miércoles, 4 de junio de 2014

Hoy que no estás

Hoy es uno de esos días en que la única solución para mi vida llena de incongruencias, desatinos y sentimientos extremos, es subir al auto y manejar. Manejar hasta salir de la ciudad. En la carretera yendo a toda velocidad siento el viento agitando mis ideas y la música poco a poco va calmando mi corazón.

Llego hasta Ballenita, un pequeño pueblo de Santa Elena en la vía costera lleno de silencio y recuerdos de mi niñez. Aparco el auto, me apeo y empiezo a caminar por sus calles, recordando la niña que fui, las veces que rodé mil veces por esos barrios, subida en mi bicicleta amarilla, recuerdo haber parado mil veces en la tienda donde tras el mostrador siempre atendía una mujer de unos cuarenta años, muy delgada, con un apretado y templado moño hacia atrás y unas curiosas cejas dibujadas con lápiz café. Sigo andando y todo evoca el pasado, paso por un parque pequeño donde solíamos hacer la "parada estratégica" para comer un poco y tomar algo de agua o gaseosas dependiendo de los gustos y la compañía. Ahora entro y saco de mi cartera un paquete de marlboro rojo, busco el encendedor, saco un cigarrillo y cuento, sólo me quedan tres. Nota mental: debo pasar por esa tienda a ver si entre sus curiosidades siguen vendiendo cigarrillos. Pongo el cigarrillo entre los labios mientras hago maromas con las manos para esquivar una ráfaga de viento empeñada en que el fuego se apague. Ahh por fin lo enciendo, doy una gran primera bocanada, creo que nunca dejaré el vicio, realmente disfruto fumar. Me acomodo en una banca de cemento y estiro los pies, dejo que la brisa me despeine mientras fumo y añoro tanto tu presencia. Nunca conociste Ballenita, te hubiera gustado por su paz, por su mar temerario y su gente amable. Te hubiera gustado porque me gustaba y me hacía feliz.


¿Te extraño sabes? Todavía necesito escapar de la ciudad porque tu presencia me aturde, me marea. No acepto tu ausencia. Vi tu ojos cerrarse para siempre, sentí tu mano tomada a la mía perdiendo fuerza, escuché cuando con mucho esfuerzo respiraste para sonreír y decirme -Venga bonita, todo estará bien; pero no lo está! No lo está, no estás y no puedo aceptarlo. Te vestí y desvestí tantas veces y esa última vez en la mañana, fue la última vez. Me vestí de blanco, te lloré, vi tu cuerpo en un ataúd, vi cerrar ese ataúd y lo vi perderse en las entrañas de la tierra. Vi todo eso y no quiero creer que no estás.

Todavía camino por el centro y me parece ver tu cara en cada rincón. ¿Sabes que inauguraron un nuevo local de encebollados en la calle donde solíamos comer? no está mal, pero mejor era el otro. He cambiado los lugares para ir a comer porque pierdo el apetito en los nuestros, porque son nuestros, porque creo que llegarás en algún momento y te reclamaré que me haces esperar. Creo ver tu cara en cada persona que pasa junto a mi, parezco un ente sin alma que deambula a pleno sol. Te enojarías si me vieras, he adelgazado casi ocho kilos, el hambre no regresa pero el cigarrillo ahora no me abandona. Inclusive ahora mismo mientras fumo y miro el parque de mi niñez, creo verte entre los árboles.

Me levanto y apago el cigarrillo en el piso. Busco el malecón para acceder a la playa. Ahh que brisa, adoro el olor a mar, bajo con cuidado  porque hace más de veinte, dejé mis veinte. Apenas piso la arena me descalzo, siempre he creído que uno de los grandes placeres está en sentir la arena rozando la planta del pie, enterrar los dedos en la arena y sentir cómo me acaricia. Como agradece mi regreso a ella. Empiezo a caminar por donde muchas veces caminé, no es una playa muy grande pero sí muy especial para mi. Llego hasta el otro extremo de donde bajé, hasta la esquina de las "pocitas" son rocas que por su distribución, arman pequeñas piscinas naturales y son el deleite de los niños y de esta vieja que quiere recordar la niña que fue.

Me levanto un poco la falda, me siento en la roca y meto los pies hasta que el agua me llega a media pantorrilla, gracias a ti, dejé los jeans, nunca entendí por qué no te gustaban pero nunca pregunté. Sólo dejé de usarlos para ver siempre tu cara de deleite cuando me veías salir en vestidos o faldas. En este momento es de lo más funcional el vestido y me quedo así, como niña chica con los pies en la pocita, viendo algunos peces nadar cerca de mis dedos y jugando con ellos. 

¿Alguna vez te conté que casi me ahogo? sí, tu hubieras muerto en ese momento, no hubieras sabido qué hacer. Estaba con unos amigos que tampoco llegaste a conocer, éramos todos adolescentes y yo siempre cobarde, no me quería meter mucho porque el mar estaba revuelto, me insistieron tanto que ahí estaba yo, avanzando cada vez más hasta que casi no tocaba fondo, las olas cada vez más altas y yo cada vez más asustada. Me dieron la estúpida teoría que debíamos meternos más aún, para estar más allá del nacimiento de las olas e hice caso. Craso error. Ya no tocaba fondo y me asusté, traté de salir empujada por las olas, como si surfeara pero sin tabla y llegó esa ola malvada, no recuerdo ni cómo me enganchó, sólo recuerdo que me tiró al piso y me revolcó mucho tiempo. No podía salir, abría los ojos y sólo veía arena y agua turbia, tragué agua en cantidades industriales. Estaba aterrada pero en un segundo, cuando sentí que iba a morir ahogada pensé -ok que sea lo que deba ser. Dejé de resistirme, cerré los ojos y me abandoné, fue entonces cuando alguien me sacó la cabeza. No sabes el susto, mis amigos me habían visto y fueron a ayudarme, salí tambaleando y no me metí al mar en un mes creo. Pero bueno, parte de la experiencia me hubieras dicho.

¿Por qué tenías que quedarte en silencio cada vez que te enojabas conmigo? ¿ves ahora todos esos minutos perdidos? Ahora estoy sola y como loca hablándote y el silencio nuevamente es lo único que me acompaña. No quiero volver a la ciudad, no quiero volver a una realidad que aborrezco porque no estás. ¿Quién me dará cátedra sobre historia? ¿Quién me hará paseos por la ciudad explicando cada parte de ella? ¿Quién me acompañará a comer lo que nadie quiere, en lugares nada sofisticados? ¿Quién se reirá de mis ocurrencias? ¿Quién lidiará con mi genio malvado y lo convertirá en una alegre sonrisa? Odio que no estés.

¿Te acuerdas cuándo te escribía cartas? Las botabas después, las leías pero no las guardabas, me decías que todo quedaba grabado en tu corazón y que los papeles sólo acumulan polvo. ¿Guardarás todo esto que te digo?

Cae la tarde y debo regresar, tengo mis libros, nuestras cosas y tu recuerdo. Debo volver a ellos, llegaste tan tarde a mi vida y luego terminaste tan rápido la tuya, que desprecio todo el tiempo que se diluye, desprecio el tiempo que no estuviste, desprecio el tiempo que ahora vivo sin ti.

Recojo mi cartera y miro un rato al mar, me toca regresar, hoy que no estás.









martes, 3 de junio de 2014

No es el momento

Se escucha un llanto de bebé, estoy caminando descalza sobre una alfombra en un pasillo largo y oscuro, hay muchas puertas y no logro determinar de dónde sale el sonido, acelero el paso porque el llanto se vuelve aterrador, es un llanto pidiendo auxilio aunque no haya palabras, sólo gritos, empiezo a abrir las puertas desesperada, casi temblando y con el corazón agitado hasta que encuentro una entre abierta, la empujo y entro. Es una habitación blanca, totalmente iluminada, me lastima los ojos en un primer momento pero entro, no hay alfombra, todo es blanco y los gritos del bebé son desgarradores, hay una cuna pegada en la esquina de esta habitación sin muebles ni ventanas. Me apresuro y al llegar a la cuna, sólo un inmenso charco de sangre, de repente es mucha sangre regándose por la cuna, cayendo al piso, mojando mis pies. De repente todo el piso está lleno de sangre y es ahí cuando me despierto. Maldito sueño recurrente e itinerante se queja Caterina a su esposo. -Tranquila baby, yo estoy contigo, la abraza y la pega a su pecho. Son las cuatro de la mañana, se quedan dormidos abrazados.

Caterina despierta agotada por la pesadilla, el pasado es un lugar del que difícilmente podemos salir si antes no nos hemos perdonado y ella no se lo perdona. Como flashbacks vienen a su memoria escenas aleatorias de hace veinte años. Se visualiza en ese motelucho en el centro con su novio, muerta de susto con la prueba de embarazo marcando positivo y como latigazos vuelve a escuchar la voz melosa de David, diciéndole -baby, no es el momento. No podremos salir adelante ni cumplir nuestros sueños, ya tendremos otros hijos, yo nunca te abandonaré. "yo nunca te abandonaré" palabras que retumban en su cabeza. Con violencia regresa al presente, desayuna un café con agua y nada de azúcar, no tiene apetito, ni ánimo de hacer ejercicio.

Vive en una constante dieta que no sirve para nada que no sea arruinarle el ánimo, termina de desayunar y sube a cambiarse de ropa para ir a su trabajo. Se desnuda frente al espejo y éste le devuelve la imagen de una mujer de cuarenta años casi caricaturesca. Mide 1 metro, cincuenta centímetros y su cabeza está prácticamente pegada a su pecho, su pequeño y grueso cuello está parcialmente tapado por una papada que no desaparece, más abajo su flácido pecho descansa sobre un abultado abdomen y la cintura es un concepto sin definición en su cuerpo. En su miseria física descubre que sus ojos siguen siendo bellos, atractivos y llamativos, dan luz a una vida de tristeza. Caterina es intuitiva pero no sensitiva, buena con las finanzas pero inexacta al calcular, con austeridad de carisma pero sobredosis de compostura y educación. Suspira y se viste de Michael Kors y Chanel, si no ven belleza, por lo menos verán buen gusto y dinero, se dice para si, mientras termina de hacerse una cola de caballo como peinado.

Maneja y en el tráfico otro flashback, recuerda ir caminando tomada de la mano de David, sin hablarse, muy nerviosa pero repitiéndose que no es el momento, pero que él nunca la dejará, ya vendrán otros hijos. Recuerda escucharlo constantemente decirle -baby, tranquila, yo estoy contigo, te amo, todo estará bien. Siente náuseas, en ese momento estaba tan asustada que no tuvo tiempo de odiarlo, pero ya habría tiempo para eso también. Un frenazo y regresa su atención al volante. Aparca en su estacionamiento privado, se apea y camina hasta llegar al ascensor, marca piso 13, saluda al abrirse el elevador y calla, tiene un remolino de ideas. "No es el momento" esa frase la está consumiendo.

Llega a su oficina, saluda a la recepcionista, a los demás empleados y a su asistente le pide que cancele todas sus reuniones y que no le pase llamadas. Entra a su oficina, pone seguro a la puerta, se descalza y se sienta en su silla. Apoya sus codos sobre el escritorio y las manos sobre su cara. Más imágenes, recuerda haberse puesto una bata de operación y estar en un cuartucho en el que se dudaba tanto de la higiene como de las buenas intenciones del doctor que la iba a atender, ¿atender? ¿realmente la atendieron? Rompe a llorar, recuerda la fría mesa donde se acostó y le pidieron que abra las piernas. Piernas que abrió para recibir vida y ahora estaba ahí, abriéndolas de nuevo para eliminarla, porque no era el momento...

Recuerda haber salido atontada, dolorida y ver a David, un jovencito delgado con una cara que aparentaba mucho menos de los veinte años que ambos tenían. Guapo, alto y con unos ojos penetrantes que la hicieron olvidarse por un segundo de lo que acababa de pasar y se sintió reconfortada de verlo, de sentir que contaba con él, que todo iba a estar bien, pese a que no era el momento...

¿Era una niña sabes? le dijo al verlo, íbamos a tener una niña, creo que le hubiera puesto Lucía, porque significa la que trae la luz, la que nace a la luz del día. -Tranquila baby, todo estará bien, tendremos muchas Lucías, ya lo verás dice David consternado pero aliviado.

Suena el celular. David llamando, dice la pantalla de su iphone y ella piensa que no es el momento, deja sonar el teléfono y lo apaga. Si algo puede reconocer de su marido es que David cumplió, se casaron y tuvieron un hijo. Son veinte años juntos entre muchos problemas, dinero, buena posición social, infidelidades y la niña que nunca llegó. Le pesa haber sido tan cobarde, no pudo salvar a su hija, no pudo defenderla. Priorizó el futuro de David, lo que era mejor para él pero no la vida de su hija, de la luz que estaba viniendo en Lucía. A veces piensa, ¿cómo sería? ¿tendría los ojos azules como su abuelo o café como su papá?, ¿sería bajita como ella o una mujer espigada como las mujeres de la familia de su marido? ¿Sería una empresaria como ella o una doctora que defienda la vida de los bebés por nacer? 

Ahora se cuestiona si ya llegó el momento. Si es ahora que debe volver a intentarlo. Si pese al tiempo y su edad, vale la pena nuevamente tener otro bebé, pero le aterra el castigo a la soberbia. Le aterra en su fuero interno el castigo del karma, ley divina o como se quiera llamar a ese pago por la vida que cegó. Se plantea si ya es el momento de cortar el pasado y volver a empezar. El momento siempre es hoy, pero ella no sale de ayer. De repente sólo debe esperar un poco más.

De repente, todavía no es el momento...