Estoy sola y veo la ciudad desde mi ventana. Todos en su cotidianidad; ropa tendida en patios internos lejos de la vista del mundo, casas que han acumulado trastes que dejaron de servir y transformaron sus terrazas en una bodega. Casas sin color, ni calor.
Alguien fuma abajo. Lo veo claramente: chompa azul, gorra negra, zapatillas pese al frío que hace fuera y el cigarrillo entre los dedos de su mano izquierda. Fuma sentado en una banca junto a un árbol, no puede verme, ignora que lo observo desde el séptimo piso del edificio que tiene frente a sí. Parece nervioso, revisa constantemente su celular con la mano que le queda libre, aparentemente no llega el mensaje que espera. No puedo ver su cara, sólo su gorra, tiene las siglas de un equipo de fútbol.
Del otro extremo de la calle pasan turistas arrastrando maletas con pequeñas ruedas y hombres vestido de traje y corbata. Todos caminan apurados, algunos aferrados a sus maletines.
Quien fumaba no está, lo he perdido de vista un rato, y se ha esfumado.
Reviso mi teléfono, yo tampoco he recibido ningún mensaje. Silencio. El mundo real se confunde a veces con el virtual, pero sigo sola. Mucha gente a través de las redes, pero nadie aquí conmigo.
Todo sigue su rumbo, los autos siguen las señales, los peatones se detienen y avanzan, los pájaros buscan las mismas ramas y luego retoman el vuelo.
De repente todo se ha puesto muy quieto, me pregunto si ese que fumaba, habrá recibido el mensaje que esperaba. Tal vez, esa sea la razón para que se haya ido, o, lo espantó este frío helado que me pone a temblar hasta los dientes.
Un sonido me saca de mis pensamientos, un mensaje de texto a mi celular
-voy por ti-
Desconozco el número que escribe, imagino que fue una equivocación, creo que debería contestarle aclarando su error. Alguien espera ese mensaje que me ha llegado y no sería justo dejar sin destinatario correcto un mensaje, aunque por otro lado, no es mi problema.
Frente a mi edificio, un grupo de ciclistas esperan la luz verde para avanzar, están equipados como para una competencia oficial. Sus cascos parecen nuevos, usan llamativos chalecos y zapatos, me parecen tensos por el tráfico que empieza a aumentar, volviendo agresivas las calles para ellos.
Un golpe en mi puerta me asusta, no espero visitas. Camino para revisar por el ojo pequeño de la puerta quién es el insistente que sigue tocando la puerta cada vez más violentamente. No logro ver su rostro, sólo una gorra negra con las letras de un equipo de fútbol y una chompa azul.
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