Luego de treinta años de habernos ido de ahí, por fin la casa de los abuelos se venderá. Es especial esa casa, sobre todo porque mi abuelo decidió tumbar una parte y construir lo que fue el departamento donde crecí hasta que tuve catorce años y nos fuimos a una casa grande, en un mejor barrio, según mis padres, perdido bajo el sol, según mis amigos; en todo caso, ya se vendió y hoy por un sentimentalismo con el pasado voy a dormir aquí.
Mi departamento está mucho más pequeño de como lo recordaba, no comprendo cómo pudo caber sala, comedor, cocina, baño de visitas y hasta cuarto para la servidumbre (con baño) en un espacio tan pequeño. La necesidad hace la creatividad supongo. Subo las escaleras, dieciséis escalones, arriba todo igual, cuatro dormitorios, dos conectados por un baño y todos de cara al pasillo que se puede ver al subir las escaleras. Voy a dormir en el que fue mi dormitorio llevada por la nostalgia. He traído un pequeño colchón inflable, colcha, una almohada y algo para leer. Hablo con mis padres, les cuento que está todo en orden, las seguridades están activadas y quedamos en vernos al día siguiente para la entrega oficial de la casa al comprador, la voz de mi madre logra generar mucha ansiedad en mi cabeza, sus múltiples aprensiones me agobian.
-No entiendo para qué quieres dormir ahí, ya la casa está vendida. ¿Por qué ese apego al pasado?
-No es apego, es nostalgia mamá, sólo quiero pasar la última noche aquí y recordar una época linda de mi vida
-Tu vida es linda ahora también, no debes mirar al pasado...
-Mamá se me termina la batería del celular, nos vemos mañana, besito.
-Sí claro, el celular, besito hijita. Cuídate mucho, activa las seguridades...
-Ya te dije que todo está en orden, beso mami, voy a cerrar. chao
No espero a que termine de despedirse, realmente es agobiante. En fin, apago las luces de abajo, sólo dejo encendida la de mi habitación.
Es la una de la mañana no puedo dormir. Me asomo desde el pasillo y veo la escalera descendiendo hasta la oscuridad. Cuando era niña vivía aterrorizada por esa oscuridad llena de formas dispersas que armaban los muebles. La luz del pasillo sólo lograba iluminar hasta el décimo escalón. Lo sé, porque sólo hasta ahí me atrevía a bajar.
-¡Qué diablos! no va a pasar nada, me digo mientras empiezo a bajar los escalones descalza, con el pantalón de pijama y una camiseta vieja. Tengo cuarenta y cuatro años, soltera por convicción y sola, hasta sentir que llegó el indicado. La luz empieza a hacerse difusa, voy llegando al décimo escalón, lo paso y aprieto los dientes, me aferro al pasamano y sigo bajando hasta que ya estoy en el último, no veo nada, sólo sombras. Me invade el mismo miedo que sentía cuando era niña, quiero virarme y subir corriendo como solía hacerlo pero no puedo. Estoy pegada al escalón dieciséis. No puedo voltearme y de repente siento que soy empujada desde la espalda, estoy pisando algo que no es mi antigua sala.
No veo nada, no logro discernir sobre qué estoy pisando, parece cemento, está frío, corre muchísimo viento y no logro distinguir ninguna forma. Logro advertir una presencia que pasa a toda velocidad frente a mi, luego otra más, es como si estuviera cruzando una calle. Avanzo, me aterra quedarme parada y que esas sombras me choquen o lo que es peor, me toquen.
Camino lento, tanteando la nada en medio de la oscuridad, las sombras pasan tan rápido que me mueven a ratos, casi no puedo respirar del miedo, siento que mi corazón va a estallar y de repente logro divisar algo.
Efectivamente, estoy cruzando una gran avenida y he llegado hasta el otro extremo, parece el portón de una casa vieja, veo una puerta de madera y corro hacia ella, tanteando, encuentro el pomo y abro la puerta, entro cerrando detrás de mi.
Todo es luz, aquí todo está demasiado iluminado, me quedo ciega por un rato, mientras espero que mis ojos se acostumbren, escucho una voz de mujer: -pase niña, la están esperando. Me tiemblan las piernas.
Sigo con la espalda pegada a la puerta y veo una habitación cuyas paredes están tapizada con dibujos de diminutas flores amarillas, del lado derecho una pequeña mesa redonda con dos sillas, a la izquierda una mini cocina tipo americana, al fondo de la habitación una anciana teje, detiene su trabajo para sonreír y señalarme el marco de una puerta tapado con una tela a modo de puerta. Tiene dedos largos y uñas enormes. Me dice nuevamente que me esperan y me hace señas que avance. -Sin miedo linda, llevan muchos años esperándola, siga. El corazón va a salirse por mi boca, tiemblo de miedo pero empiezo a caminar hasta cruzar la tela y entrar en esa nueva habitación.
Ahora todo está en semi penumbra, al fondo un gran ventanal con cortinas de terciopelo rojo a medio cerrar, a la izquierda una cama enorme y en ella, acostado un anciano con un tubo de oxígeno en su nariz, al verme entrar levanta su esquelética mano y me indica que me acerque. Por alguna razón no tengo miedo ya.
No logro verle bien la cara, pero el sentimiento que me genera es paz, tengo ganas de abrazarlo y me siento junto a él. Toma mi mano y yo envuelvo la suya con las mías, algo está pasando, siento una comunión de amor entre nosotros, una conexión de almas, no hablamos pero escucho su voz.
-Te amo Paula, cada minuto, cada semana, cada año, estoy contigo. Nunca estás sola.
-¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? ¿Estoy muerta?
-Todo el tiempo estoy pensando en ti, en una mirada tuya, desde un rincón del cielo.
-¿Por qué estoy sola? ¿Por qué no respondes mis preguntas?
- Somos aire, nos respiramos. Tú estás en mi y yo en ti. En algún momento, nuestros tiempos serán perfectos. Confía Paula. Sigue adelante
-Sigue adelante
-Sigue adelante
De repente un golpe muy fuerte en mi cabeza, un vértigo me marea y estoy en el décimosexto escalón, otra vez en mi antiguo departamento; termino de bajar la escalera y corro hasta el interruptor, prendo todas las luces de la sala y salgo corriendo. Detengo un taxi y me subo.
-¿A dónde la llevo señorita?
-Sólo siga adelante, que todo quede atrás.