martes, 23 de diciembre de 2014

El ataúd

Convivo con la muerte, es una lanza que me atraviesa desde siempre. En mi pueblo nadie le teme, todos tenemos nuestro ataúd en la sala o el dormitorio como recordatorio constante que la vida es agua que se diluye. Somos un pueblo pesquero y nuestras vidas giran en torno al mar, la pesca y la familia.

Mi ataúd fue construido por mi marido antes de que entrara en el suyo para siempre. Tiene su olor. Hace poco lo mandé a pulir y arreglé el tapizado interior. Le he cosido un bello tapete de hilo beige para que luzca bonito mientras espera silente por mí en una esquina de la sala. A veces lo abro y entro, me acuesto un rato sólo para sentir el frío satén blanco del que está forrado su interior. 

-Manolo te extraño ¿sabes? pero a veces me da miedo el viaje, ¿Cómo sabré cuándo es el momento de entrar para nunca salir?

-Tranquila mujer, simplemente lo sabrás, ahora sal del ataúd antes que se te termine el aire o llegue la María de la tienda y se pegue un susto al verte acostada dentro y con la tapa cerrada. Yo estoy contigo, seguimos juntos de la mano, recuérdalo.

Cada vez me cuesta más trabajo salir, he puesto un pequeño banco para ayudarme a subir y bajar. Cuando estoy dentro todo es paz, huele a mi marido, podemos conversar, no me duelen las piernas por las várices pronunciadas que muchas veces me tienen en cama sin poder caminar de lo hinchadas que están. He criado cinco hijos y nueve nietos, ya es hora de irme, pero necesito que papaíto Dios disponga y aquí estoy, caminando hacia la playa todos los días en busca del mar, para hacerle el pedido de que me lleve.

Recuerdo cuando Manolo partió, estábamos caminando tomados de la mano por el parque y de repente volteó y me dijo que no quería hablar, no entendí a qué se refería -ahora sé que se despedía- quise aferrarme a su mano, pero se soltó bruscamente y se marchó corriendo de la vida -de mi vida-; Me quedé arrodillada en medio del parque, rodeada de mucha gente y más sola que nunca, junto a un cuerpo inerte.

Guardo el banco y salgo de casa para ir a sentarme a la playa. El aire salino me sienta bien, adoro esta hora de la tarde cuando el sol está por caer y la brisa es suave, mueve mis largos cabellos blancos, mi cara está ajada por el sol, mis manos curtidas por lavar ropa desde los trece años y mis pies tienen una capa de callo que me permite caminar descalza sin sentir dolor, pero todavía siento placer cuando hundo mis dedos en la arena o mis pies son bañados por el mar. 

El viento golpea mi rostro y seca las lágrimas que corren por mis mejillas, siempre lo voy a extrañar y reniego que no llega mi momento, que el tiempo sigue transcurriendo y yo sigo aquí, sin él. Me levanto lentamente, tengo un dolor recurrente cada vez que pienso mucho en Manolo y su partida, llego a casa, busco el banco, me cambio de ropa y luego vuelvo a subir, esta vez no voy a salir de mi ataúd hasta que la muerte me lleve. 

-¿Manolo, estás?

-Siempre

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho. Me gusta ver su apego al recuerdo a pesar de los años. Like it!

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  2. Uma bela e triste história.

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