En medio de torbellinos de agua que se precipitan unos contra otros, entrelazándose a ratos, chocando estrepitosamente y volviéndose más grandes y furiosos, dos hadas de amor, van volando apresuradas, asustadas y preocupadas de no mojar sus alas, son madre e hija.
Esa mañana estaba soleada, Victoria había invitado a Remedios a dar una vuelta por la ciudad, la pequeña estaba muy ilusionada, eligió su traje violeta tornasol y sus zapatillas que le hacían juego. Remedios admira de sobremanera a su madre, un hada fuerte y decidida aunque pocas veces cariñosa, no es que no la amara más que a su vida, es sólo que Victoria no sabe cómo demostrarlo, nunca se lo enseñaron y las pocas veces que abrió su corazón siempre salió lastimada, adora a su pequeña, no quiere que sienta lo mismo que ella, pero no encuentra la manera de acercarse, ha encontrado en las enseñanzas del mundo de las hadas una forma de estar cerca de Remedios y a través del aprendizaje de las labores cotidianas, está creando un camino de unión con ella.
Victoria es estricta de voz potente, pocas veces sonríe, tiene un rostro hermoso con rasgos dibujados por la reina de la creación, sus ojos pequeños alineados a su nariz respingada, cejas tupidas y arqueadas, una boca delineada color rosa, contrastan con su semblante adusto, siempre con una expresión de desazón que a ratos asusta a la pequeña Remedios que trata de agradarla en cada cosa que emprende, siempre comprendiéndola aunque no entiende ¿por qué no puede sonreír?. Las pocas veces que Remedios logra sacar una sonrisa de Victoria su mundo se llena de colores y las mariposas vuelan a su alrededor.
Estaban tomadas de las manos, mientras volaban, Victoria olvidaba todas sus amarguras, el viento agitando su pelo, acariciando su rostro, a ratos cerraba los ojos, sólo para disfrutar el momento, regresaba a ver a Remedios y viéndola feliz, ella era feliz a su manera, esta pequeña es su rayito de sol.
Hacían el recorrido habitual sobre plantaciones de rosas, hermosos océanos, aldeas vecinas y justo cuando ya regresaban a casa sobrevolando un hermoso río, algo las detiene, el cielo se había tornado gris azulado, el viento se tornó violento, Victoria agarró fuertemente la mano de Remedios, había que salir de ahí, buscar un lugar seguro, los torbellinos de agua eran muchos y gigantes, a veces se fusionaban entre ellos imponentes, aterrorizando a Remedios quien ahora no paraba de llorar, Victoria muy seria, decidía en segundos su destino, logró avizorar un muelle, estaba aterrada pero debía trasmitir calma y seguridad a su pequeña quien sólo atinaba a asentir con la cabeza cuando Victoria le peguntaba a gritos si estaba bien mientras la halaba a toda velocidad, su corazón latía a mil por hora, el agua no puede mojar sus alas o quedarán imposibilitadas de volar por un buen tiempo, Remedios no ha comido, pronto caerá la noche y la oscuridad nunca es segura para ellas.
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