domingo, 11 de septiembre de 2016

Tal vez

Estaba en el aeropuerto de Lima, con vuelo retrasado hacia Guayaquil. Para variar, había llegado demasiado temprano, ni siquiera tenía gate destinado a mi vuelo. Deambulé un poco, compré un chocolate más una botella de agua, me senté a navegar en redes sociales. Mientras miraba fotos y leía comentarios, pensaba si realmente toda esa alegría virtual, será igual en la vida real. Conozco algunas sórdidas historias que se ocultan detrás de un "like". 

Por otro lado, los minutos eran lo único que volaba, miré el reloj de pulsera con correa de cuero que llevo desde los treinta, y me acerqué a revisar las pantallas con los itinerarios. Por fin, mi vuelo tenía un número, abordaría por la puerta 13. Empujé mi pequeña maleta hasta encontrar la sala de espera, estaba casi desierta, sólo un hombre de unos cincuenta años -cincuenta y dos- supe después, y una joven que hablaba a gritos con la imagen de su celular. 

El hombre leía algo de política, no pude ver bien, sólo eché una mirada furtiva. Los lectores tenemos la mala costumbre de andar siempre a la caza de un buen libro. Reparé en él cuando buscaba un asiento para descansar, fue gracioso, cuando me acercaba lo vi sacarse los lentes, moverse inquieto hasta casi hacer caer su libro por no quitarme la mirada. "No debo verme tan mal", pensé, y me senté justo detrás suyo.

Saqué mi libro de Andahazi y de reojo miraba como él trataba de voltearse, hasta que empezó a leer dándome su perfil. Era un hombre que debió ser muy guapo con unos veinte años menos, aunque yo también me veía mejor con la misma cantidad de años menos, así que no ando muy crítica con el tema. Su pelo lleno de canas, le daban un toque elegante y su nariz perfilada con pómulos marcados ponían un toque interesante.

¿Cómo sonará su voz? ¿Viajará a Guayaquil también? ¿Será peruano, o ecuatoriano? analizaba estos temas cuando de repente se levantó, se quitó el suéter y quedó en una camisa que dejaba entrever que tenía un cuerpo bastante cuidado para la edad que aparentaba; mientras se remangaba la camisa brillaban sus brazos bronceados, con una de sus manos agitó su melena, y un mechón plateado cayó sobre su frente. Seguí leyendo tratando de ignorarlo, pero pasó al lado mío con maleta y todo, calculé unos segundos y volteé para ver dónde iba... caminaba hacia el baño. Los hombres no se tardan mucho ahí, así que le aposté al destino, me levanté y fui al de mujeres justo frente al de hombres; antes de salir, revisé estar bien peinada y retoqué mi lápiz labial. Al salir, no lo vi.

Estaba por llegar a la sala de preembarque nuevamente, cuando apareció de repente en el camino y me sonrió, le devolví la sonrisa. La sala ya estaba medio llena.

- Nuestros puestos están ocupados ahora, me dijo
- Así veo

Caminamos un poco y encontramos asiento uno frente al otro

- ¿eres argentina?
- No, ¿Por?
- Te vi leyendo a Andahazi, él y yo, somos argentinos
- jajaja ¡qué observador!, pero no, soy ecuatoriana. ¿Vas a Guayaquil?
- No, estoy viajando por latinoamérica, me jubilé hace un año...
- ¿Jubilar? ¿Cuántos años tienes?
- 52, ¿tú?
- 41

Andahazi dice que el primer encuentro entre un hombre y una mujer, esa primera conversación, es determinante. Aquí aparecen pequeñas fisuras donde luego estarán las grietas que pueden llevar al fin de la relación, o simplemente, marcar las diferencias que impedirán que esta inicie. En medio de risas y tratando de ponernos al día en nuestras vidas dentro de los minutos que restaban, una voz por alto parlante anunció que mi vuelo estaba listo y debía embarcar. Me levanté, le di un beso en la mejilla y empecé a caminar.

- No sé tu nombre
- Paula, ¿cuál es el tuyo?
- Gustavo
- Adiós Gustavo 
- ¿Nos volveremos a ver?
- Tal vez... 










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