Al regresar a casa solía quedarme horas viendo fotos, a pesar de la tecnología, prefiero las imágenes en físico, tengo fotos polaroid en conciertos o parques, ellas tienen la magia de captar el verdadero momento, eso que consigues gracias a que no hay la oportunidad de revisar antes, como se hace con las cámaras digitales. Cuento con un amplio resumen gráfico de mi vida junto a él, pero ya no está, no existe más.
A veces, cuando despertaba por el frío que su ausencia había dejado en mi cama, me levantaba y me ponía una de sus camisas para sentir su olor y poder volver a dormir. Todavía lo extraño, me hace falta la caminata matutina tomados de la mano, él siempre quería que yo acelere el paso para que sea ejercicio, pero yo lo disminuía a propósito, para disfrutar su mano apretando la mía y extender la plática solucionando el mundo desde nuestra óptica. Me invitaba a almorzar a diferentes lugares porque no le gustaba que me ponga muy delgada, creo que hoy se enfadaría, he perdido tantos kilos que ya ni los cuento.
Me pasé años discutiendo en las noches; para dormir, prefiero silencio y oscuridad, pero él insistía en leer hasta la madrugada, ahora dejo una lámpara encendida para sentir que de alguna manera está ahí, entre sus letras e historias que a veces leía en voz alta, cuando alguna frase lo impresionaba o simplemente creía que podría gustarme.
Recuerdo todas las veces que me llamó para ver juntos una película y me enojé porque había "tantas cosas que hacer", pero él prefería pasar una tarde completa frente al televisor o metido en el cine; hoy me arrepiento, ya no hay nada que hacer, pero no tengo con quien acurrucarme en el sofá, por eso vendí el televisor y no he vuelto a ir al cine, no creo que vuelva.
No quería botar nada, todo estaba donde él lo había dejado. Sus palabras colgadas en el ambiente, su risa rebotando constantemente en las paredes, sus promesas tapizando las puertas y su mirada en cada ventana. A veces, su presencia era como una pesadilla de la que no lograba levantarme.
La muerte es el destino al que todos nos dirigimos, pero cuando él se fue, perdí mi norte. Recién en ese momento descubrí lo dependiente que era, empecé a salir todas las tardes a dar una vuelta buscando una señal, algo que me dijera que aún había vida para mí y fue así, caminando y llorando, cuando decidí dejar el país. Analicé ofertas por el departamento, pagué a una corredora de bienes raíces quien se encargó de todo y hoy, mis maletas ya están viajando y yo tomo el vuelo de las cinco.
Estoy esperando a la nueva dueña para darle las llaves e irme. "Huir para poder volver a ser la que fui", me lo repito constantemente cuando siento que las fuerzas me abandonan; cuando quiero arrepentirme, enroscarme dentro de mi cama, abrazar su ropa y sentir su olor una última vez, pero me obligo a tener valentía y mantener la decisión de seguir. En el departamento dejé todo; sus recuerdos, mis lágrimas y nuestra vida juntos.
Miro por última vez la que fue mi calle estos últimos años, un bello camino estrecho de piedras antiguas, con casas de balcones pequeños, donde las flores cuelgan dándole color al lugar. Es momento de volver a empezar y crear un nuevo registro gráfico.
Sonrío y me tomo una foto.
Muy buen cuento
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