jueves, 26 de marzo de 2015

El descuido

Nos conocimos por casualidad, si realmente eso existe. Yo iba fastidiada en medio de una multitud a la que trataba de esquivar mientras aceleraba mi paso y él revisaba su teléfono. Nos detuvimos a centímetros de chocar, le sonreí y me quedé enganchada en sus ojos azules con mirada de niño perdido, cabello castaño y ondulado por debajo de sus orejas; De repente sonrió y caí derretida en esos hoyuelos a los extremos de su boca. Cruzamos un par de palabras y seguimos. Al día siguiente nos vimos de lejos en una cafetería, ambos estábamos solos, pero desde ese día, no lo estuvimos más.

Empezamos a vivir juntos casi de inmediato. Compartíamos todo nuestro tiempo libre y él cocinaba, cocinaba delicioso. Nadie lo hacía tan bien como él. Sólo había algo inquietante en nuestra idílica relación. Él tenía un cajón que estaba siempre asegurado. Alguna vez le pregunté qué guardaba y recibí muchas evasivas.

-Cosas del pasado, de mi vida antes de ti. Cosas que ya no hago. 

Esas eran sus respuestas. Una mañana violé todas las seguridades y encontré miles de fotos de distintas mujeres, rostros, piernas, brazos y espaldas sin nombres. 

Teníamos por costumbre cenar todos los viernes, comida preparada siempre por él. Ese día lo llamé y le dije que le tendría una sorpresa, yo iba a preparar algo especial.

Todo estaba a oscuras, sólo una pequeña vela sobre la mesa de comedor.Llegó a la hora que le pedí. Lo vi sacarse el saco, aflojarse la corbata, descalzarse y empezar a llamarme mientras me buscaba. Lo apuñalé directo a la yugular. Tres embestidas rápidas y en vertical para no lesionar músculos, ni permitir que la adrenalina lo arruine todo. Se derrumbó entre mis brazos sin vida. Esa noche cené sola, todo me quedó exquisito.

El peor descuido de un caníbal... es no reconocer a otro.

miércoles, 4 de marzo de 2015

La lluvia

Es una tarde gris, parece que va a llover porque la humedad se ha vuelto insoportable, te vistes lentamente, ya no tienes apuro. Un pantalón cómodo, una camisa azul. El botón del pantalón cubre tu ombligo, tu abdomen lo siente cómodo ahí y no a la altura de las caderas, como cuando eras joven hace más de veinte años atrás. Buscas esos mocasines café que tienen el soporte para tu arco, guardas las llaves en tu bolsillo y antes de salir lanzas una furtiva mirada al espejo. Todavía hay escondido algo de belleza en ti, tu abdomen no es plano y has perdido casi todo tu cabello, pero mantienes esa mirada. Aquella mirada de la que tanto hablaba Paula, piensas en ella y apresuras el paso cerrando la puerta detrás de ti.

Has decidido volver al café que frecuentabas cuando hacías más promesas que acciones, cuando la llenabas de besos y le decías que alguna vez iban a estar juntos; caminas por calles adoquinadas, estrechas, con balcones adornados con flores de mil colores. Ese colorido contrasta con el cielo casi negro, sonríes y avanzas hasta que por fin la encuentras, no ha cambiado casi nada, la misma cafetería pequeña con seis mesas. Eliges una que está cerca de la ventana para ver pasar gente y de repente, reparas en dos mujeres jóvenes que caminan tomadas de la mano, una de ellas besa a la otra en la boca y las ves sonreír, buscas las miradas del resto y no ves nada. A nadie le importó, la gente está ocupada en sus vidas; viendo las pantallas de sus teléfonos móviles, conversando o caminando, mirando sin mirar, con audífonos en sus oídos y piensas que los prejuicios siempre estuvieron ahí -en tu cabeza- que si Paula hubiese estado contigo viendo lo mismo, hubiese suspirado y hecho un comentario a favor del amor. Ella era así, una romántica empedernida, tú siempre fuiste más serio, distante y sin embargo, ahora no te sirve de nada.

Llega el mesero por tu orden y pides un capuchino con un dulce llamado "mil hojas", son cerca de seis capas de hojaldre unidas por manjar, piensas en tu diabetes, pero sabes que el cáncer diagnosticado hace pocos meses te llevará antes, así que ahora has decidido empezar a disfrutar lo que nunca pudiste. Se va el mesero y sacas de tu bolsillo la nota arrugada, la vuelves a leer pese a que te sabes de memoria cada letra, la has arrugado y llorado sobre ella, la has vuelto a planchar y la tienes hoy ahí, como si al tener la nota contigo, ella estuviera también.

Y empezarás a viajar en el tiempo, a recordar cuántas risas con Paula, ella era tan diferente a ti; desordenada, despeinada, buscando un mundo de fantasía con final feliz, mucho más joven que tú y ridículamente inocente. Tú siempre fuiste más serio y en esa época tenías demasiados prejuicios, temores, metas ineludibles, trabajo y circunstancias, circunstancias que te impedían todo. Ahora no hay nada. Ahora el tiempo te sobra, el silencio te aturde y desde que te llegó esa nota, la culpa, a veces te acompaña. ¿Qué hubiese pasado si la hubieses buscado? ¿Habrían tenido hijos? ¿Dónde estarían ahora? ¿Estarías enfermo si ella hubiese estado contigo? Todas son preguntas sin respuesta.

Recordarás la tarde cuando recibiste la nota. Habían pasado unas semanas desde que aceptaste que todas las circunstancias de antaño estaban resueltas y preso de la nostalgia empezaste a ver fotos antiguas hasta que encontraste unas con Paula, te sentaste en el viejo sillón cerca de tu cama a verlas, a recordar esa época. Llegaron las imágenes cuando caminaban juntos hasta encontrar una banca vacía para ver el atardecer frente al río, volverás a escuchar tus promesas de una vida juntos y nuevamente verás sus ojos llenarse de lágrimas el día que la dejaste, irrumpirá como un golpe en tu cabeza esa charla en la que le pediste tiempo para arreglar tus cosas y nunca volviste por ella. Todo se volverá un remolino de recuerdos e imágenes, trataste de buscar alguna amiga en común que te pudiera dar noticias de ella, pero no lo lograste. Gracias a las redes sociales contactaste con su hermano quien al llamarlo, te dijo que iba a enviarte algo que Paula había guardado para ti, pero que nunca encontraron la forma de hacértelo llegar y te sorprendiste, preguntaste por ella, pero sólo hubo un click, del otro lado del teléfono. Esa tarde, ansioso esperando el correo, llegó una caja con tu nombre. Diste propina al mensajero, cerraste la puerta y rompiste la envoltura, era una caja pequeña, adentro sólo había una nota escrita a mano.

"Cuando leas esto, ya todo habrá pasado. Te prometí esperarte toda mi vida y cumplí. No dejé de esperar, simplemente acepté que no vendrías y mi vida terminó la espera".
Paula

Lloraste y gritaste ¡Estúpida mujer! ¡Estúpida! lo repetiste muchas veces hasta que empezó a doler, el tiempo se había terminado y recién te dabas cuenta. Llega tu capuchino y distrae tus pensamientos. ¿Qué se hace cuando no se puede arreglar el pasado y el futuro no existe? le preguntas al mesero, pero él sólo sonríe y se va. Tú no eres su problema. Tú ya no eres el problema de nadie. Estás solo.

Comes lento y dejas la mitad del pedido sobre la mesa junto a una propina y sales buscando el río. Paula murió ahogada, luego lo supiste, había tomado dos frascos de pastillas para dormir y se sumergió en el río, la encontraron unos días después. Llegas hasta el muelle, bajas por unas escaleras, te sacas los zapatos y medias; sientes el lodo hundiendo tus pies hasta los tobillos. 

Está fresco así, das unos pasos y el río empieza a lamerte los dedos, avanzas un poco más, el agua llega a tus muslos. Puedes sentir la violenta corriente moviéndose contra tu cuerpo, casi a punto de hacerte perder el equilibrio y sigues pensando en Paula mientras avanzas hasta sumergirte por completo entre las aguas temerarias y oscuras. Esta vez no le fallarás. Esta vez nada te detendrá hasta volver a estar con ella.

Empieza a llover.