una estrecha escalera, la luz va desapareciendo hasta envolverme en penumbra, sigo descendiendo hasta que mis ojos se acostumbran a esa oscuridad y llego.

El piso es tierra y aserrín, el olor nauseabundo, entre sudor y excremento me hace tener arcadas. Lo escucho gruñir y el sonido me lleva hacia donde está encerrado tras rejas de metal; es enorme, un gran demonio con apariencia entre felino y humano, dientes afilados, patas de uñas gruesas, pero nada como sus alas, gigantes alas negras que se extienden con toda la furia de sus bufidos tratando de volar, mientras sus ojos se clavan en mí.

Ahí estamos uno frente al otro, yo en mi pequeñez tratando de lucir fuerte y sostener su mirada intensa, mientras él, camina sin quitarme los ojos de encima. Puedo percibir su olor, cierro los ojos y me acerco. Sus garras atraviesan los barrotes y toman mi cuello, siento cómo lo aprieta hasta que comienza a faltarme el aire, pero no me quejo, no abro los ojos, no quiero mirar; se enfurece, me suelta con toda la fuerza que otorga la ira, haciéndome caer sobre unas cajas, noto que mi brazo ha empezado a sangrar, le doy la espalda y empiezo a llorar, me duele muchísimo.

Lo escucho gemir, remecer con violencia su prisión y volteo un poco la cara para verlo y como siempre, me aterroriza, es un demonio gigante en dos patas, con las alas extendidas, tiene grandes colmillos que brillan en la oscuridad y los fierros que nos separan parecen ceder frente a la fuerza de sus brazos en un intento desesperado por salir. Sus ojos inyectados me miran, y no sé qué hacer, sigo sentada en el piso, la herida sigue botando mucha sangre.

Me incorporo y cojeando un poco por el golpe, vuelvo a acercarme, él se calma, no se mueve, ni resopla, sólo me mira. Le enseño la herida y la sangre, se arrodilla, acerca su trompa peluda, puedo ver sus ojos pequeños y negros acercarse también, abre su boca, cierro los ojos y a través de los barrotes siento su lengua chupar mi sangre tan delicadamente que me acerco un poco más, no se detiene hasta que mi brazo está nuevamente bien. La herida está curada y saco el brazo de su boca.

Nos quedamos un rato así, muy cerca sin hacer sonidos. Él me enseña una de sus patas, tiene un corte supurando, recuerdo que eso es obra mía de la última vez, cuando le clavé un puñal para alejarlo; ahora soy yo la que acerco mi boca hasta chupar toda su pus, es desagradable, pero siento su alivio y continúo hasta notar que la herida está limpia, entonces desato la cinta de mi cabello y la utilizo para vendar su lesión.

No puedo decir que sonrió, ni que hizo un gesto de agradecimiento, porque no sucedió. Sólo se incorporó, bajó las alas, caminó hacia el otro extremo de la celda y se sentó dándome la espalda. Le había traído comida, así que se la acomodé como pude junto a un plato de agua y me dispuse a subir. Antes de poner un pie en el escalón de regreso, volteé a verlo. Estoy segura de que me miraba de reojo, casi podría asegurar que vi correr una lágrima, pero cuando hice el ademán de volver a él, se giró totalmente de espaldas a mí y empezó a gruñir. Suspiré, me encogí de hombros y empecé a subir, una vez más. Tengo que dejarlo ir -me lo repito mientras subo-, pero no sé cómo ni cuándo. Demonio y pesadilla, sin embargo, nos pertenecemos; somos parte el uno, del otro.  









martes, 24 de noviembre de 2015

Mariposas amarillas

-Mami, ya despiértate. Es tarde, apúrate que voy a preparar el desayuno, levántate por favor. No quiero regresar y verte acostada en la cama. Cruzo el cuarto, abro las cortinas y bajo a preparar un café. Ella ni se mueve.

Recuerdo las veces en que la historia era al revés; soy hija única y mi papá nunca estuvo. Todas las mañanas ella llegaba a mi dormitorio, se metía en la cama, me abrazaba, me ponía la pierna encima y llenaba de besos mi cara. Yo renegaba, me quejaba, suplicaba por unos minutos más y muchas veces me quedé dormida apenas ella salía, entonces volvía enojada gritando que nos hacíamos tarde y de un brinco salía de la cama y me arreglaba para ir al colegio.

Mi mamá era deportista, trabajaba, leía, parecía que tenía mil actividades y sin embargo, yo era el centro de su mundo. Siempre le reclamé que no me prestaba suficiente atención, pero era mi temor a perderla. Nunca tuvo novios y si alguna vez algún audaz se atrevía, se encontraba con mi mala cara, berrinche y  un drama tan exagerado, que terminaban siempre espantados. Fui muy egoísta, hoy hubiera preferido que ella comparta su vida con alguien que la pueda cuidar mejor, con quien pueda caminar tomada de la mano por el malecón y no pase tanto tiempo sola.

Está envejecida, su pelo está totalmente cano, tiene un problema con la visión y ya no puede leer, debo leerle, aunque no siempre tengo tiempo. Se rompió la cadera hace unos años y su vida deportiva terminó, pero como ella no es de rendirse, a las cinco de la tarde abraza su bastón y se va a pasear por el malecón, donde luego de su caminata vespertina, se sienta a contemplar el río por horas. No sé cuál de sus sueños se quedó sin cumplir, pero sospecho que algo le faltó para ser feliz, aunque nunca lo quiso decir. Ella me entregó su vida, ahora yo la cuido.

-Mamá, no te escucho bajar. ¡Apresúrate, el doctor hizo una cita especial por tratarse de ti!

Con los años se ha puesto muy engreída, es como una niña chica, se parece a mí, cuando tenía diez años. Bebo rápido el café y decido no leer el diario. Ya veo que será una de esas mañanas en que me tocará lidiar con su pereza y berrinche. Todavía la recuerdo luchando con mi pelo para hacerme una trenza francesa antes de ir al colegio. A veces no descansaba bien porque yo me introducía en su cama de madrugada para sentir su olor y poder dormir, siempre necesité estar muy pegada a ella.

Cuando era niña y hasta casi terminar la adolescencia ella planchaba mi uniforme, hasta la descubrí alguna vez betunando mis zapatos, pese a que le insistía que no era necesario. Mi mamá no usaba cremas ni se maquillaba, pero me llevaba cada quince días a la peluquería para que mis uñas y pelo estén impecables; heredé su cara, lo dicen todos. Somos muy parecidas y es mi orgullo, además sé que viéndome en el espejo, siempre la podré ver a ella.

Mientras recojo todo, una mariposa amarilla pasa por delante de mí, no puede ser, debo haber olvidado cerrar la ventana ¡que vaina, quién sabe cuántos bichos ya se habrán metido! Subo con su taza de café y paso a revisar las ventanas, pero todo está bien cerrado, aunque ahora veo otra mariposa en el descanso de la escalera ¿Por dónde estarán entrando? En fin, sigo subiendo, hoy debemos ir al médico para el chequeo semanal, su enfermedad cada vez se extiende más y a veces los dolores son insoportables. 

Voy a decirle que desayune en la cama para que después se ponga el vestido rojo; le sienta precioso y la pone de buen humor porque asegura que se la ve delgada de rojo. Tiene setenta años, pero le sigue pareciendo importante verse atlética como cuando era joven, no discuto, no tiene sentido explicarle que es imposible, pero como es su único tema de vanidad, le hago caso a sus pedidos de comidas especiales y porción de proteína en la noche.

-Mami, te subí el café, dime que ya te bañaste

Entro a su habitación y sigue arropada. Me acuesto a su lado para empiernarla y al abrazarla, salen cientos de mariposas amarillas hasta vaciar por completo su vestido y llenar la habitación. 

Revivo las veces cuando ella decía que nunca iba a abandonarme, prometió que siempre iba a tener la certeza de su compañía aún después de muerta, y desde esa mañana, las mariposas siempre me acompañan. Revolotean por la casa y me rodean cuando salgo a la calle. He descubierto a unas pocas en la banca del malecón donde mi mamá solía estar y casi todas se quedan sobre su cama hasta las diez de la mañana.











martes, 17 de noviembre de 2015

Huir para volver

Al regresar a casa solía quedarme horas viendo fotos, a pesar de la tecnología, prefiero las imágenes en físico, tengo fotos polaroid en conciertos o parques, ellas tienen la magia de captar el verdadero momento, eso que consigues gracias a que no hay la oportunidad de revisar antes, como se hace con las cámaras digitales. Cuento con un amplio resumen gráfico de mi vida junto a él, pero ya no está, no existe más. 

A veces, cuando despertaba por el frío que su ausencia había dejado en mi cama, me levantaba y me ponía una de sus camisas para sentir su olor y poder volver a dormir. Todavía lo extraño, me hace falta la caminata matutina tomados de la mano, él siempre quería que yo acelere el paso para que sea ejercicio, pero yo lo disminuía a propósito, para disfrutar su mano apretando la mía y extender la plática solucionando el mundo desde nuestra óptica. Me invitaba a almorzar a diferentes lugares porque no le gustaba que me ponga muy delgada, creo que hoy se enfadaría, he perdido tantos kilos que ya ni los cuento. 

Me pasé años discutiendo en las noches; para dormir, prefiero silencio y oscuridad, pero él insistía en leer hasta la madrugada, ahora dejo una lámpara encendida para sentir que de alguna manera está ahí, entre sus letras e historias que a veces leía en voz alta, cuando alguna frase lo impresionaba o simplemente creía que podría gustarme. 

Recuerdo todas las veces que me llamó para ver juntos una película y me enojé porque había "tantas cosas que hacer", pero él prefería pasar una tarde completa frente al televisor o metido en el cine; hoy me arrepiento, ya no hay nada que hacer, pero no tengo con quien acurrucarme en el sofá, por eso vendí el televisor y no he vuelto a ir al cine, no creo que vuelva.

No quería botar nada, todo estaba donde él lo había dejado. Sus palabras colgadas en el ambiente, su risa rebotando constantemente en las paredes, sus promesas tapizando las puertas y su mirada en cada ventana. A veces, su presencia era como una pesadilla de la que no lograba levantarme.

La muerte es el destino al que todos nos dirigimos, pero cuando él se fue, perdí mi norte. Recién en ese momento descubrí lo dependiente que era, empecé a salir todas las tardes a dar una vuelta buscando una señal, algo que me dijera que aún había vida para mí y fue así, caminando y llorando, cuando decidí dejar el país. Analicé ofertas por el departamento, pagué a una corredora de bienes raíces quien se encargó de todo y hoy, mis maletas ya están viajando y yo tomo el vuelo de las cinco. 

Estoy esperando a la nueva dueña para darle las llaves e irme. "Huir para poder volver a ser la que fui", me lo repito constantemente cuando siento que las fuerzas me abandonan; cuando quiero arrepentirme, enroscarme dentro de mi cama, abrazar su ropa y sentir su olor una última vez, pero me obligo a tener valentía y mantener la decisión de seguir. En el departamento dejé todo; sus recuerdos, mis lágrimas y nuestra vida juntos. 

Miro por última vez la que fue mi calle estos últimos años, un bello camino estrecho de piedras antiguas, con casas de balcones pequeños, donde las flores cuelgan dándole color al lugar. Es momento de volver a empezar y crear un nuevo registro gráfico.

Sonrío y me tomo una foto. 
 


martes, 10 de noviembre de 2015

La imagen

Hoy, mientras tomaba café y hojeaba los diarios, vi tu imagen. Han pasado tantas lágrimas desde la última vez que nos vimos en persona, que acerqué el papel para escrutar tu aspecto, pero fue imposible. Es una estampa de la ciudad en la que apareces caminando distraído en medio de más personas. Tienes una mirada perdida en algún punto que no sale en la fotografía. 

De repente recordé las risas, los paseos, abrazos y los "te amo" con su respectivos "yo también" que sonaban a eternidad, pero no duraron nada. No puedo separar tu imagen en blanco y negro de mis ojos, mis manos no quieren soltar... te, hasta que regresan también, las razones por las que hice maletas y cerré puertas detrás de mí.

Me levanto, camino descalza por el departamento hasta detenerme frente al espejo de mi dormitorio, de pie en un vestido de tirantes, el pelo largo revuelto, noto en mi rostro las huellas del paso del tiempo. Me quedo un rato así, en silencio, mirándome con el diario en la mano y los ojos cansados.

Antes, no lograba quedarme en un lugar mucho tiempo, siempre estaba huyendo, lo hacía sin querer. Pensé que contigo podría quedarme, quisiera haberte dicho que lo intenté, contarte lo mucho que lo deseaba, recordarte cuánto lloré, callé, las veces que hablé y traté de hacer que me escucharas, pero me quedé sin voz y tú, perdiste el oído. Me rendí, decidí no decirte nada y dejarte ir. Ahora llevo algún tiempo aquí, estoy tranquila, todas las mañanas leo mucho y las tardes salgo a caminar por la ciudad. Me hace feliz el viento en la cara y he dejado atrás mis ganas de escapar.

Regreso a la mesita donde me esperan el resto de los diarios y mi café; este es mi lugar favorito: está justo a lado de una gran ventana donde entra mucha luz y puedo ver el río. Lo primero que hago antes de sentarme es reintegrar con cuidado la parte del diario donde apareces; te miro por última vez, me siento, respiro hondo, doy un sorbo a mi café y paso la página.





miércoles, 4 de noviembre de 2015

Dicotomías

Nunca recuerdo cómo llegué ni quién abrió la puerta, pero ahí estoy. Lo único que tengo claro es que mi presencia es absolutamente esperada y lícita, pero no puedo evitar la sensación de angustia que genera el estar en casa de mi ex amante.

Empiezo a caminar por la sala de paredes blancas con muebles del mismo color y piso de madera, me fijo en las fotos; hay por doquier imágenes de ellos, de ella con los niños o de él riendo, todos siempre ríen y recuerdo cuando él también reía conmigo, pero eran risas ahogadas, que quedaban muriendo sin luz, dentro de la habitación de algún hotelucho. Risas que se apagaban al abandonar el lugar.

Avanzo un poco más y me llama la atención un jardín interior con grandes plantas, tienen un árbol de mango y muchas orquídeas, veo una escultura extravagante de madera y creo que el gusto de ella es un poco cuestionable pero al fin y al cabo, lo eligió a él y en su momento yo también, así que prefiero evitar sentenciarla.

Sigo caminando hasta llegar al comedor, un lugar lleno de luz en tonalidades ocre, con una gran lámpara de cristal y muchos cuadros de pintores desconocidos y otros muy famosos. Todo es impecable, el piso de madera contrasta con las cortinas blancas que dejan entrever un patio adornado con antorchas, el ambiente tiene una fragancia que no logro reconocer, pero es muy agradable y acogedora, me detengo un rato a disfrutar la suave música de fondo. Pienso en todas las conversaciones sobre sus carencias económicas de niño e imagino lo feliz que debe estar ahora, rodeado de tantas comodidades. Continúo con mi escrutinio visual hasta que finalmente lo veo sentado al final de una gran mesa y rodeado de muchos invitados. Se levanta con todos los ademanes propios de un amable anfitrión; está más bello de lo que recordaba, lleva puesto una chaqueta ajustada que denota su figura bien cuidada y esculpida, si pienso mucho tiempo en su espalda y brazos, todavía recorre un escalofrío por todo mi cuerpo. Me toma por el codo y me lleva a un puesto cercano al suyo donde la tengo a ella frente a mí.

Por alguna razón no me incomoda la situación y disfruto una velada agradable, no recuerdo qué sirven ni de qué hablamos, pero recuerdo risas entrelazadas en una despreocupada alegría.

Tengo lagunas mentales. Lo siguiente que recuerdo es encontrarme a solas con ella en el patio ubicado sobre una colina. Es enorme, tiene césped, cancha de fútbol y una piscina con jacuzzi; es extraño –y se lo comento- que de un lado se pueda apreciar la belleza de la ciudad y en el otro extremo hay una carretera vieja donde algunas volquetas siguen transitando, generando mucho polvo y ruido.

-La vida y sus contrastes, es su respuesta, y prefiero no seguir charlando sobre el tema. No sé si ella esté al tanto de mi paso por la vida de él, asumo que sí, pero no quiero preguntar.

Ella empieza a hablar de dolencias físicas, me confiesa una enfermedad que la agobia; no entiendo sus razones para una intimidad que me resulta repelente e irritante. Por un momento mientras habla y se queja, siento tanta lástima que quiero abrazarla, me despierta un profundo sentimiento de amor y ternura, la encuentro tan desvalida pese a ser una mujer alta y gruesa; la imagino llorando todas las noches que él inventaba un coctel para encontrarse conmigo, pero intuyo que el contacto físico es inapropiado, considerando que durante muchos años a quien abracé fue a su marido.

La sigo escuchando en silencio, trato de hacerla sentir mejor con un par de chistes sobre médicos y enfermeras, pero es aquí cuando todo se vuelve una neblina llena de imágenes que no logro ordenar ni entender. Me despierto sudando y jadeando, este sueño recurrente me persigue desde que terminé esa relación. Sé que debe tener un significado, pero no logro encontrarlo aún.


Con todo el ruido que he armado, mi esposa se despierta, me abraza y susurra que todo está bien. Cierro los ojos, me aprisiono a su cuerpo y trato de volver a dormir mientras ella me acuna y besa mi frente. Las noches son complicadas para mí, vivo atrapado en un laberinto de pesadillas y dicotomías.


martes, 22 de septiembre de 2015

Gatitos

Llegó la hora. Estoy vestido y listo, no tengo apuro en verla, pero sí, mucha curiosidad.

Estaba esperándome -se nota- abrió muy rápido la puerta apenas toqué el timbre. Me hace pasar y un escalofrío recorre mi espalda, tres gatos empiezan a dar vueltas entre mis piernas, casi tropiezo y ella los espanta. Su mirada se desfigura por un instante y luego regresa a mirarme con cierta dulzura que en su cara me repele. Camino lento entre paredes despintadas que muestran manchas de humedad y hongos dando un aire lúgubre y frío. Pese a ser las cuatro de la tarde no entra bien la luz y todo está envuelto en una mediana oscuridad, no hay cuadros, floreros o algún vestigio de alegría.

Martha es fea. Así, sin más. Tiene el pelo cortísimo y asimétrico gracias a su obsesión por cortarlo ella misma. Su nariz es larga, delgada y afilada en una punta que siempre apunta al suelo, sus ojos grandes, parecen platos donde se sirve locura y soledad.

Vive en la esquina de mi casa y detesto pasar por ahí. Su casa expele un olor a guardado que se lo siente desde la acera, tiene horribles cortinas amarillas con grandes flores rojas que salen por las ventanas bailando sus colores cuando sopla mucho viento.

Hay algo en ella que me molesta, no sé si su fealdad, el olor desagradable que su casa y ella expelen, o los gatos. Miles de gatos maullando todo el tiempo. No sé de dónde saca tantos. El otro día me ofreció unos cachorros, pero la imagen de ternura y fealdad contrastada, fue demasiado para mí, rechacé la oferta y seguí.

Creo que me espera constantemente, ayer me invitó a tomar café porque quiere entregarme unas cortinas que en algún momento le dije que compraría para ayudarla económicamente, el barrio entero sabe de su pobreza y deudas desde que murió su hija. Detesto la idea, pero no pude rehusarme. Es decir, no quise, tenía curiosidad por entrar a esta extraña casa.

De pie en su cocina trato de ser amable, pero no tengo ganas de quedarme; hay casas que invitan a estar, otras a huir, la de Martha es del segundo grupo. Pregunto por las cortinas para apurar el tema y poder irme, pero al entregarlas, me invita a tomar asiento y beber el café caliente que ha preparado. No quiero conversar con ella, pero ahí está, sentada con un vestido que tiene una ligera abertura la cual deja ver sus piernas, son bonitas, no pensé que Martha tendría algo bonito, pero lo tiene, son sus piernas. Bien torneadas y firmes, distraigo mi mirada, pero encuentro sus ojos, ella notó mi análisis y aparentemente no le molestó. Me ubico frente a ella en la mesa y empiezo a beber.

-Gracias Martha, las cortinas están muy bien y el café también. ¿Qué es ese sabor amargo que queda al final?

-Veneno

-¿Qué?

-Lo que escuchaste: Veneno; y su boca hace una mueca parecida a la sonrisa mientras su cuerpo se acerca, apoya el codo sobre la mesa y su cabeza en la mano para mirarme fijamente; ella está disfrutando el momento, se nota.

Empiezo a sentir que el estómago se aprieta y mis piernas empiezan a entumecerse, suelto la taza y trato de pararme, no puedo. Trato de gritar, pero es imposible.

-Tranquilo, no pongas resistencia o sufrirás más. El veneno se activa con la adrenalina y ataca el sistema nervioso.

- ¿Estás loca? ¿Por qué Martha, por qué? Se incorpora, de repente está seria y erguida.

-Me sorprende tu pregunta. ¿Pensaste que nunca descubriría que fuiste tú, el que atropelló borracho a mi niña? ¿Creíste que nunca encontraría al cobarde que luego de atropellarla, ni siquiera se bajó a ayudarla? ¿Sabías que María no murió inmediatamente? Si te hubieras bajado, ella estaría viva.

-Martha…

Siento que soy arrastrado, no puedo moverme y veo con dificultad, pero sigo lúcido. Me lleva hacia una habitación muy oscura; escucho maullidos, ruidos furtivos, algo se mueve muy rápido, casi no puedo respirar. De repente, escucho la voz de Martha casi en un susurro, antes de que cierre la puerta.

-Gatitos, les traje su comida. Buen provecho

jueves, 10 de septiembre de 2015

La espera

Sigo sentado frente al río, en la misma banca diagonal al puesto de helados. Tú sabes cual es, donde queda y sobre todo, sabes que te sigo esperando.

Desde ese día sigo viniendo todas las tardes a las cinco y me quedo hasta que es lo suficientemente de noche para saber que no vendrás. Traigo el mismo sombrero que te gustaba tanto y el libro que me regalaste, lo he leído y releído mil veces ¿Sabes que ya he aprendido el número de las páginas donde están las frases que quiero decirte? pero tú no llegas para poder contártelo en persona.

He empezado a escribir, me dijeron que era una buena terapia para poder soltar los sentimientos. Pregunté cómo me puedo quitar tu olor de la piel, pero me dijeron que empiece por los sentimientos. Tengo un cuaderno bonito, es pequeño, estaba con descuento en la librería donde solíamos ir. 

Jueves
Hoy he desayunado leche de soya, me supo a diablos, pero el médico dice que es la única sin perjuicio para mi salud. Mi colesterol sigue aumentando como los impuestos de este país. 

Me cuesta escribir, a veces me siento ridículo, pero creo que pensar en lo que escribiré me mantiene distraído y hago el esfuerzo. Quisiera que leyeras, ¿recuerdas cuántas veces leí tus poemas y luego cambiabas las partes que no me gustaban? Me hacías sentir importante.

Lunes
Odio los lunes porque me recuerdan tu alegría y entusiasmo por ellos. No quiero escribir.

El río y yo somos parecidos, seguimos moviéndonos, la inercia o el viento ayudan. Ya no sé qué me mueve. Vengo aquí porque te siento, porque tu latido está presente en medio del silencio. Me quiero morir, quisiera quitarme la vida y que mi vida empiece contigo, donde sea que estés. Estoy seguro de poder encontrarte. A veces siento que me ahogo de noche, el aire me falta y el corazón se agita mucho cuando veo mi cama vacía, grito tu nombre y mi voz se pierde en el vacío de la casa. 

Sábado
Hoy es un año desde que te fuiste, el libro que me regalaste está todo deshojado. Mi tarea del día será dejarlo como nuevo.

Llevo más de un mes sin escribir, no está funcionando. Lloro mucho luego de escribir y créeme que no escribo más de dos líneas. Me dijeron que intente con la pintura y mandé al carajo al psicólogo y al mundo. Ya no estoy interesado en ser amable con la gente. Sólo me quedan los libros y nuestras plantas. Se ha puesto muy linda la orquídea que tenemos en el árbol. El galán de noche está tan triste como yo, y desde que no estás, no ha vuelto a florecer.

El río me lo debe y aquí voy a seguir. En la banca de siempre frente al río, diagonal al puesto de helados. En el mismo lugar donde una tarde envuelta en un ataque de ansiedad, me tiraste tus zapatos en la cara, gritaste que no eras feliz y empezaste a correr sin sentido, hasta que un revés del destino hizo que perdieras el equilibrio perdiéndote dentro del río.

Domingo
Te sigo esperando. Vuelve o llévame, por favor.








miércoles, 9 de septiembre de 2015

Un ruido, un grito.

Ya están todos levantándose para sepultar el féretro. Hoy es el tercer día, les he dicho que quiero esperar un poco más. Nadie me hace caso, pero sé que vas a despertar.

Los velatorios están plagados de risas nerviosas, chistes para aplacar la tensión que invade siempre el ambiente, lágrimas reales y fingidas comulgando en la misma sala; Hay una retahíla de historias, todos tienen algo que contar, una anécdota que sin importar si es graciosa o triste, desencadenará llanto a rabiar. 
Es una pornografía de dolor, pero yo sé que volverás.

Le pido al tipo encargado que por favor retire el vidrio que separa tu cara de la tapa de la caja, me dice que ahora se estila de esa manera. Insisto, pero sólo recibo una negativa hasta que ofrezco algo de dinero. Acepta, con la condición de cerrar la caja para que nadie lo note. Acepto yo también.

Es inevitable, las oraciones y misas cumplieron su ciclo, todos se encaminan para cargar la "caja mortuoria", ¡qué palabra! una caja que encierra muerte, pero tú vas a regresar y tenemos un problema, nadie me cree.

Vacilo al caminar, hundo un poco mi cabeza y meto mis manos en los bolsillos, me arrepiento tanto de haber dejado de fumar, este momento precisa un tabaco. Pese a mi seguridad de volver a verte, los recuerdos se agolpan un rato en mi cabeza. Sonrío al recordar tus ojos, pequeños escrutadores de mis movimientos; de la boca extraño tu lengua, siempre tibia y lista para mí, trato de no pensar en tus manos recorriendo mi cuerpo porque sino voy a gritarte que salgas de una maldita vez de esa caja y sé que debo esperar. Siempre me ha tocado esperar el momento que tú decides es el conveniente, así que disipo las ideas acercándome a un hombre desconocido y le pido un cigarrillo, vaya a la porra la abstinencia, bastante tengo con estar aquí esperándote mientras todos lloran.

Ni siquiera pusieron tus flores favoritas, esto está lleno de rosas y no hay ni una astromelia. En fin, estos cementerios modernos llenos de árboles y bancas vuelven un poco acogedor el momento, o será que lo siento así porque luego de seis años estoy volviendo a fumar y realmente, estoy disfrutando cada bocanada mientras de lejos veo el show del drama. Para vivir se necesita primero morir, siempre estuvimos de acuerdo en eso, como en tantas cosas más, pero prefiero no darle mucha cabeza en este minuto, quiero seguir disfrutando mi tabaco mientras veo a la gente empezar a dispersarse.

Ya tienes como un metro de tierra encima. Han pasado unos días, pero sigo aquí; los guardias me dejan dormir en las salas vacías y a veces como algo en la cafetería. Hoy está nublado el cielo, es uno de esos días que siempre disfrutaste, parece que va a llover, corre algo de viento y mientras camino cerca de tu tumba, escucho un ruido y un grito.

Lo sabía, llegó el momento. 






lunes, 7 de septiembre de 2015

La isla

Camino descalza por la playa, lo hago lentamente, trato de hundir los pies para sentir que me fundo en la arena, a ratos el mar me alcanza y me moja un poco. Sigo bordeando la playa, no me canso, voy de un lado al otro hasta que el sol termina de caer. 

Acomodo mi vestido y me siento a observar el mar en oscuridad; fuerte, violento, sin embargo, al romper la ola, aparece espuma como vestigio de ese golpe y llega apacible hasta mis pies. Pienso en la isla que abandoné. 

Recordé la rutina de las mañanas. Todas salíamos temprano para ver qué, o mejor dicho, a quienes, había traído la marea. El mar traía cada mañana una ola de cuerpos muertos; niños, hombres y mujeres de todas las razas y edades. Nosotras teníamos el poder de dar vida sólo a uno y cada mañana salíamos a elegir. 

No había un parámetro para hacerlo, era totalmente subjetivo y emocional. Laura sólo elegía niños, creía que al criarlos como propios, nunca estaría sola; a las niñas les enseñaba a cocinar, a los niños a cazar y a todos, educaba en la lectura y escritura. Claudia prefería darle vida a los ancianos para que nos alimentaran con experiencia y conocimiento del mundo exterior. Sonya prefería despertar hombres jóvenes con la esperanza de que alguno se enamorara de ella, pero nunca pasaba. Fita despertaba sólo mujeres con la misma esperanza que Sonya, pero tenía la misma suerte. Formábamos un grupo grande de hermanas y cada una tenía una preferencia distinta. Yo solía despertar a aquellos que me dieran la impresión de tristeza en su expresión. Siempre los desperté con la ilusión de darles una nueva oportunidad. Algunas veces lo logre, otras no.

Tener el don de dar vida era una tarea que nunca quise. Nací ahí y era parte de esa isla y sus misterios. Mi madre había nacido en ese lugar y su madre también. Era una isla de mujeres con poder de dar vida y quitarla. Esa última parte nunca dejó de azorarme. 

De la misma manera que regresar a la vida se regía por parámetros absolutamente subjetivos, devolverlos definitivamente a la muerte también lo era. ¿De qué dependía? de todo y nada realmente. Si no lograban adaptarse al sentido comunitario, resultaban violentos o ellos pedían morir, los volvíamos al mar que los había traído y él se encargaba de tragarlos para siempre.

Yo quería morir para poder vivir, quería salir de ahí. No quería tener más vidas a mi cargo, sólo la mía. Traté de hundirme en el mar, pero él me regresaba. Me recordaba que mientras esté en la isla, él no podía tragarme.

Una mañana me adelanté a todas mis hermanas y empecé a caminar sobre todos los cuerpo que estaban en el mar esperando ser recogidos por nosotras, al principio la sensación fue espantosa; ojos, cabellos, narices, bocas abiertas con dientes afilados, cuerpos gordos, brazos, senos, piernas, hasta que el miedo a que mis hermanas me descubrieran pudo más y empecé a correr sobre ellos. Corrí mucho, corrí hasta que ya no pude ver la isla, corrí hasta empezar a hundirme.

Empecé a nadar, perdí el conocimiento y me desperté aquí hace muchos años atrás. Estoy en un pueblo costero, dicen que me encontraron desnuda y casi muerta. En este lugar no conocen la isla de donde vengo, trabajo con los niños del pueblo enseñándoles a leer y vivo cerca del mar. Cuando alguien muere prefiero no visitar a la familia, no sé si mantengo mi don o lo perdí en el agua, pero no quiero averiguarlo. 

Estoy envejeciendo y aquí, es donde voy a esperar la muerte. Ya he pedido que cuando muera, deseo que me quemen. Anhelo que mis cenizas vuelen y nunca toquen el mar. No quiero volver a la isla.


martes, 30 de junio de 2015

Final feliz

Todo sigue oliendo a ella.

Las cosas están en el mismo lugar, a veces reviso algún cajón, aunque conozco de memoria su contenido. Me gusta abrir sus libros y repasar las frases que subrayó, trato de pensar qué fue lo que sintió al leerlo. La imagino llorando o riendo a carcajadas dependiendo del libro. Ella era así, una explosión de emociones y luego silencio. Nunca supe realmente qué sentía, quería o si me quería.

Quisiera alguna vez encontrar algo, una pista que me haga más fácil sobrellevar su ausencia. Repaso nuestras discusiones, diálogos y trato de recordar esos pequeños momentos cuando lograba olvidarse de que hablaba conmigo y era ella. Ella como la conocían todos, alegre, divertida, llena de ganas de vivir y morir por amor, si fuera necesario.

Yo vivía con otra, con su contraparte, la que nunca tenía ánimo de nada, que se sumergía en laberintos de letras, música y era feliz sin mí. A veces era una pared; fría, distante y dura. Hoy, la extraño tanto que quisiera tenerla otra vez, aunque sólo sea para verla perdida en su mundo, pero cerca.

Desde que no está, duermo de su lado de la cama, su olor me arrulla hasta conciliar el sueño. El departamento que siempre nos quedó corto, ahora es tan grande que a veces siento frío, imagino que al desparecer la tensión que nos ahogaba, el ambiente se hizo demasiado grande para mi soledad.

Por las mañanas y al caer la tarde, me siento frente a la ventana para ver el río como ella solía hacer. Trato de encontrar lo que ella buscaba, mirar lo que ella miraba y tratar de entender por qué decidió irse.

- Los "final feliz" no existen ¿sabes? Si eres feliz, no hay final y si este llega, uno de los dos, dejó de ser feliz.

Me repito ese análisis suyo que nunca acepté, pero que ahora es mi realidad. A veces escucho la puerta y sigo pensando que puede ser ella. Mi cabeza tiene claro que eso no pasará, sin embargo, todavía la espero.

Ni una nota, nada. Simplemente decidió saltar desde el balcón para encontrar su final y ser feliz.









miércoles, 6 de mayo de 2015

Lunes

Al caminar, mis pies toman vida propia y se enfilan hasta el malecón. Busco el banco que está justo en la punta saliente, pero me apoyo en la baranda, desde allí tengo de ambos lados al río Guayas que temerario me reta a olvidar y aceptar el pasado. Sin embargo, al estar aquí, sólo puedo recordar cuando caminaba tomada de la mano de Julio, veníamos siempre aquí para huir del tiempo y del ruido. Todo se detenía, sólo había sonrisas y besos.

Saco un cigarrillo de mi cartera, lo protejo del viento con mis manos mientras lo enciendo y aspiro la primera bocanada profunda, retengo el humo dentro de mi cuerpo un rato y luego lo exhalo lentamente. Mientras el humo se mezcla con el viento, abro mis brazos para que la brisa me abrace por completo; ella despeina mi cabello, mueve la blusa recordándome viejas caricias, así que bajo los brazos bruscamente y me quedo un rato mirando el agua café, llena de lechugines, moviéndose violentamente.
      
   -¡Maldita ciudad! Maldita ciudad que atrapó su olor y me obliga a respirarlo cada segundo. Maldita ciudad que tiene su cara en cada esquina, escultura, monumento y momento, muchos momentos que no volverán.

Grito, pero nadie puede ayudarme, ya es tarde. Se terminó el tiempo, ya no quiero vivir sola. Me descalzo, subo a la baranda y estando ahí guardando el equilibrio, veo el río agitado a mis pies. El río me desea, está ansioso por tenerme, y yo, no tengo nada que pueda perder.
      
    - ¡Hey Señorita, oiga, no puede estar ahí!

Caigo tan lentamente que siento que es eterna la distancia entre vida y muerte, pero algo sale mal, tropiezo sobre un banco de arena ligeramente cubierto por el agua. Pienso que de repente Dios me está dando una segunda oportunidad y me veo así, parada sobre las aguas, siento la corriente a la altura del tobillo y empiezo lentamente a girar sobre este espacio que detiene mi destino.

Disfruto el viento golpeando mi cara y veo gente amontonándose en el malecón, lucen desesperados; agitan sus manos, gritan frases y decido darles la espalda. Empiezo a andar, esto no es una segunda oportunidad –me repito- esto es un empujón para tomar impulso, apuro el paso hasta sentir que he llegado al fin de esta porción de tierra, y empiezo a hundirme sin retorno, envuelta en la corriente que me aleja del ahora y me lleva al pasado con Julio.
   
    - ¡Águila uno, llamando refuerzos, tengo un tres cuatro! Malditos suicidas de malecón, tenía que ser lunes.




jueves, 26 de marzo de 2015

El descuido

Nos conocimos por casualidad, si realmente eso existe. Yo iba fastidiada en medio de una multitud a la que trataba de esquivar mientras aceleraba mi paso y él revisaba su teléfono. Nos detuvimos a centímetros de chocar, le sonreí y me quedé enganchada en sus ojos azules con mirada de niño perdido, cabello castaño y ondulado por debajo de sus orejas; De repente sonrió y caí derretida en esos hoyuelos a los extremos de su boca. Cruzamos un par de palabras y seguimos. Al día siguiente nos vimos de lejos en una cafetería, ambos estábamos solos, pero desde ese día, no lo estuvimos más.

Empezamos a vivir juntos casi de inmediato. Compartíamos todo nuestro tiempo libre y él cocinaba, cocinaba delicioso. Nadie lo hacía tan bien como él. Sólo había algo inquietante en nuestra idílica relación. Él tenía un cajón que estaba siempre asegurado. Alguna vez le pregunté qué guardaba y recibí muchas evasivas.

-Cosas del pasado, de mi vida antes de ti. Cosas que ya no hago. 

Esas eran sus respuestas. Una mañana violé todas las seguridades y encontré miles de fotos de distintas mujeres, rostros, piernas, brazos y espaldas sin nombres. 

Teníamos por costumbre cenar todos los viernes, comida preparada siempre por él. Ese día lo llamé y le dije que le tendría una sorpresa, yo iba a preparar algo especial.

Todo estaba a oscuras, sólo una pequeña vela sobre la mesa de comedor.Llegó a la hora que le pedí. Lo vi sacarse el saco, aflojarse la corbata, descalzarse y empezar a llamarme mientras me buscaba. Lo apuñalé directo a la yugular. Tres embestidas rápidas y en vertical para no lesionar músculos, ni permitir que la adrenalina lo arruine todo. Se derrumbó entre mis brazos sin vida. Esa noche cené sola, todo me quedó exquisito.

El peor descuido de un caníbal... es no reconocer a otro.

miércoles, 4 de marzo de 2015

La lluvia

Es una tarde gris, parece que va a llover porque la humedad se ha vuelto insoportable, te vistes lentamente, ya no tienes apuro. Un pantalón cómodo, una camisa azul. El botón del pantalón cubre tu ombligo, tu abdomen lo siente cómodo ahí y no a la altura de las caderas, como cuando eras joven hace más de veinte años atrás. Buscas esos mocasines café que tienen el soporte para tu arco, guardas las llaves en tu bolsillo y antes de salir lanzas una furtiva mirada al espejo. Todavía hay escondido algo de belleza en ti, tu abdomen no es plano y has perdido casi todo tu cabello, pero mantienes esa mirada. Aquella mirada de la que tanto hablaba Paula, piensas en ella y apresuras el paso cerrando la puerta detrás de ti.

Has decidido volver al café que frecuentabas cuando hacías más promesas que acciones, cuando la llenabas de besos y le decías que alguna vez iban a estar juntos; caminas por calles adoquinadas, estrechas, con balcones adornados con flores de mil colores. Ese colorido contrasta con el cielo casi negro, sonríes y avanzas hasta que por fin la encuentras, no ha cambiado casi nada, la misma cafetería pequeña con seis mesas. Eliges una que está cerca de la ventana para ver pasar gente y de repente, reparas en dos mujeres jóvenes que caminan tomadas de la mano, una de ellas besa a la otra en la boca y las ves sonreír, buscas las miradas del resto y no ves nada. A nadie le importó, la gente está ocupada en sus vidas; viendo las pantallas de sus teléfonos móviles, conversando o caminando, mirando sin mirar, con audífonos en sus oídos y piensas que los prejuicios siempre estuvieron ahí -en tu cabeza- que si Paula hubiese estado contigo viendo lo mismo, hubiese suspirado y hecho un comentario a favor del amor. Ella era así, una romántica empedernida, tú siempre fuiste más serio, distante y sin embargo, ahora no te sirve de nada.

Llega el mesero por tu orden y pides un capuchino con un dulce llamado "mil hojas", son cerca de seis capas de hojaldre unidas por manjar, piensas en tu diabetes, pero sabes que el cáncer diagnosticado hace pocos meses te llevará antes, así que ahora has decidido empezar a disfrutar lo que nunca pudiste. Se va el mesero y sacas de tu bolsillo la nota arrugada, la vuelves a leer pese a que te sabes de memoria cada letra, la has arrugado y llorado sobre ella, la has vuelto a planchar y la tienes hoy ahí, como si al tener la nota contigo, ella estuviera también.

Y empezarás a viajar en el tiempo, a recordar cuántas risas con Paula, ella era tan diferente a ti; desordenada, despeinada, buscando un mundo de fantasía con final feliz, mucho más joven que tú y ridículamente inocente. Tú siempre fuiste más serio y en esa época tenías demasiados prejuicios, temores, metas ineludibles, trabajo y circunstancias, circunstancias que te impedían todo. Ahora no hay nada. Ahora el tiempo te sobra, el silencio te aturde y desde que te llegó esa nota, la culpa, a veces te acompaña. ¿Qué hubiese pasado si la hubieses buscado? ¿Habrían tenido hijos? ¿Dónde estarían ahora? ¿Estarías enfermo si ella hubiese estado contigo? Todas son preguntas sin respuesta.

Recordarás la tarde cuando recibiste la nota. Habían pasado unas semanas desde que aceptaste que todas las circunstancias de antaño estaban resueltas y preso de la nostalgia empezaste a ver fotos antiguas hasta que encontraste unas con Paula, te sentaste en el viejo sillón cerca de tu cama a verlas, a recordar esa época. Llegaron las imágenes cuando caminaban juntos hasta encontrar una banca vacía para ver el atardecer frente al río, volverás a escuchar tus promesas de una vida juntos y nuevamente verás sus ojos llenarse de lágrimas el día que la dejaste, irrumpirá como un golpe en tu cabeza esa charla en la que le pediste tiempo para arreglar tus cosas y nunca volviste por ella. Todo se volverá un remolino de recuerdos e imágenes, trataste de buscar alguna amiga en común que te pudiera dar noticias de ella, pero no lo lograste. Gracias a las redes sociales contactaste con su hermano quien al llamarlo, te dijo que iba a enviarte algo que Paula había guardado para ti, pero que nunca encontraron la forma de hacértelo llegar y te sorprendiste, preguntaste por ella, pero sólo hubo un click, del otro lado del teléfono. Esa tarde, ansioso esperando el correo, llegó una caja con tu nombre. Diste propina al mensajero, cerraste la puerta y rompiste la envoltura, era una caja pequeña, adentro sólo había una nota escrita a mano.

"Cuando leas esto, ya todo habrá pasado. Te prometí esperarte toda mi vida y cumplí. No dejé de esperar, simplemente acepté que no vendrías y mi vida terminó la espera".
Paula

Lloraste y gritaste ¡Estúpida mujer! ¡Estúpida! lo repetiste muchas veces hasta que empezó a doler, el tiempo se había terminado y recién te dabas cuenta. Llega tu capuchino y distrae tus pensamientos. ¿Qué se hace cuando no se puede arreglar el pasado y el futuro no existe? le preguntas al mesero, pero él sólo sonríe y se va. Tú no eres su problema. Tú ya no eres el problema de nadie. Estás solo.

Comes lento y dejas la mitad del pedido sobre la mesa junto a una propina y sales buscando el río. Paula murió ahogada, luego lo supiste, había tomado dos frascos de pastillas para dormir y se sumergió en el río, la encontraron unos días después. Llegas hasta el muelle, bajas por unas escaleras, te sacas los zapatos y medias; sientes el lodo hundiendo tus pies hasta los tobillos. 

Está fresco así, das unos pasos y el río empieza a lamerte los dedos, avanzas un poco más, el agua llega a tus muslos. Puedes sentir la violenta corriente moviéndose contra tu cuerpo, casi a punto de hacerte perder el equilibrio y sigues pensando en Paula mientras avanzas hasta sumergirte por completo entre las aguas temerarias y oscuras. Esta vez no le fallarás. Esta vez nada te detendrá hasta volver a estar con ella.

Empieza a llover.




domingo, 8 de febrero de 2015

El Leviatán

Lo estoy esperando como siempre. De pie, al filo de la cornisa de roca. El mar golpea fuerte y la espuma moja mis pies, el sonido de mar me relaja, cierro los ojos y disfruto la brisa pero siento su presencia, está próximo a llegar. Es la hora.

Hace algunos años quedé viuda y deseaba morir. El dolor me estaba consumiendo, el vacío interior es peor que el físico; Los espacios se volvieron insoportables, el aire me aplastaba y abandoné la ciudad para refugiarme en un pueblo alejado del ruido del mundo. 

Compré una casa pequeña sobre una gran roca con vista al mar desde todas las ventanas. Una tarde presa de mi tristeza empecé a caminar y bajar un poco por el peñasco hasta llegar a una cornisa donde rompe la ola y todo se llena de espuma. El espacio era muy reducido y ahí estaba yo, parada en el filo  -pensando si me lanzaba al vacío o no-  cuando vi el mar agitarse de una manera extraña. No eran olas, era algo acercándose y no lograba entender qué era porque en la superficie no se veía más que una línea enorme abultada y avanzando hacia mi. De repente desde el agua vi salir un Leviatán gigante, este monstruo marino que había escuchado en leyendas estaba frente a mí, mostrándome sus colmillos mientras bramaba y se acercaba, me abría sus fauces hasta casi tragarme pero no lo hacía. Me dejaba ver su interior lleno de peces muertos y algas, expelía un nauseabundo olor y de pronto, se retiraba un poco para mirarme y yo lo miraba furiosa; Luego de la pérdida de mi marido, la muerte no me asustaba, ya pues, si me iba a llevar, que me lleve de una vez, pero que no trate de atemorizarme. Yo no le temía y creo que lo entendió. Puso su enorme cara frente a la mía, me olfateaba y yo no me movía. Volvía a gruñir y yo le gritaba en respuesta. Le grité mucho y enseñé mis dientes furiosa también. Sus ojos amarillos gigantes se incrustaban en los míos y yo en los suyos.

Tiene la apariencia de un dragón con una trompa un poco alargada, grandes cuernos sobre su cabeza y pequeñas aletas donde nosotros tenemos las orejas. Estuvimos un largo tiempo sólo mirándonos y resoplando hasta que de repente bajó la trompa hasta la altura de mis pies. Temí un poco, pero estaba en un punto donde no podía ni quería regresar. Levanté un pie y me sujeté de su frente y con el otro pie tomé impulso hasta alcanzar un cuerno y poder llegar hasta su cabeza. Una vez allí, me puse a horcajadas sobre él mientras sujetaba bien sus cuernos y el Leviatán empezó a levantarse y girar. Ese fue el único momento que sentí miedo, terror realmente. Él giro en dirección a mar abierto y sin sumergirme del todo nadó a toda velocidad. Tenía mis piernas pegadas lo más fuerte que podía a su escamosa piel y abrazaba el cuerno para no caer. Hubo momentos que se sumergió tanto que pensé que quería ahogarme, pero cuando sentía que me estaba aflojando subía a la superficie. Pasamos la noche entera así. Juntos.

Cuando llegaron los primeros rayos del sol que pintaron de dorado el cielo y las aves empezaron a volar, él empezó a hacer un ruido que parecía un silbido, como si estuviese cantando y lo abracé. Lo abracé mucho. Giró nuevamente y me regresó a la cornisa. Desde ese día hasta hoy, vengo todos las tardes a su encuentro y mis noches son junto a él. Ahora ya no brama cuando me ve. Nos miramos en silencio, el baja su trompa y yo acaricio sus escamas. A veces trae heridas, las beso con cariño y pego mi rostro a su cara mojada y áspera. No nos tenemos miedo. No nos lastimamos. Vivimos una realidad, alejada de la realidad. 


viernes, 23 de enero de 2015

Sorda

No escucho nada, pero ya no me duele la herida y me he acostumbrado. Hace unos años decidí cortarme las orejas y quedarme sorda voluntariamente.

Cuando era muy pequeña mi madre murió y lo único que me dejó en herencia fue un cofre donde estaban unos ojos hermosos. Ella los había utilizado a lo largo de su matrimonio para poder sobrellevar las amantes infinitas y aleatorias de papá, con estos ojos -me dijo- serás feliz. Si el hombre que amas te empieza a engañar, sólo te los pones y no verás más que su hermosa sonrisa, podrás creer en sus lágrimas y te perderás feliz entre sus brazos. Hazlo -determinó- es la única forma de ser feliz.

Era muy chica y lo creí, durante muchos años en mi vida adulta los utilicé y efectivamente todo iba bien, creí que era feliz hasta que un día pude verme en el espejo, tenía unas ojeras enormes, los músculos que sostenían mis ojos, dentro de la cavidad ocular, se habían estirado tanto que me daban una expresión triste. Estaba agotada de tanto sacar y poner ojos; Había olvidado cómo lucía mi cara, mi cuerpo, había dejado de verme, por verlo. Estaba aterrorizada con la imagen que me devolvía el espejo así que frente a situaciones extremas, decisiones extremas: ¡Corté mis orejas!

Fui a la cocina, afilé el cuchillo, primero corté de un tajo las orejas, luego introduje la punta del cuchillo en la hornilla y una vez que el fuego puso roja la punta, penetré los orificios que quedaban en los espacios de mis antiguas orejas. El fuego y el cuchillo me liberaron de la forma más dolorosa que encontré, pero es que soy extremista y ninguna solución tibia me hubiera curado. Caí desmayada del dolor, recuerdo que al despertar sentí una paz que desconocía que existía. La felicidad absoluta empezó a invadirme y cuando llegó mi marido, pude ver claramente su sonrisa falsa, los besos de traición regados por su cara, cuello y boca; Por primera vez pude ver en sus manos los cuerpos dibujados y recorridos de otras mujeres, pero cuando él abrió la boca para explicar, ya no pude escuchar nada. Mis ojos se encargaron de llenarme de valentía, fortaleciendo mi alma y matando los vestigios de amor de un corazón que venía sufriendo desde hace muchos años.

Una tarde iba caminando en medio de árboles con flores amarillas que al bailar al ritmo del viento, iban lanzando sus colores a mi paso, caminé mucho hasta llegar al puente donde usualmente iba a contemplar el río, de repente apareció un hombre que tenía las cuencas de los ojos vacías, llevaba una caja en sus manos y tanteaba el piso con un bastón. Se paró a mi lado, abrió la caja y volteó su contenido; Eran dos grandes ojos que primero rebotaron un poco en el agua y finalmente fueron tragados por la fuerza del río. 

Me di cuenta que no soy la única de medidas radicales. La vida es demasiado corta para permitirte un "¿Qué hubiera pasado si...?" Hay que tomar riesgos. 

Ahora en mi nueva vida silenciosa soy libre y feliz; Sólo creo lo que veo, huelo, aquello que puedo tocar y saborear. Las palabras son pájaros que vuelan a mi alrededor en silencio. Mi madre estaba equivocada, no hay que cambiar de ojos, hay que dejar de escuchar.



miércoles, 21 de enero de 2015

La puerta roja

Me levanté con un dolor de cabeza espantoso, pero tenía el libro. Me puse a andar nuevamente, el corazón latía tan duro que sentía que iba a salir de mi pecho. Recorrí las calles tratando de recordar por dónde había estado, no pude dar con el zaguán ni con la puerta roja, ni con él. Lo intenté al día siguiente, la semana siguiente, el mes siguiente, los años siguientes.

Alguna vez, algún día -hace mucho tiempo atrás- caminaba sin rumbo, fumaba un cigarrillo mientras pensaba en el futuro, había perdido el empleo en un diario local, tenía cuentas que pagar y nada tenía sentido. Decidí caminar por el centro, perderme entre edificios nuevos y patrimoniales, disfrutar la regeneración urbana entre la degeneración humana; Me detuve frente al río para sentir su brisa penetrar en cada poro de mi cuerpo, mientras despeinaba mi cabello y su olor agrio invadía mis pulmones. Hasta ahí todo bien.

Seguí caminando, quería perderme, quería que la ciudad me tragara; No recuerdo la calle por la que andaba cuando de repente, me llamó la atención un callejón estrecho que terminaba en un zaguán oscuro. No tenía nada que perder, así que me metí por ese callejón, avancé hasta el fondo cuando la luz empezaba a desaparecer; Al entrar olía mucho a humedad, sólo había una escalera con escalones de piedra, las paredes eran bloques de piedra irregular, empecé a subir y la escalera viró a la derecha, no sé cuántos escalones subí ni por qué seguí haciéndolo pese a que el clima se empezó a volver frío, escaseaba la luz, pero algo me empujaba a seguir, fue entonces cuando me topé con ella. 

Una puerta roja, brillante y pulida con una llave puesta en el cerrojo. Giré la llave, abrí la puerta y entré. Era un jardín iluminado, lleno de ruinas donde el cielo era el único techo; Aquí el sol brillaba sin quemar, sin nubes pero con brisa, había un árbol enorme de grandes ramas lleno de flores amarillas, volaban miles de pájaros azules y había libros, libros por doquier, sobre piedras, tirados en el piso, haciendo pequeños cerros con ellos. El piso era césped verde, bien cuidado y cuando me percaté del césped, noté que estaba descalza y con una especie de manta cubriendo mi desnudez, me mareé y desmayé.

Al despertar me asusté, estaba acostada en una cama de libros, dentro de una habitación en ruinas, pero lo que me asustó más, es que no estaba sola. Él estaba ahí, un hombre delgado y blanco -blanquísimo como espuma del mar- tan concentrado en su lectura que preferí no moverme para verlo un poco más; Tenía pelo castaño, un poco largo para mi gusto, ojos negros, nariz recta y una boca de labios finos que mantenía en una mueca constante -seguramente por el contenido de su libro-, tendría tal vez unos cuarenta y ocho años, no era joven pero tenía algo de niño. 

Mientras lo miraba él dejó el libro, me sonrió y se acercó. Me senté en la cama y se sentó a mi lado.

-Encontraste el camino, te he esperado desde siempre.

-¿Me esperabas? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?

-Haces muchas preguntas, a veces es bueno el silencio. Se levantó y empezó a andar, yo sólo pude seguirlo, quería estar con él, apresuré el paso y caminamos dentro del laberinto en ruinas sin hablar. Olía de manera especial, no a un perfume, era su olor natural que provocaba estar cerca de esa fragancia, decidió detenerse frente a un librero enorme repleto de libros de muchos tamaños y colores, tomó uno. 

-Lee para mi, me dijo mientras me extendía un pequeño libro de tapa dura, se veía muy antiguo.

Lo abrí con cuidado y lo único escrito en todas las páginas era: "Nada es casualidad. Todo tiene un momento y hay un momento para todo. Haz que pase" ¿Qué significa esto? le pregunté confundida.

-Eso, tú sola debes averiguarlo, yo siempre estaré aquí. Creo que ya debes volver.

Sentí un mareo espantoso con ganas de vomitar incluido, el mundo se fue a negro. Lo siguiente que escuché fue una voz extraña mientras la cabeza me latía como si fuese a reventar. 

-Señorita, se ha quedado dormida

-¿Dónde estoy?

-En el malecón señorita, no puede dormir aquí.

Desde ese día hasta ahora, sigo subiendo cada escalera que veo. Sigo buscando mi puerta roja, sigo esperando la causalidad que me regrese al lugar donde se quedaron mis preguntas y su olor.