martes, 5 de marzo de 2013

Carta a mi hijo

Llegaste!!!

No lo podía creer, eras más hermoso de lo que te imaginé, un pelo negro perfectamente peinado, unos ojos reflejos de los míos, tan pequeño que tu cabeza cabía en mi mano, me miraste y me enamoré.

Estuve tantos meses esperándote, caramba cuánto espere ese momento, cambiaste mi vida, ¿lo sabías? Tenía otros planes para mi cuando me llegó la notificación que venías en camino.

Te cuento, estaba estudiando, trabajaba y me iba bastante bien en lo que hacía, creía que era feliz y que el mundo giraba de la forma que yo quería, vamos, de cierta manera era así. Realmente sólo creía que era feliz, porque sólo lo fui realmente una vez que llegaste a mi vida.

Tuve todos los sentimientos imaginables, pasaba de la ilusión al temor, de la alegría absoluta a la preocupación infinita, ya me conoces, extremista y aprensiva. Temía no ser perfecta para ti, ahora sé que no soy perfecta, pero somos perfectos el uno para el otro, porque te amo y ese amor guía mis decisiones.

Quiero que seas feliz, no me importa lo que hagas, lo que eligas en tu vida, sólo quiero que sonrías todo el tiempo, que tus ojos brillen de ilusión al hablarme de lo que haces. Quiero que tu corazón lata con fuerza cuando inicies un proyecto y tu pecho se hinche de orgullo al verlo llegar a término.

Te prometo siempre estar cerca, nunca tanto para intimidarte o limitarte pero lo suficiente por si necesitas un abrazo, te prometo también, rezar por ti todos los días mientras tenga vida, estás prestado y no sabes cuánto me costó aceptar eso para poder dejarte volar.

Tu alegría siempre será mi alegría y tu tristeza romperá mi corazón mil veces aunque nunca lo notes, porque en mi sólo encontrarás fortaleza y el empujón para que puedas seguir. Puedo ser muy dura a ratos, pero si logras ver detrás de mis ojos, notarás cómo me derrito si me sonríes.

Extraño cada minuto que no estás cerca de mi, pero entiendo que estás creciendo y que así es la vida.

Quisiera regresar el tiempo y volver a tenerte en mis brazos, como esa tarde de domingo cuando saltando todas las normas de seguridad, te llevé pegado a mi pecho todo el camino a casa al salir de la clínica, mis latidos te arrullaron y tu calor me dio la certeza que todo estaba bien, que nuestra aventura recién empezaba.

Te amo hijo.

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