viernes, 30 de diciembre de 2016

La llave

Apoyada contra la puerta, reviso visualmente el departamento. Todo lo importante está guardado en mi maleta. 

Antes de irme, doy un último recorrido. Empiezo a caminar descalza, toco las paredes colmadas de fotos con momentos que nunca existieron. Viajes que no hicimos, paseos tomados de la mano, junto a risas que se ahogaron en el río.

Echo un vistazo a la habitación. Paredes beige, cortina de encaje blanco, que se eleva gracias a una ráfaga de viento que entra por la ventana, refrescando el ambiente rancio donde ha escapado lo que alguna vez hubo. Me siento un rato en la cama siempre arreglada, cubierta por sábanas de promesas incumplidas y colchas de ausencias. Me levanto y acaricio la repisa llena de libros que nunca llegaron. De repente, encuentro un par de zapatos rotos, cansados de regresar sobre lo andado, intentando una y otra vez que el destino sea diferente, pero han decidido rendirse y duermen bajo la cama, esperando su olvido. Les regalo una sonrisa, y los dejo descansar. Salgo sin hacer ruido.

Cuando paso por la cocina, recuerdo los desayunos ácidos, los almuerzos en solitario, y las cenas imposibles. Se me hace pequeño el corazón, pero las gotas de mi lluvia se fueron, y la secuencia de los pétalos al caer, señalaron el camino a seguir.

Finalmente avanzo hacia la puerta. Soy débil, he tratado de irme y no volver, muchas veces, pero la puerta nunca tuvo cerrojo. Así que esta vez, he mandado a hacer una complicada cerradura con una llave que sólo tengo yo.

Empujo la puerta, tomo la maleta llena de decisiones, y determinaciones, doy un paso, otro más, cierro la puerta detrás de mí. Miro la llave, no hay otra opción, extiendo mis muñecas y permito que ella penetre dentro de mis venas cortando las puertas del arrepentimiento, abriendo el camino hacia mi libertad.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Por fin llegó

Esta mañana el sol salió desde muy temprano. La habitación encierra calor, tengo la ventana abierta de par en par, pero la cortina blanca con ligeros encajes sigue inmóvil, no hay ni una ligera brisa, sin embargo, estoy feliz. 

He limpiado todo, sacudí el polvo de mis libros, barrí la basura y dejé todo en una fundida afuera de mi puerta, para que la recojan en el turno de limpieza, a las once de la mañana. Armé paquetes con sueños, los mejor se los dejaré a Teresa, una flaca huesuda como yo, pero con la paciencia y tolerancia que nunca tuve, ella sabrá cumplirlos. Los imposibles, se los entregaré a la hermana Teresa, ella rezará para que sucedan y las pesadillas, las dejaré libre para que vuelen a otro cuerpo.

Para no aburrirme mientras espero que vengan por mí, reviso fotografías. Las he puesto sobre mi cama en orden cronológico. Primero está la sesión de fotos en blanco y negro al cumplir un año, Pérez, se lee como firma, tengo entendido que era el fotógrafo de moda para tomar fotos a los bebés de esa época. Se ve a una niña regordeta con vestido blanco, medias con filo de encaje a la altura del tobillo y zapatos del mismo color, churros negros recogidos en dos moñitos, uno encima de cada oreja. Estoy señalando algo y mis ojos se ven atentos mientras mi boca sonríe.  

Prosiguen las fotos, muchas cargada por mi papá, otras por mi abuelo. Empiezan a aparecer las fotos caminando. Hay una que me gusta mucho, estamos mi madre y yo andando por la arena, del lado derecho se ve el mar casi tocando nuestros pies con su espuma. Estamos sonreídas, ella me mira y yo miro mis pies, detrás se ven nuestras huellas.

Creo que tuve una niñez tranquila, me gustó la adolescencia, pero mi etapa favorita fueron los veinte años. Lastimosamente se fueron muy rápido. Encontré una foto que me hizo recordar un momento que estaba olvidado. Estoy apoyada en mi Chevrolet Malibú Classic, un auto enorme, blanco con techo celeste. Automático. Tengo el pelo muy corto, llevo una camiseta negra con el cuello redondo pegado al cuello y las mangas cortas son de color gris. Estoy sonriendo y tengo los brazos cruzados sobre el pecho. Me fijo que llevo una pulsera roja, igual que ahora. Esa costumbre de usar un hilo, pulsera o lana roja, la tengo desde hace tanto tiempo que ya olvidé porqué empecé a hacerlo. Mi hermana tomó esa foto, era una tarea de fotografía para la universidad. Extraño a mi hermana, no había pensado en ella hace muchos años. Ahora sé que la familia es aquella que te acompaña, y sostiene tu mano cuando estás a punto de caer. Yo la dejé caer. La abandoné, me perdí en un laberinto del que nunca logré salir hasta que me trajeron. (Temo que ella fue quien me encontró y dejó acá). Imagino que nunca me perdonó haber sido un fracaso como hermana mayor, considerando que pocos días después de esa fotografía, nuestros padres murieron en un accidente de tránsito y empezamos a vivir entre tíos y abuelos hasta que me fui. Tomé la mano de un leviatán alado que me dio la oportunidad de volar lejos de mis problemas y mantener mi cabeza dispersa, el mayor tiempo posible.

Demasiados años viajando, tanto tiempo desconectada que cuando regresé, todo había cambiado. La primera vez que me desperté aquí, pasé un día entero viendo mi rostro. No entendía nada, estaba en pijama. Tenía una caja con libros, otra con fotografías y recuerdos de mi infancia, un par de vestidos colgados en el armario, dentro de esta habitación blanca con una cama pequeña, velador, y baño. Fui linda, estoy segura de que hubo un tiempo en el que fui realmente bonita, tengo ojos pequeños y el párpado casi los cubre, pero antes, eso me daba un toque sexi en la mirada, mi nariz es pequeña y perfilada, la boca parece dibujada y está en armonía con mis cejas dentro de mi cara ovalada. Ahora tengo el pelo largo lleno de churros, pero grises, y mi piel está absolutamente apergaminada, casi he perdido las pestañas. Mi cuello está arrugado y la piel debajo de mi barbilla está tan flácida que parece cuello de pavo, me río de mí absurda apariencia actual. La belleza no sirve para nada, no me sirvió nunca. Estoy aquí sola, esperando que por fin vengan a recogerme. Tuve algunos intentos por escapar, pero todos los intentos fallaron hasta que mi demonio guardián movió los hilos y permitió que lograra sobornar a un empleado para que compre el frasco que contenía el boleto de partida. Ahora, sólo espero que vengan por mí.

Para esta ocasión, elegí un vestido naranja con encajes, los hombros al descubierto. Llevo el collar de perlas que me regaló el abuelo a mis doce años, (asumo que mi hermana sabía que terminaría escapando y me quería elegante) me he cepillado el pelo y lo he recogido en una trenza que abraza mi espalda mientras recojo las fotos de mi cama y las empiezo a guardar en la caja donde las encontré.

Me acuesto sobre la cama y me quedo mirando el florero sobre mi velador, providencialmente ayer, pusieron astromelias, mi flores favoritas, perfectas para una despedida.

Finalmente estoy aquí, mis piernas están ya entumecidas y no las puedo mover, los párpados están pesados, es imposible abrirlos y el sueño empieza a dominarme, sólo quisiera verle la cara, quisiera saber cómo luce. Escucho a lo lejos un ruido... por fin llegó.