sábado, 5 de abril de 2014

La Niña

La niña llora. Se ha escondido detrás del viejo sofá que lograron mantener después del embargo. Lo ha perdido casi todo y sólo tiene cinco años.

Su papá los abandonó. Su mamá llora por las noches y durante el día sale a buscar empleo. No es tarea fácil para una mujer con tres hijos que alimentar y ninguna experiencia laboral, pero no se rinde.

Cuando papá se fue de casa se llevó la alegría y la esperanza de la familia. Luego los embargaron por deudas impagas y finalmente se mudaron a una casa más modesta que aquella donde vivía su empleada, cuando había dinero para pagar por servicio doméstico. Es que ellos tuvieron dinero, pero ya no lo tienen más.

La niña llora porque se siente sola. Sus hermanos en la calle, en la casa ella no tiene qué comer y mamá no llegará hasta la noche. Cierra muy fuerte los ojos hasta casi hacerse daño porque a ratos siente que es una pesadilla de la que no logra despertar.

"España" repite en alta voz, ahí está papá, pero no trabajando como el papá de Sara su vecina; su papá se fue a ese país que queda a un océano de distancia, como dice mamá, porque ahí está "su casa", su otra casa, una casa que ni ella ni sus hermanos podrán visitar jamás.

La niña se levanta, se seca las lágrimas y sale a caminar. Su nuevo barrio es pobre, las calles no tienen adoquines ni asfalto, se levanta polvo al caminar y todo es lodo cuando llueve pero hay una iglesia grande, hermosa y cerca.

Entra a la iglesia por curiosidad. Su mamá le ha dicho que dentro de las iglesias vive Jesús "un hombre pobre como ellos que entregó su vida por los hombres" (no entiende bien esa parte) y no vive solo, ahí también está María, su madre, quien es "nuestra madre del cielo". Ellos según mamá, siempre escuchan cuando uno habla con el corazón, así que se acerca hasta una escultura de la Virgen María, se arrodilla y llora. Le cuenta de su soledad y de su hambre. Le ruega que su mamá no se muera y que consiga trabajo para que empiece a haber comida en casa. Se levanta y regresa a casa.

Todo está igual, se pregunta si la Virgen no escuchó bien o si ella no habló lo suficientemente alto. Acude el siguiente día y el día después. El ruego es el mismo y la desilusión también.

De repente una mañana de mayo, en la puerta de su casa aparece una funda de plástico blanco llena de pollo, cebolla, pimiento, tomate, arroz, pan y leche. La semana siguiente nuevamente y la siguiente y el mes que viene igual. La niña sigue yendo a la iglesia pero ya no ruega, sólo llora, agradece y besa los pies de la escultura.

La niña ya no llora. La niña creció y le cuenta esta historia a su hijo porque nunca supo si fue una vecina piadosa que se compadeció del lamento de una criatura hambrienta y solitaria o simplemente que la Virgen siempre escucha si le hablamos con el corazón.





La Casa

La casa está vacía. Guarda la belleza de sus años mozos pero está sola. Sus puertas siguen siendo bellas con hermosas molduras y detalles que encantan a los transeúntes que las ven al pasar mientras se dirigen a sus trabajos, pero su apariencia es añeja ahora. Las ventanas siguen trayendo luz y alegría al abrirse, pero no hay nadie para apreciarlo ni abrirlas ya. 

Se fueron los años y crecieron edificios modernos y nuevos a su alrededor. Le queda de vecina y recuerdo, la vieja iglesia tan antigua y bella como ella. Se miran a distancia, sienten el cobijamiento de los años, pero están solas.

El centro de la ciudad es un lugar hermoso para una casa como ella, piensa y se consuela. Alguna vez todo giraba en torno a ella. Alguna vez todos la llamaban bonita.

No tuvo muchos habitantes. Cinco familias, cinco historias, cinco finales y despedidas. Durante los años que cada grupo de personas vivió en ella, hubo risas, fiesta y alegría; también vivió llanto, distancia y pérdidas, pero se sentía feliz de estar acompañada. Cada habitante imprimía su esencia de vida y la vida avanzaba. Tenía la esperanza de que esta última familia sea su familia definitiva, soñaba con terminar de vivir con ellos y trascender en el tiempo entre sus historias, sin embargo fueron su perdición, removieron sus cimientos sólo para destruirla, dañaron su paredes, rompieron sus ventanas y sin piedad dejaron que los vidrios rueden por el piso. Cuando deterioraron hasta su pintura se marcharon. Ahora está vacía.

El tiempo pasa en vano pero ella no pierde la esperanza, anhela la llegada de alguien que venga y le devuelva la luz. Alguien que abra de par en par sus ventanas y vuelva a entrar un aire fresco y renovador que la invada de alegría nuevamente.

A veces logra entrar una pequeña brisa por debajo de la puerta levantando el polvo que abraza su interior desvencijado y algo en ella retoma la esperanza. Está segura que todavía puede volver a tener la casa llena y confía que los siguientes habitantes serán los definitivos.