miércoles, 6 de mayo de 2015

Lunes

Al caminar, mis pies toman vida propia y se enfilan hasta el malecón. Busco el banco que está justo en la punta saliente, pero me apoyo en la baranda, desde allí tengo de ambos lados al río Guayas que temerario me reta a olvidar y aceptar el pasado. Sin embargo, al estar aquí, sólo puedo recordar cuando caminaba tomada de la mano de Julio, veníamos siempre aquí para huir del tiempo y del ruido. Todo se detenía, sólo había sonrisas y besos.

Saco un cigarrillo de mi cartera, lo protejo del viento con mis manos mientras lo enciendo y aspiro la primera bocanada profunda, retengo el humo dentro de mi cuerpo un rato y luego lo exhalo lentamente. Mientras el humo se mezcla con el viento, abro mis brazos para que la brisa me abrace por completo; ella despeina mi cabello, mueve la blusa recordándome viejas caricias, así que bajo los brazos bruscamente y me quedo un rato mirando el agua café, llena de lechugines, moviéndose violentamente.
      
   -¡Maldita ciudad! Maldita ciudad que atrapó su olor y me obliga a respirarlo cada segundo. Maldita ciudad que tiene su cara en cada esquina, escultura, monumento y momento, muchos momentos que no volverán.

Grito, pero nadie puede ayudarme, ya es tarde. Se terminó el tiempo, ya no quiero vivir sola. Me descalzo, subo a la baranda y estando ahí guardando el equilibrio, veo el río agitado a mis pies. El río me desea, está ansioso por tenerme, y yo, no tengo nada que pueda perder.
      
    - ¡Hey Señorita, oiga, no puede estar ahí!

Caigo tan lentamente que siento que es eterna la distancia entre vida y muerte, pero algo sale mal, tropiezo sobre un banco de arena ligeramente cubierto por el agua. Pienso que de repente Dios me está dando una segunda oportunidad y me veo así, parada sobre las aguas, siento la corriente a la altura del tobillo y empiezo lentamente a girar sobre este espacio que detiene mi destino.

Disfruto el viento golpeando mi cara y veo gente amontonándose en el malecón, lucen desesperados; agitan sus manos, gritan frases y decido darles la espalda. Empiezo a andar, esto no es una segunda oportunidad –me repito- esto es un empujón para tomar impulso, apuro el paso hasta sentir que he llegado al fin de esta porción de tierra, y empiezo a hundirme sin retorno, envuelta en la corriente que me aleja del ahora y me lleva al pasado con Julio.
   
    - ¡Águila uno, llamando refuerzos, tengo un tres cuatro! Malditos suicidas de malecón, tenía que ser lunes.