Llegó la hora. Estoy
vestido y listo, no tengo apuro en verla, pero sí, mucha curiosidad.
Estaba
esperándome -se nota- abrió muy rápido la puerta apenas toqué el timbre. Me
hace pasar y un escalofrío recorre mi espalda, tres gatos empiezan a dar vueltas entre mis piernas, casi tropiezo y ella los espanta. Su mirada se
desfigura por un instante y luego regresa a mirarme con cierta dulzura que en su
cara me repele. Camino lento entre paredes despintadas que muestran manchas de
humedad y hongos dando un aire lúgubre y frío. Pese a ser las cuatro de la
tarde no entra bien la luz y todo está envuelto en una mediana oscuridad, no
hay cuadros, floreros o algún vestigio de alegría.
Martha es fea. Así,
sin más. Tiene el pelo cortísimo y asimétrico gracias a su obsesión por cortarlo
ella misma. Su nariz es larga, delgada y afilada en una punta que siempre
apunta al suelo, sus ojos grandes, parecen platos donde se sirve locura y
soledad.
Vive en la esquina de
mi casa y detesto pasar por ahí. Su casa expele un olor a guardado que se lo
siente desde la acera, tiene horribles cortinas amarillas con grandes flores
rojas que salen por las ventanas bailando sus colores cuando sopla mucho
viento.
Hay algo en ella que
me molesta, no sé si su fealdad, el olor desagradable que su casa y ella
expelen, o los gatos. Miles de gatos maullando todo el tiempo. No sé de dónde
saca tantos. El otro día me ofreció unos cachorros, pero la imagen de ternura y
fealdad contrastada, fue demasiado para mí, rechacé la oferta y seguí.
Creo que me espera
constantemente, ayer me invitó a tomar café porque quiere entregarme unas
cortinas que en algún momento le dije que compraría para ayudarla
económicamente, el barrio entero sabe de su pobreza y deudas desde que murió su
hija. Detesto la idea, pero no pude rehusarme. Es decir, no quise, tenía
curiosidad por entrar a esta extraña casa.
De pie en su cocina
trato de ser amable, pero no tengo ganas de quedarme; hay casas que invitan a
estar, otras a huir, la de Martha es del segundo grupo. Pregunto por las
cortinas para apurar el tema y poder irme, pero al entregarlas, me invita a
tomar asiento y beber el café caliente que ha preparado. No quiero conversar
con ella, pero ahí está, sentada con un vestido que tiene una ligera abertura
la cual deja ver sus piernas, son bonitas, no pensé que Martha tendría algo
bonito, pero lo tiene, son sus piernas. Bien torneadas y firmes, distraigo mi
mirada, pero encuentro sus ojos, ella notó mi análisis y aparentemente no le
molestó. Me ubico frente a ella en la mesa y empiezo a beber.
-Gracias Martha, las
cortinas están muy bien y el café también. ¿Qué es ese sabor amargo que queda
al final?
-Veneno
-¿Qué?
-Lo que escuchaste:
Veneno; y su boca hace una mueca parecida a la sonrisa mientras su cuerpo se
acerca, apoya el codo sobre la mesa y su cabeza en la mano para mirarme
fijamente; ella está disfrutando el momento, se nota.
Empiezo a sentir que
el estómago se aprieta y mis piernas empiezan a entumecerse, suelto la taza y
trato de pararme, no puedo. Trato de gritar, pero es imposible.
-Tranquilo, no pongas
resistencia o sufrirás más. El veneno se activa con la adrenalina y ataca el
sistema nervioso.
- ¿Estás loca? ¿Por
qué Martha, por qué? Se incorpora, de repente está seria y erguida.
-Me sorprende tu
pregunta. ¿Pensaste que nunca descubriría que fuiste tú, el que atropelló
borracho a mi niña? ¿Creíste que nunca encontraría al cobarde que
luego de atropellarla, ni siquiera se bajó a ayudarla? ¿Sabías que María no
murió inmediatamente? Si te hubieras bajado, ella estaría viva.
-Martha…
Siento que soy
arrastrado, no puedo moverme y veo con dificultad, pero sigo lúcido. Me lleva hacia una habitación
muy oscura; escucho maullidos, ruidos furtivos, algo se mueve muy rápido, casi
no puedo respirar. De repente, escucho la voz de Martha casi en un susurro, antes de que cierre la puerta.
-Gatitos, les traje
su comida. Buen provecho