viernes, 30 de agosto de 2013

Un par de palabras

Laura se incorpora de su cama con sábanas blancas a rayas azules, no llega a pararse, se queda mirando sus pies, lleva un pedicure con uñas azules, mueve los dedos y sonríe del colorido, está en calzón y camiseta de cuello redondo de algodón toda de blanco, no tiene ganas de nada, no sabe si tiene anemia incipiente o una ligera depresión, pero sólo tiene ganas de dormir, llorar y quedarse bajo sus sábanas sin saber del mundo.

Le da vuelta la cabeza Eduardo, llevan mucho tiempo juntos y empieza a parecer demasiado. Su indiferencia empieza a volverse notoria, los mensajes al celular dejaron de llegar, las llamadas son escazas, los encuentros que antes eran largas tertulias en cafetines o restaurantes, empiezan a volverse cada vez más distantes. Inclusive los encuentros físicos que tantos malabares en la agenda eran capaz de realizar a cambio de estar juntos por horas interminables, están desapareciendo y cuando llegan, son fugaces y dignos de ser olvidados.

La vida está llena de despedidas y reencuentros piensa y respira hondo, sigue mirando sus pies, se despereza, levanta y camina hacia la ducha, necesita recibir el agua helada sobre sus ideas, poner a funcionar las neuronas y calmar las emociones ya que carece de inteligencia emocional, lo sabe, es un defecto malvado que no ha logrado corregir, ella es totalmente pasional, capaz de armar un torbellino arrastrada por los celos o cruzar una ciudad completa sólo para verlo y decirle a Eduardo que lo ama. Radical y extremista hasta en su apariencia. Muy alta, delgadísima, pelo corto lacio y de una hebra hasta las orejas, con una cara ovalada y una nariz que hace conjunto perfecto con la boca. Guapa según el criterio de todos los que la conocen y con grandes problemas de autoestima para los que la conocen un poco más.

Siente el fuerte chorro de agua sobre su cabeza, apoya las manos frente a la pared como si necesitara sostenerse para aguantar estoicamente toda el agua helada que cae sobre ella, llora, llora mucho en esa posición sin moverse, sin enjabonarse, sólo llora y recibe el golpe de agua como castigo por sus excesos, por acosarlo; repite mentalmente los últimos diálogos, llenos de reclamos e incoherentes peticiones de su parte y vienen las imágenes de un Eduardo impertérrito frente a su berrinche, sin moverse ni pestañear; ella pudo percibir cómo moría todo viendo sus ojos mientras ella seguía llorando y suplicándole que no se vaya, recuerda verlo girar sobre sus talones en silencio, caminar hasta subirse en su auto y arrancarlo sin apuro.

Ha decidido ir a verlo, para terminar con todo o tratar de salvar la relación, extremista, sin saber detenerse, se viste apresuradamente: un jean ajustado, una blusa negra sin mangas y unas zapatillas cerradas tipo ballerina junto a una cartera roja pequeña que le cruza el cuerpo delgado y espigado. Va en bicicleta porque la mañana está deliciosa, hay un sol que abraza con viento frío que bien podría necesitar un suéter más tarde. El pelo corto y lacio vuela con el viento, sus gafas redondas protegen sus ojos tristes mientras sonríe esperando que todo salga bien.

Pedalea pensando que él tiene demasiado poder sobre ella, por eso la manipula emocionalmente y la hace vivir una ruleta rusa de sentimientos extremos que terminarán matándola. Golpea dónde sabe que la va a lastimar y cuando la ve totalmente destruida, se le acerca, la besa y con esa gran sonrisa de canalla, le dice que está exagerando porque las cosas no son tan terribles, le suelta un par de palabras afectuosas o alaba una vez más, su belleza irresistible y las cosas vuelven a la normalidad enfermiza en la que esta relación se encuentra.

Laura busca un par de palabras que la hagan volver a soñar que siguen conectados, ansía ese par de palabras que vuelvan a poner todo en orden dentro de esta anarquía. No tiene idea si Eduardo la recibirá, no ha contestado sus mensajes ni sus llamadas, por cierto, innumerables y agobiadoras. Intenta inventar un pretexto, un motivo que los saque de dónde están y puedan hablar, llega hasta el edificio donde está su oficina y aparca la bicicleta. Sube por las escaleras los dos pisos hasta estar frente a la puerta de su oficina, le empiezan a temblar las rodillas y las manos, toca suavemente la puerta y la secretaria la deja entrar, pide hablar con Eduardo y este a regañadientes la deja pasar, le ofrece agua y ella niega con la cabeza.

Se sienta en un cómodo sofá y lo mira sin hablar, sigue esperando ese par de palabras, un: "te amo", "te quiero", "está bien", "si seguimos", "imposible dejarte", "eres vida", "mi amor". Cualquiera de esas estaría bien escuchar en estos momentos, lo ansía con todo su corazón, ese par de palabras y todo lo demás estaría borrado, olvidado y eliminado de su corazón. Eduardo es un hombre educado, de finos modales. Ella sabe que cualquier palabra que salga de su boca será decisiva en estos segundos que parecen eternos mientras se miran tratando de leerse y de hablar sin palabras.

Recuerda cuando eran felices y no paraban de reír, cuando lograban burlar todas las responsabilidades y se escapan para besarse, para caminar tomados de la mano y se le atoran las lágrimas para no llorar mientras espera la reacción de él.

Eduardo le pregunta el motivo de su sorpresiva visita y ella empieza a pensar una excusa para salir, para verse a solas y hablar, algo que ofrezca la oportunidad para poder escuchar ese par de palabras que le darán un giro a su relación y lo invita a almorzar.

Eduardo sonríe con una mueca forzada, es un hombre muy inteligente y sabe que la pregunta implícita es otra y su respuesta será justamente a esa pregunta latente en el ambiente, se toma su tiempo, ordena unos papeles restándole importancia al nerviosismo de Laura, pone sus dos manos en señal de oración o súplica, la mira condescendiente, suspira, abre la boca y le dice: No, gracias. Estoy ocupado.

Laura se levanta, no tiene fuerzas para armar una batalla, acaba de perder la guerra. Trata de sonreír al despedirse y sale de la oficina y de la vida de Eduardo con la mayor tranquilidad que le es posible. Recibió lo que buscaba: un par de palabras.














martes, 27 de agosto de 2013

Un dios dormido

Paul duerme tranquilo en los brazos de Rosario. Ha estado fuera de la ciudad una semana y apenas bajarse del avión, lo primero que hizo fue ir a buscarla para refugiarse entre su carne. sólo Rosario lo conoce, lo mira y lee sus ojos tristes, llenos de silencios que gritan sin hablar y al abrazarlo se funden en un sólo ser, piensan igual y hablan el mismo idioma que nadie más comprende.

Están acostados desnudos, cubiertos sólo por todo el recuerdo de la pasión de hace unos poco minutos, ella lo tiene apoyado en su pecho totalmente rendido, durmiendo profundamente y trata de imaginar ¿en qué piensa?, ¿con qué sueña? Mira su rostro impoluto, el tiempo no pasa por él, su nariz recta, labios carnosos bien perfilados, una ligera hendidura en su rostro al sonreír. Ahora sus ojos de mirada profunda totalmente cerrados, sus pestañas casi topan sus pronunciados pómulos y tiene una expresión de calma y paz que la hacen querer apretarlo con fuerza hacia ella, pero sólo lo aprieta despacito con temor a despertarlo.

Su respiración es pausada, parece un dios dormido. Su piel bronceada brilla bajo la luz que logra entrar por la ventana, sus brazos definidos, sus piernas torneadas y su espalda fuerte hacen que Rosario lo vuelva a desear una vez más, pero prefiere tenerlo así, como si fuera un bebé desprotegido a quien acaricia su pelo arrullándolo, para que no tenga pesadillas, para que se sienta amado y sus sueños sean agradables.

Pasan los minutos, pasa una hora y Rosario recuerda haber vivido horas más intensas, momentos y personas que la hicieron vibrar mucho más de lo que Paul alguna vez podría, sin embargo, está ahí velando su sueño, cuidando su respiración, sintiéndolo suyo por esos minutos. La vida nos somete a juegos injustos y encuentros a destiempo, pero ahí van caminando, compartiendo sus miserias, sus alegrías y despidiéndose pensando que tal vez esa sea la última vez.

De repente Paul despierta, un poco atontado, evidentemente no logra ubicarse ni dónde, ni con quién está todavía. Pide disculpas por toda la saliva derramada sobre el pecho y cuello de Rosario, por el tiempo "perdido"  mientras dormía y empieza a vestirse. Rosario le sonríe, le dice que no hace falta disculparse y trata de explicar lo especial que fue para ella. Él asienta con la cabeza, sonríe un poco sin prestarle mucha atención, ella lo ve arreglarse y en cada prenda que se pone está un nuevo adiós.

Nuevamente vuelven a despedirse, pero esta vez sin saberlo, él ha dejado algo suyo dentro de ella.