Emma es delgada, pelo largo bien cuidado, ojos negros
tristes, grandes y bonitos. Alta para el promedio de las mujeres de su ciudad, mide 1.70, tiene una nariz recta sobre una
boca delineada, parece un perfecto dibujo dentro de su cara blanca y ovalada.
Es bailarina, tiene veintisiete años de edad y veinte,
dedicados al arte, su carácter se ha ido dañando y amargando con el tiempo y las circunstancias,
físicamente es delgada porque cuida mucho de mantenerse así, su cuerpo ha sido
casi una obsesión por su trabajo-pasión: la danza, que es su vida.
Pero últimamente la culpa la persigue, la agobia, no
puede dormir, escucha llantos de bebés, se levanta en la madrugada empapada en
sudor y rompe a llorar, trata de imaginar cómo hubieran sido sus ojos, si
tendría su misma nariz o una pequeñita como suelen tener los bebés al nacer.
Por el día las cosas no mejoran, siente que todos la miran, que todas las conversaciones esconden una crítica, ha perdido el apetito, se enoja con facilidad, está irritada y beligerante, casi no se reconoce a si misma. Todo se convierte en una idea fija que no desaparece, ya no puede dejar de pensar en ello y la culpa la consume, hasta su cara parece haber envejecido en estas últimas semanas.
Por el día las cosas no mejoran, siente que todos la miran, que todas las conversaciones esconden una crítica, ha perdido el apetito, se enoja con facilidad, está irritada y beligerante, casi no se reconoce a si misma. Todo se convierte en una idea fija que no desaparece, ya no puede dejar de pensar en ello y la culpa la consume, hasta su cara parece haber envejecido en estas últimas semanas.
Hace siete años Emma salió embarazada de una relación
fugaz con el director de la compañía donde bailaba en esa época, un hombre
mayor, casado, que no estaba dispuesto a dejar a su familia por ella. Su corazón se rompió y decidió abortar. Su carrera y su
cuerpo estaban por encima de una maternidad que se le presentaba en un momento
de su vida cuando sentía que sus alas podían llevarla muy lejos y no quería
detenerse.
Pero ahora todo es distinto, no puede lidiar con la
culpa, las voces en su cabeza, los llantos de bebé en la madrugada no la dejan
en paz, su carrera ya no le importa. Ha hablado con un sacerdote, un maestro yoga y con un sicólogo, ha entrenado más duro, bailar hasta caer exhausta, hasta trató de empezar a escribir, pero nada calma ese sentimiento que la está matando un poco cada día, quiere retroceder el tiempo, volver a ese día, no se perdona, no logra aceptar que en ese momento eso era justo lo que su egoísmo quería.
Camina, divaga realmente por las calles, llorando, pensando y recordando, no se siente digna de la vida, se siente una asesina, no vale la pena vivir así piensa y un día se decide, su vida, por la vida que mató. Sale a la farmacia a comprar un frasco de pastillas para dormir, regresa decidida a su casa, lo ingiere todo y empieza a soñar, el viaje ha comenzado.
Camina, divaga realmente por las calles, llorando, pensando y recordando, no se siente digna de la vida, se siente una asesina, no vale la pena vivir así piensa y un día se decide, su vida, por la vida que mató. Sale a la farmacia a comprar un frasco de pastillas para dormir, regresa decidida a su casa, lo ingiere todo y empieza a soñar, el viaje ha comenzado.
De repente se ve a ella misma entrando en un hermoso
salón dorado, resplandeciente, ella está vestida toda de blanco y un ángel le
entrega a su bebé. La bebé está llorando, pero al tomarla entre sus brazos se
calma, la mira sorprendida y sonríen las dos. Hay música, una melodía dulce que
la abraza y Emma abraza a su pequeña, empieza a bailar cargándola y se funden en un baile eterno lleno de paz.
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