-¿Hasta cuándo vas a aguantar sus insultos? ¡por favor mamá! ¿Hasta cuándo lloras? La voz de Claudia la hizo tener un viaje al pasado y se encontró presenciando la misma escena. Volvió a tener diez años, doce, catorce, quince, toda su juventud y el inicio de su vida adulta escuchando lo mismo. Gritos y vejaciones provenientes de su padre a su madre. Su madre en silencio aguantando toda la descarga sin protestar, de repente llorando, pero siempre sin contestar. Volvió a sentir la rabia e impotencia de no poder decir nada porque una hija debe respetar a su padre, porque luego de la descarga al acudir a su madre ella siempre decía: "no pasa nada" "ya luego hablo con tu padre, ¿qué voy a hacer? si grito se armará un problema mayor, hay que dejar pasar, que se calme. Luego todo estará bien". Su madre siempre repetía que Raúl era un buen esposo, un buen padre, un hombre amoroso fruto de una vida familiar conflictiva, que había que comprenderlo y amarlo así. Le recordaba los buenos momentos y le repetía que no hay motivo lo suficientemente válido para romper un matrimonio. Magdalena recordó las veces que odió a su padre con toda su alma, que juró a si misma nunca casarse, vivir sola sin hijos, haciendo cualquier cosa pero sola. Repasó sus miles de planes de vivir fuera de la ciudad para alejarse de los gritos, de la constante negativa frente a cualquiera de sus proyectos, se aburrió de ser igual que lo que la rodeaba y decidió ser rebelde, lo que encrudecía la relación con su padre y hacía sufrir a su madre.
De repente en este viaje por el pasado, Magdalena recordó a Enrique, el novio de quien se enamoró, lo amó hasta el delirio de idealizarlo. Llegó a su vida por esas causalidades de la vida, se conocieron en un concierto, amigos en común hicieron el contacto y luego no hubo quien los pudiera separar. Tenían afinidad musical e intelectual, mucha química sexual y reían todo el tiempo. Al inicio él componía poemas para ella y ella empezó a cambiar sus planes. Todo empezó a girar en torno a lo que él quería, en el momento que lo pidiera y entonces los tiempos cambiaron; las piezas se empezaron a mover muy rápido y de repente Enrique ya no tenía tiempo. Había empezado un nuevo trabajo, sus prioridades estaban cambiando y Magdalena no lo comprendía, resentía su ausencia, reclamaba y empezaron las peleas. Ella quería más tiempo, él tenía otras prioridades. Ella quería formalizar su relación, él quería librarse de un compromiso. Lo quería sólo para ella y él no podía darle eso.
El tono de las discusiones fue subiendo con el tiempo. Se volvió un ciclo de sufrimiento, mientras ella más lo buscaba, él se alejaba más, encontraba otras personas con quien compartir lo que antes compartía con Magdalena y el respeto se fue diluyendo. Poco a poco ella fue perdiendo autoestima y en las peleas, cuando reclamaba, ahora él la insultaba, se burlaba de que era una niña "muy cuidada" que no tenía libertad, que él no podía lidiar con eso. Le reclamaba su poca comprensión frente al mundo que se abría para él y que no estaba dispuesto a perder por ella. Magdalena se sentía impotente, sin argumentos, terminaba aceptando lo que el decía. Recordaba los consejos de su madre de esperar que todo pase y hablar. Pero luego de la tormenta, cuando lo buscaba para hablar y explicar cuánto sufría por su actitud, cuánto dolía que él dejara de escribirle por dos semanas y que la ignore pese a que ella siempre estaba ahí para él, cuando le explicaba cuánto le afectaban sus insultos, recibía contestaciones como "Tú sabes los temas que me enojan, ¿para qué los tocas?" "Tú buscas que me ponga así" o la más dolorosa "yo te quiero, pero..."
Fueron años durísimos, no tenía paz en casa ni fuera de ella. No podía cambiar a su padre, pero sí podía terminar con Enrique y pese a todo pronóstico, lo hizo. Utilizó los mismos recursos que él, empezó a alejarse en silencio, primero unos días hasta que Enrique reaccionaba y se ponía cariñoso, se veían en alguna plaza, caminaban un poco, se besaban mucho pero ya el corazón de Magdalena estaba roto, ya no había regreso. Poco a poco sin que Enrique lo notara, ella tomó distancia y silencio irreversible. Fue lo más duro de su vida dejarlo, pero era necesario, estaba rota por dentro.
Recordó también cuando conoció a Alfredo, blanquísimo con pelo negro, parecía el príncipe de los cuentos de hadas. Tuvieron un noviazgo fugaz y se casaron. Al poco rato llegó Claudia, una hermosa bebé que creció viendo a su madre llorar porque su padre al enojarse rompía todo a su paso, no golpeaba a su madre, pero la insultaba, la trataba de tonta, de niña inútil. Magdalena recuerda una discusión dentro de una habitación en la que estaban instalando una computadora e impresora y había muchas fundas llenas de cables, recuerda haber discutido, pero olvida el motivo, lo que nunca olvidará fue que al darle la espalda, Alfredo lanzó contra sus piernas algunas de las fundas llenas de cables. Sus piernas casi se doblan con el impacto, durante algunas semanas tuvo que llevar pantalones para esconder los moretones producto de la arremetida, obviamente luego de eso vino una lluvia de disculpas, de llanto, besos, abrazos y promesas de controlar el mal genio. "No pasa nada, todo estará bien" decía Alfredo.
Pero nada está bien, ahora mismo está ella sentada en el piso del baño llorando por la vida que tiene, pagando el precio porque "no hay un motivo suficientemente válido para terminar un matrimonio".
-¡Respóndeme mamá! ¿Hasta cuándo vas a llorar? ¿Cuándo le vas a decir que si quiere insultar se vaya a gritarle a la tumba de su madre, pero que a ti no te vuelve a gritar? Tengo catorce años y me aterroriza a veces, salir y pensar que al volver papá te pudo haber pegado o algo peor. Esto no es vida ni para ti ni para mi. Magdalena por primera vez la ve, por primera vez logra ver en los ojos de su hija, sus propios ojos. Siente un puñal que la ahoga, ella está repitiendo la historia, está basándose en teorías estúpidas inculcadas por su madre, teorías que sólo la lastimaron. No puede hablar, la fuerza de Claudia la tiene perpleja, la mira desde el piso y hace el ademán de levantarse. Claudia le extiende la mano y la ayuda a levantarse. Todavía es una mujer delgada, sus facciones todavía guardan algo de la belleza de antaño pero sus ojos están apagados, la determinación de su hija y ese viaje al pasado la tienen mareada.
-Claudia, déjame pensar un rato, déjame dormir. Sólo te pido que no te vayas, quédate conmigo un rato, en silencio. Habla mientras camina hasta la cama y se acuesta, da una palmada a la cama junto a ella invitando a su hija a acostarse junto a ella. Claudia accede y ahí están un par de horas en las que Magdalena duerme y su cara tiene paz, la comisura de sus labios simulan una leve sonrisa y Claudia vela todo el tiempo mientras acaricia el cabello de su madre.
Al llegar Alfredo por la noche encuentra una nota.
"Violencia no es sólo un puño contra un pómulo, no es sólo romper huesos. Violencia también es un silencio ensordecedor que revienta el interior de quien lo recibe, por la fuerza indiferente con la que se entrega. Violencia es no respetar la libertad del otro, es humillar y burlarse por temor. Sentirte en soledad estando en compañía es la peor violencia contra la felicidad personal y es nuestro derecho buscarla.
Claudia se vino conmigo, no te abandono, me abandono a ser feliz. Me estoy regalando la oportunidad de volar. Te agradezco los buenos tiempos, te ofrezco que muy pronto tendrás noticias de nuestro paradero y te pido que respetes mi decisión.
Magdalena"
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