Alguna vez, algún día -hace mucho tiempo atrás- caminaba sin rumbo, fumaba un cigarrillo mientras pensaba en el futuro, había perdido el empleo en un diario local, tenía cuentas que pagar y nada tenía sentido. Decidí caminar por el centro, perderme entre edificios nuevos y patrimoniales, disfrutar la regeneración urbana entre la degeneración humana; Me detuve frente al río para sentir su brisa penetrar en cada poro de mi cuerpo, mientras despeinaba mi cabello y su olor agrio invadía mis pulmones. Hasta ahí todo bien.
Seguí caminando, quería perderme, quería que la ciudad me tragara; No recuerdo la calle por la que andaba cuando de repente, me llamó la atención un callejón estrecho que terminaba en un zaguán oscuro. No tenía nada que perder, así que me metí por ese callejón, avancé hasta el fondo cuando la luz empezaba a desaparecer; Al entrar olía mucho a humedad, sólo había una escalera con escalones de piedra, las paredes eran bloques de piedra irregular, empecé a subir y la escalera viró a la derecha, no sé cuántos escalones subí ni por qué seguí haciéndolo pese a que el clima se empezó a volver frío, escaseaba la luz, pero algo me empujaba a seguir, fue entonces cuando me topé con ella.
Una puerta roja, brillante y pulida con una llave puesta en el cerrojo. Giré la llave, abrí la puerta y entré. Era un jardín iluminado, lleno de ruinas donde el cielo era el único techo; Aquí el sol brillaba sin quemar, sin nubes pero con brisa, había un árbol enorme de grandes ramas lleno de flores amarillas, volaban miles de pájaros azules y había libros, libros por doquier, sobre piedras, tirados en el piso, haciendo pequeños cerros con ellos. El piso era césped verde, bien cuidado y cuando me percaté del césped, noté que estaba descalza y con una especie de manta cubriendo mi desnudez, me mareé y desmayé.
Al despertar me asusté, estaba acostada en una cama de libros, dentro de una habitación en ruinas, pero lo que me asustó más, es que no estaba sola. Él estaba ahí, un hombre delgado y blanco -blanquísimo como espuma del mar- tan concentrado en su lectura que preferí no moverme para verlo un poco más; Tenía pelo castaño, un poco largo para mi gusto, ojos negros, nariz recta y una boca de labios finos que mantenía en una mueca constante -seguramente por el contenido de su libro-, tendría tal vez unos cuarenta y ocho años, no era joven pero tenía algo de niño.
Mientras lo miraba él dejó el libro, me sonrió y se acercó. Me senté en la cama y se sentó a mi lado.
-Encontraste el camino, te he esperado desde siempre.
-¿Me esperabas? ¿Qué es esto? ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
-Haces muchas preguntas, a veces es bueno el silencio. Se levantó y empezó a andar, yo sólo pude seguirlo, quería estar con él, apresuré el paso y caminamos dentro del laberinto en ruinas sin hablar. Olía de manera especial, no a un perfume, era su olor natural que provocaba estar cerca de esa fragancia, decidió detenerse frente a un librero enorme repleto de libros de muchos tamaños y colores, tomó uno.
-Lee para mi, me dijo mientras me extendía un pequeño libro de tapa dura, se veía muy antiguo.
Lo abrí con cuidado y lo único escrito en todas las páginas era: "Nada es casualidad. Todo tiene un momento y hay un momento para todo. Haz que pase" ¿Qué significa esto? le pregunté confundida.
-Eso, tú sola debes averiguarlo, yo siempre estaré aquí. Creo que ya debes volver.
Sentí un mareo espantoso con ganas de vomitar incluido, el mundo se fue a negro. Lo siguiente que escuché fue una voz extraña mientras la cabeza me latía como si fuese a reventar.
-Señorita, se ha quedado dormida
-¿Dónde estoy?
-En el malecón señorita, no puede dormir aquí.
Desde ese día hasta ahora, sigo subiendo cada escalera que veo. Sigo buscando mi puerta roja, sigo esperando la causalidad que me regrese al lugar donde se quedaron mis preguntas y su olor.
Buen relato. Me parece genial la descripción de la puerta y el jardín. Leyendo, uno logra traspasarla.
ResponderEliminarUn saludo