Nunca recuerdo cómo llegué ni quién abrió la puerta, pero ahí estoy. Lo único que tengo claro es que mi
presencia es absolutamente esperada y lícita, pero no puedo evitar la
sensación de angustia que genera el estar en casa de mi ex
amante.
Empiezo a caminar por
la sala de paredes blancas con muebles del mismo color y piso de madera, me fijo
en las fotos; hay por doquier imágenes de ellos, de ella con los niños o de él
riendo, todos siempre ríen y recuerdo cuando él también reía conmigo, pero eran
risas ahogadas, que quedaban muriendo sin luz, dentro de la habitación de algún
hotelucho. Risas que se apagaban al abandonar el lugar.
Avanzo un poco más y me
llama la atención un jardín interior con grandes plantas, tienen un árbol de
mango y muchas orquídeas, veo una escultura extravagante de madera y creo que
el gusto de ella es un poco cuestionable pero al fin y al cabo, lo eligió a él
y en su momento yo también, así que prefiero evitar sentenciarla.
Sigo caminando hasta
llegar al comedor, un lugar lleno de luz en tonalidades ocre, con una gran
lámpara de cristal y muchos cuadros de pintores desconocidos y otros muy
famosos. Todo es impecable, el piso de madera contrasta con las cortinas
blancas que dejan entrever un patio adornado con antorchas, el ambiente tiene
una fragancia que no logro reconocer, pero es muy agradable y acogedora, me
detengo un rato a disfrutar la suave música de fondo. Pienso en todas las conversaciones
sobre sus carencias económicas de niño e imagino lo feliz que debe estar ahora, rodeado de tantas comodidades. Continúo con mi escrutinio visual hasta que finalmente
lo veo sentado al final de una gran mesa y rodeado de muchos invitados. Se
levanta con todos los ademanes propios de un amable anfitrión; está más bello
de lo que recordaba, lleva puesto una chaqueta ajustada que denota su figura
bien cuidada y esculpida, si pienso mucho tiempo en
su espalda y brazos, todavía recorre un escalofrío por todo mi cuerpo. Me toma por el
codo y me lleva a un puesto cercano al suyo donde la tengo a ella frente a mí.
Por alguna razón no
me incomoda la situación y disfruto una velada agradable, no recuerdo qué
sirven ni de qué hablamos, pero recuerdo risas entrelazadas en una despreocupada alegría.
Tengo lagunas
mentales. Lo siguiente que recuerdo es encontrarme a solas con ella en el patio
ubicado sobre una colina. Es enorme, tiene césped, cancha de fútbol y una piscina
con jacuzzi; es extraño –y se lo comento- que de un lado se pueda apreciar la
belleza de la ciudad y en el otro extremo hay una carretera vieja donde algunas
volquetas siguen transitando, generando mucho polvo y ruido.
-La vida y sus contrastes, es su respuesta, y prefiero no seguir charlando sobre el tema. No sé si
ella esté al tanto de mi paso por la vida de él, asumo que sí, pero no quiero
preguntar.
Ella empieza a hablar
de dolencias físicas, me confiesa una enfermedad que la agobia; no entiendo sus
razones para una intimidad que me resulta repelente e irritante. Por un momento
mientras habla y se queja, siento tanta lástima que quiero abrazarla, me
despierta un profundo sentimiento de amor y ternura, la encuentro tan desvalida
pese a ser una mujer alta y gruesa; la imagino llorando todas las noches que él
inventaba un coctel para encontrarse conmigo, pero intuyo que el contacto
físico es inapropiado, considerando que durante muchos años a quien abracé fue
a su marido.
La sigo escuchando en
silencio, trato de hacerla sentir mejor con un par de chistes sobre médicos y enfermeras,
pero es aquí cuando todo se vuelve una neblina llena de imágenes que no logro
ordenar ni entender. Me despierto sudando y jadeando, este sueño recurrente me
persigue desde que terminé esa relación. Sé que debe tener un significado, pero
no logro encontrarlo aún.
Con todo el ruido que
he armado, mi esposa se despierta, me abraza y susurra que todo está bien. Cierro
los ojos, me aprisiono a su cuerpo y trato de volver a dormir mientras ella me
acuna y besa mi frente. Las noches son complicadas para mí, vivo atrapado en un laberinto de pesadillas y dicotomías.
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