sábado, 28 de diciembre de 2013

Los últimos días del año


Se acerca el momento de emprender nuevamente el recorrido más detestable hacia fin de año. Mi guarida tan acogedora, cómplice de tantas alegrías, lágrimas, planes e ilusiones se cae a pedazos. Trato de desechar lo que no llevaré, ya durante el año me he despojado de complejos, amistades y vicios. He bailado con el David, caminado entre las ruinas donde se mezcla la miseria y la gloria, he comido hasta hartarme y he llorado hasta quedarme dormida. Guardo lo poco que me interesa en un morral y hago un recorrido visual de lo que dejo. Detesto estos días previo a fin de año porque detesto este recorrido, salgo y cierro la puerta detrás de mí. Ya no volveré a los lugares donde estuve, me espera una vez más el recorrido por todo lo que me hizo daño hasta encontrar una nueva puerta. No sé si encomendarme a Dios o al diablo así que hago la señal de la cruz sobre mi cabeza y pido que Dios me ampare y el diablo me guarde.

Empieza mi andar y me raspo con unas ramas sueltas, como las cosas pendientes que estoy dejando, como los abrazos sueltos que no di. Avanzo y todo está dañado, el camino lastrado levanta demasiado polvo, casi no puedo respirar. El ambiente se vuelve insoportable, hay un olor nauseabundo que invade todo. Maldigo mil veces, quisiera dormir y despertar a inicio de año. Y cruzo puentes a punto de caerse y otros que se caen y debo columpiarme hasta llegar al otro extremo y de repente las columnas de agua, feroces y gigantes como siempre se acercan. Es inevitable dejarse atrapar por ellas y heme aquí envuelta en agua y voces del pasado que me traen reclamos de todo lo que no hice y lo que nunca seré. El agua como agente limpiador siempre se va llevando todo, preparando el camino para el nuevo año. Tiro mi cuerpo con fuerza agarrada a mi morral y caigo de esos torbellinos acuáticos, caigo de espaldas y me golpeo mucho la cabeza. Al tocarme noto que estoy sangrando, pero he escuchado que luego de un fuerte golpe, no hay problema si sangras porque todo empieza a fluir y creo que es eso exactamente lo que yo necesito, liberar todas mis fuerzas y dejar que todo empiece a fluir, entregarme por completo a la sabiduría de las causalidades y ser libre en ellas.

Ahora camino toda empapada, presiento que mi destino se acerca porque las cosas empiezan a mejorar, ya por lo menos el camino es de asfalto y a los lados hay hermosos arboles con flores amarillas que caen formando un camino paralelo de cuento de hadas, me detengo frente al espectáculo visual y me siento un poco como Doroty caminando por el camino dorado, salvo que yo no voy buscando un mago que resuelva mis problemas y me devuelva a casa sino que voy buscando una casa, a pesar de los problemas.

El paisaje se vuelve monótono, ya no hay árboles ni flores pero sigo caminando sobre asfalto. Al final entre unas rocas está mi puerta. La misma que me abrirá a la que será mi guarida por doce meses más hasta que me toque volver a hacer este viaje que odio. Con el paso del tiempo es peor, cada vez estoy más cansada. Quiero morirme frente a la puerta, no quiero entrar. Todo es igual, todo será de la misma forma, lo único tortuoso que varía es este camino que recorro siempre por estas fechas. Me saco el morral lo tiro al piso y me siento junto a él apoyada en la puerta.

No quiero entrar, no quiero un año más de lo mismo. Quisiera que un ángel o un demonio dependiendo de lo que merezca, venga y me lleve. Estoy sentada algún tiempo y el cielo cambia de color. Cuando hago este viaje nunca es de noche, ni siquiera llega a convertirse en atardecer. Siempre es de mañana, pero algo está sucediendo. No me interesa ni eso, quiero quedarme ahí, en la puerta sin entrar, quisiera un cigarrillo, pero hace cuatro años dejé de fumar y me arrepiento de eso en este momento.

Empiezo a escuchar voces del otro lado que me llaman, son mis hijos y los hijos de mis hijos que alguna vez nacerán, son mis muertos y mis fantasmas. La única forma de poder morir es viviendo lo que está preparado para mí, debo cruzar la puerta y me incorporo, vuelvo a cruzar el morral por la cabeza, tomo la puerta y antes de abrirla, nuevamente hago la señal de la cruz y suplico: “Qué Dios me ampare y el diablo me guarde” un año nuevo me espera.