miércoles, 3 de diciembre de 2014

Departamento B

Los años no pasan en vano, tengo cuarenta años y me cuesta mucho subir cinco pisos por escaleras, pero la emoción puede más que mi cansancio, además al llegar, todo estará bien.

Llego al quinto piso, giro a la derecha y avanzo por un pasillo casi a oscuras. Al fondo está el departamento B. Busco en mi cartera la llave, la introduzco en el cerrojo y entro. Basta cerrar la puerta detrás de mí para que los cambios empiecen a notarse.

Mi piel vuelve a tensarse, mi abdomen se recoge, mi pelo vuelve a estar muy corto con ligeros mechones hasta los pómulos. Las canas y arrugas desaparecen, otra vez tengo veinte años. Me saco los zapatos y empiezo a andar mientras lo llamo, Fito, Fito, ¿Estás? ¡Ya llegué!

-¡Flaca, vente a la cocina!

Es un departamento pequeño pero tiene lo necesario, un dormitorio con baño, sala-comedor con un gran ventanal hacia el río Guayas donde muchas veces nos quedamos mirando el atardecer y una pequeña cocina. Entro y lo veo, no puedo evitar sentir cómo mi corazón brinca de emoción. Alto, moreno, ojos enormes almendrados de un café miel que me derrite y una sonrisa amplia de dientes blancos y grandes; brazos poderosos, un pecho enorme al que corro y me pierdo como si fuese una niña pequeña, lo saludo con un beso en la boca y le pregunto si puedo ayudarlo a cocinar. Está preparando uno de mis platos favoritos mientras, me ofrece una copa de vino.

-No flaca, tranquila. Siéntate y cuéntame cómo vas. Es un experto cocinando y se mueve por todos lados mientras yo, tomo asiento en una silla de nuestro pequeño comedor de diario y saboreo el vino.

-Nada Fito, envejeciendo, viendo pasar mi vida, tratando de encajar y desencajando todo el tiempo. Ser madre de dos niñas con la responsabilidad social de ser su ejemplo es agotador. A veces quisiera que el tiempo pase y ya no tener que irme de aquí nunca. 

Se acerca por detrás de la silla donde estoy sentada, se acuclilla y me abraza, me susurra al oído que todo estará bien. Se levanta y sigue en sus labores culinarias. 

Voy al baño, me lavo la cara y me veo en el espejo, maravilloso limbo en el tiempo, sólo aquí vuelvo a ser joven, todo es perfecto, todo está donde lo dejé. Camino por el departamento y veo nuestra historia en mil fotos colgadas tapizando las paredes.

Está el viaje a Quito, ese fin de semana lleno de amigos, celebrando la vida y la juventud. También hay fotos de un fin de año en Salinas con toda nuestra familia. ¡oh por Dios! hasta ha colgado las fotos de la sesión de fotos que nos hicimos por algún aniversario -estaba gordísima-. 

-¡Fito, colgaste las fotos de la sesión de fotos donde me veo gorda!

-¿gorda? jajaja ridiculilla es que eres. Guapa siempre y que no se discuta que sales muy bien.

El denominador común son las sonrisas, en todas estamos abrazados y sonriendo. Odio ver que el tiempo sigue corriendo y pronto me tendré que ir.

-¡Flaca, ya está la comida, ven!

Comemos, nos reímos, recordamos amigos que estuvieron pero ya no están. 

-Fito ¿Y si alguna vez al entrar, tú ya no estás?

-Entonces se habrá terminado el tiempo, pero en este momento sí estoy, no pienses tanto en futuro, flaca. Vive ahora. Si estamos aquí, por algo será. Si pese al paso y el peso de los años, todavía podemos cruzar la puerta y volver al momento cuando lo dejamos, debemos disfrutar esta oportunidad. 

-Fito ¿Algo hay? ¿Me amas?

-No vayas por ahí flaca, es doloroso. Sabes que al salir las cosas serán diferentes.

-¿Y si cambiamos las cosas afuera?

-No se puede, tienes muchas responsabilidades y temores. Lo respeto. No entremos en ese laberinto. Nos haremos daño.

Miro el reloj para distraer la atención, odio esas respuestas. Apuro la comida y me levanto de la mesa, le digo que ya es hora, debo regresar a mi presente. Me acompaña hasta la puerta y antes de abrirla me mira. Me mira tanto que no puedo evitar pegarme a su pecho para no romper a llorar; todo se detiene, mi oreja pegada a su pecho escucha su latido al mismo ritmo que el mío, su barbilla se apoya en mi cabeza mientras un brazo me rodea hasta cubrir toda mi espalda y con el otro, me abraza mientras su mano acaricia mi cabello corto.

-A veces quisiera que lo tuvieras largo como en la actualidad, pero corto te queda muy bien también. No le respondo. El silencio nos rodea, sólo se escuchan nuestras respiraciones.

Sin soltarnos, seguimos no sé cuánto tiempo más, fundidos el uno en el otro. Hundo mi cara en su pecho y él me separa con cariño, toma mi cara entre sus manos y me mira. No necesitamos palabras.

Estar tan cerca de la puerta empieza a surgir efecto en nosotros, las arrugas empiezan a aparecer, las canas y libras de más también, nos echamos a reír y viene un último beso en los labios.

Abre la puerta y salgo, empiezo a caminar sin voltear pero sé que sigue mirándome. Casi a punto de bajar las escaleras escucho:

-¡Flaca! ¿Volverás?

Me detengo y volteo

-Siempre Fito. Siempre volveré a ti.



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