viernes, 1 de noviembre de 2013

Entre ruinas

Eduardo y Paula han viajado más de diez horas, están agotados pero contentos, acaban de llegar a Roma, ciudad romántica por naturaleza y la última oportunidad para salvar su relación. Llegan al hotel pre pagado por Internet, mucho mejor que las expectativas de ambos, pequeño, acogedor y con unos empleados desviviéndose por complacerlos.

Se chequean, dejan maletas y duermen un poco, ya son las diez de la mañana y empieza a acortarse el tiempo para la reserva de una visita por el coliseo romano, Eduardo sigue durmiendo. Parece un príncipe para los ojos de Paula, tiene pelo lacio y negro aunque unas canas atrevidas han decidido empezar a crecer dándole un toque interesante a sus cuarenta y pocos; todavía conserva el cuerpo atlético y altivo de sus veinte, tiene un andar seguro, con un ligero movimiento de caderas, espalda erguida, mirada siempre crítica y la boca en una mueca que insinúa un beso, una sonrisa o una palabra a punto de salir, dependiendo del lugar y la compañía. Es un hombre que nunca pasa desapercibido ante la mirada de las mujeres a su andar.

Paula se sienta en una silla cercana a la cama y lo mira, lo admira realmente, dormido boca abajo con las manos abrazando la almohada y los músculos de los brazos bien definidos, su espalda ancha, fuerte y desnuda. Sus ojos cerrados, el mechón de pelo sobre su frente y esa boca de labios carnosos entreabierta le provocan unas ganas de saltar sobre él y besarlo, amarlo como siempre... pero como siempre, regresan a su memoria todas las veces que él ha fallado, todas las veces que la ha maltratado emocionalmente, todas sus infidelidades y el deterioro de su autoestima en cada "nuevo hallazgo" y se sacude las ganas

-Eduardo ya es hora, por favor levántate, tenemos que tomar el metro y se nos acorta el tiempo de la reserva.

- Déjame en paz un rato, estamos de vacaciones...

Paula suspira y arremete - Tu vives en unas eternas vacaciones de responsabilidad, todo siempre es cuando tú quieres ¿verdad? cuando a ti te parece que es "el momento adecuado". Creo que este viaje no arreglará nada, terminaré quedándome sola.

-Vida, tranquila. Yo te quiero, no sé por qué viene toda esta descarga, tengo jet lag, ya me baño y nos vamos.

-Nos vemos allá, toma tu ticket y tu número de reserva. Estoy harta de esperarte, te he esperado desde la primera vez que almorzamos juntos, te he esperado toda mi vida, creo que he esperado suficiente.

Paula se pone su bufanda rosada, se calza unas botas de cuero negro y hace un ademán como despedida mientras sale muy enfadada. Mientras camina por la avenida Nazionale rumbo al metro llora, es que no importa dónde viajes, la tristeza siempre viaja contigo, ella planificó sola el viaje, el hospedaje, los lugares que visitarían, Eduardo sólo cumple con estar, se sabe tan bello y amado por ella que cree que con su compañía ya le da lo suficiente, fanfarronea siempre que la conoce y no la conoce nada.

Llega al coliseo, entrega su ticket, paga los audífonos y empieza a caminar, a sentir toda la energía de un lugar que mezcla gloria y miseria, donde caminaron las víctimas y los victimarios que crearon espectáculos de sangre y euforia para un pueblo hambriento de algo que los libere de sus monstruos internos. Camina y se funde en esas ruinas, siente que viaja en el tiempo, que se conecta con olores, imágenes y situaciones y está pérdida en este ambiente surrealista cuando de repente lo ve entre la gente aparecer como un dios, es que Eduardo es un hombre que llama la atención con su metro ochenta, gafas Ray Ban y sonriendo como si no hubiese pasado nada. Paula nunca pudo resistir esa sonrisa, le sonríe igual y le pregunta por sus audífonos. Él le contesta que no los necesita.

-Tú eres mi guía Paula, no necesito nada más-  Y son esos comentarios que la desarman y él lo sabe. Caminan juntos un tramo y ella va explicándole diferentes datos, cosas triviales hasta que él le dice: -¿quieres bajar?

-¿Bajar? dices ¿a los camerinos de los gladiadores? por supuesto, me encantaría pero está prohibido, no hay acceso.

-Venga bonita, confía en mí Efectivamente él la toma del brazo dan unas vueltas, sortean unas personas, puertas y logran bajar y caminar en esos laberintos, estrechos caminos de piedra, donde se puede escuchar los lamentos y súplicas de todos aquellos que dieron su vida a cambio de la diversión de otros. Paula estaba atónita y de repente se adentran en unos laberintos por debajo del coliseo, muy oscuros y con humedad. -Creo que debemos salir Edu, me preocupa luego no poder subir. Nos pueden ver y nos meteremos en un lío.

-Paula, quiero hablarte, siéntate sobre esta piedra, escúchame y luego salimos.

-Dale, ¿qué pasa?

-Te amo ¿sabes? Te he fallado mil veces y te he pedido perdón mil veces más. Hemos tenido una vida muy difícil pero con muchos buenos momentos también. Hemos perdido hijos y hemos tenido otros. Tuve la oportunidad de dejarte algunas veces por creerme enamorado de alguna, lo confieso. Pero nunca pude dejarte porque tenemos un lazo indestructible e insondable. Es una fusión de almas hecha de a poco con el pasar de  los años.

-¡Enamorado de otra! ¿te planteaste dejarme? realmente eres la peor persona que me ha podido tocar, tu sinceridad es un asco ¿sabes? ¿para eso me trajiste aquí?

-¿Puedo terminar de hablar? no dañes todo ahora, haz silencio. Paula asiente mientras empieza a fabricar la contra réplica.

-Retomando, te amo Paula, no tengo mucho tiempo, quiero que te quede claro, quiero que por favor lo recuerdes siempre. No estás sola. No te dejaré sola nunca, voy a estar contigo hasta el último halo de aliento de tu vida. Me vas a sentir cerca de ti, siempre. Te suplico que nunca sientas que te he abandonado.

Justo cuando Paula iba a responder, un guardia llama su atención y les reclama que no pueden estar ahí, todo un problema. Salen en medio de una multitud que también salía y entre la gente Eduardo se confunde y Paula lo pierde de vista. Más furiosa que al inicio del día, toma el metro de regreso y va al hotel para esperarlo pensando que sería el colmo que ya en Roma haya enganchado con alguna. Sube las escaleras, pide las llaves de su habitación y pregunta si él a llegado, nadie sabe nada porque ha coincidido el cambio de turno.

Abre la puerta y lo encuentra en el piso, corre a verlo y está frío, rígido como una piedra. Empieza a gritar por ayuda y llega la gente del hotel, luego un médico y bueno, el diagnóstico es obvio. Está muerto, lo desconcertante si hay algo más desconcertante que una muerte inesperada, es el tiempo en que ocurrieron las cosas. Eduardo lleva cinco horas muerto, su ticket descansa junto él en el piso, pero Paula lo siente a su lado.