Mis libros, están llenos de polvo, paso un dedo por la estantería y pienso que debería limpiar, quitar ese velo de mugre que los está cubriendo, pero sigo andando, voy a la cocina por un poco de agua en esta casa que ya no es mi casa.
Camino a veces en la oscuridad, sólo para ver si puedo recordar el lugar de las cosas sin necesidad de la luz; pocas veces tropiezo, los muebles nunca cambiaron, al igual que quienes habitan aquí, sólo yo cambié. Todo está igual que cuando lo dejé, sin embargo, es tan diferente ahora, veinte años después.
De repente, avanzando por los pasillos, tropiezo con vestigios de la vida que tuve fuera, y siento ganas de llorar. El tiempo me ha puesto en un laberinto que me lleva al pasado. Recuerdo cuando era pequeña y después de alguna pesadilla de monstruos, sólo sentía consuelo en brazos de mi madre, a veces, en este viaje por el tiempo, vuelvo a los días felices cuando patinaba con mi abuelo en el parque. Luego avanzo un poco más, y regreso al presente. Horrible.
He decidido vivir con el tiempo en la espalda, no quiero percatarme de su velocidad, por eso no uso reloj, ni me miro en el espejo. Siento que todo va sucediendo demasiado lento. Busco incesantemente la puerta de salida. Nunca la encuentro.
Descubro ventanas pequeñas por donde entra cierta luz, unos días más que otros. Quiero huir. Quiero gritar. Sólo puedo llorar en silencio. Mi voz se apaga.
Tomo agua y suspiro en la oscuridad, enciendo un cigarrillo, sólo para ver la luz del fuego al otro extremo, diecisiete años fumando y es lo único constante en mi vida. Un polvo ceniciento también me cubre, no se nota, pero lo siento perfectamente, me estoy convirtiendo en un mueble más de este lugar donde los relojes no sirven, y los minutos dejaron de avanzar.
Busco un trapo, creo que es hora de limpiar.
Historias relacionadas con el amor y el desamor, llenas de despedidas y reencuentros, donde la casualidad no existe, todo siempre pasa por una causa.
sábado, 17 de septiembre de 2016
lunes, 12 de septiembre de 2016
Desde mi ventana
Estoy sola y veo la ciudad desde mi ventana. Todos en su cotidianidad; ropa tendida en patios internos lejos de la vista del mundo, casas que han acumulado trastes que dejaron de servir y transformaron sus terrazas en una bodega. Casas sin color, ni calor.
Alguien fuma abajo. Lo veo claramente: chompa azul, gorra negra, zapatillas pese al frío que hace fuera y el cigarrillo entre los dedos de su mano izquierda. Fuma sentado en una banca junto a un árbol, no puede verme, ignora que lo observo desde el séptimo piso del edificio que tiene frente a sí. Parece nervioso, revisa constantemente su celular con la mano que le queda libre, aparentemente no llega el mensaje que espera. No puedo ver su cara, sólo su gorra, tiene las siglas de un equipo de fútbol.
Del otro extremo de la calle pasan turistas arrastrando maletas con pequeñas ruedas y hombres vestido de traje y corbata. Todos caminan apurados, algunos aferrados a sus maletines.
Quien fumaba no está, lo he perdido de vista un rato, y se ha esfumado.
Reviso mi teléfono, yo tampoco he recibido ningún mensaje. Silencio. El mundo real se confunde a veces con el virtual, pero sigo sola. Mucha gente a través de las redes, pero nadie aquí conmigo.
Todo sigue su rumbo, los autos siguen las señales, los peatones se detienen y avanzan, los pájaros buscan las mismas ramas y luego retoman el vuelo.
De repente todo se ha puesto muy quieto, me pregunto si ese que fumaba, habrá recibido el mensaje que esperaba. Tal vez, esa sea la razón para que se haya ido, o, lo espantó este frío helado que me pone a temblar hasta los dientes.
Un sonido me saca de mis pensamientos, un mensaje de texto a mi celular
-voy por ti-
Desconozco el número que escribe, imagino que fue una equivocación, creo que debería contestarle aclarando su error. Alguien espera ese mensaje que me ha llegado y no sería justo dejar sin destinatario correcto un mensaje, aunque por otro lado, no es mi problema.
Frente a mi edificio, un grupo de ciclistas esperan la luz verde para avanzar, están equipados como para una competencia oficial. Sus cascos parecen nuevos, usan llamativos chalecos y zapatos, me parecen tensos por el tráfico que empieza a aumentar, volviendo agresivas las calles para ellos.
Un golpe en mi puerta me asusta, no espero visitas. Camino para revisar por el ojo pequeño de la puerta quién es el insistente que sigue tocando la puerta cada vez más violentamente. No logro ver su rostro, sólo una gorra negra con las letras de un equipo de fútbol y una chompa azul.
Alguien fuma abajo. Lo veo claramente: chompa azul, gorra negra, zapatillas pese al frío que hace fuera y el cigarrillo entre los dedos de su mano izquierda. Fuma sentado en una banca junto a un árbol, no puede verme, ignora que lo observo desde el séptimo piso del edificio que tiene frente a sí. Parece nervioso, revisa constantemente su celular con la mano que le queda libre, aparentemente no llega el mensaje que espera. No puedo ver su cara, sólo su gorra, tiene las siglas de un equipo de fútbol.
Del otro extremo de la calle pasan turistas arrastrando maletas con pequeñas ruedas y hombres vestido de traje y corbata. Todos caminan apurados, algunos aferrados a sus maletines.
Quien fumaba no está, lo he perdido de vista un rato, y se ha esfumado.
Reviso mi teléfono, yo tampoco he recibido ningún mensaje. Silencio. El mundo real se confunde a veces con el virtual, pero sigo sola. Mucha gente a través de las redes, pero nadie aquí conmigo.
Todo sigue su rumbo, los autos siguen las señales, los peatones se detienen y avanzan, los pájaros buscan las mismas ramas y luego retoman el vuelo.
De repente todo se ha puesto muy quieto, me pregunto si ese que fumaba, habrá recibido el mensaje que esperaba. Tal vez, esa sea la razón para que se haya ido, o, lo espantó este frío helado que me pone a temblar hasta los dientes.
Un sonido me saca de mis pensamientos, un mensaje de texto a mi celular
-voy por ti-
Desconozco el número que escribe, imagino que fue una equivocación, creo que debería contestarle aclarando su error. Alguien espera ese mensaje que me ha llegado y no sería justo dejar sin destinatario correcto un mensaje, aunque por otro lado, no es mi problema.
Frente a mi edificio, un grupo de ciclistas esperan la luz verde para avanzar, están equipados como para una competencia oficial. Sus cascos parecen nuevos, usan llamativos chalecos y zapatos, me parecen tensos por el tráfico que empieza a aumentar, volviendo agresivas las calles para ellos.
Un golpe en mi puerta me asusta, no espero visitas. Camino para revisar por el ojo pequeño de la puerta quién es el insistente que sigue tocando la puerta cada vez más violentamente. No logro ver su rostro, sólo una gorra negra con las letras de un equipo de fútbol y una chompa azul.
domingo, 11 de septiembre de 2016
Tal vez
Estaba en el aeropuerto de Lima, con vuelo retrasado hacia Guayaquil. Para variar, había llegado demasiado temprano, ni siquiera tenía gate destinado a mi vuelo. Deambulé un poco, compré un chocolate más una botella de agua, me senté a navegar en redes sociales. Mientras miraba fotos y leía comentarios, pensaba si realmente toda esa alegría virtual, será igual en la vida real. Conozco algunas sórdidas historias que se ocultan detrás de un "like".
Por otro lado, los minutos eran lo único que volaba, miré el reloj de pulsera con correa de cuero que llevo desde los treinta, y me acerqué a revisar las pantallas con los itinerarios. Por fin, mi vuelo tenía un número, abordaría por la puerta 13. Empujé mi pequeña maleta hasta encontrar la sala de espera, estaba casi desierta, sólo un hombre de unos cincuenta años -cincuenta y dos- supe después, y una joven que hablaba a gritos con la imagen de su celular.
El hombre leía algo de política, no pude ver bien, sólo eché una mirada furtiva. Los lectores tenemos la mala costumbre de andar siempre a la caza de un buen libro. Reparé en él cuando buscaba un asiento para descansar, fue gracioso, cuando me acercaba lo vi sacarse los lentes, moverse inquieto hasta casi hacer caer su libro por no quitarme la mirada. "No debo verme tan mal", pensé, y me senté justo detrás suyo.
Saqué mi libro de Andahazi y de reojo miraba como él trataba de voltearse, hasta que empezó a leer dándome su perfil. Era un hombre que debió ser muy guapo con unos veinte años menos, aunque yo también me veía mejor con la misma cantidad de años menos, así que no ando muy crítica con el tema. Su pelo lleno de canas, le daban un toque elegante y su nariz perfilada con pómulos marcados ponían un toque interesante.
¿Cómo sonará su voz? ¿Viajará a Guayaquil también? ¿Será peruano, o ecuatoriano? analizaba estos temas cuando de repente se levantó, se quitó el suéter y quedó en una camisa que dejaba entrever que tenía un cuerpo bastante cuidado para la edad que aparentaba; mientras se remangaba la camisa brillaban sus brazos bronceados, con una de sus manos agitó su melena, y un mechón plateado cayó sobre su frente. Seguí leyendo tratando de ignorarlo, pero pasó al lado mío con maleta y todo, calculé unos segundos y volteé para ver dónde iba... caminaba hacia el baño. Los hombres no se tardan mucho ahí, así que le aposté al destino, me levanté y fui al de mujeres justo frente al de hombres; antes de salir, revisé estar bien peinada y retoqué mi lápiz labial. Al salir, no lo vi.
Estaba por llegar a la sala de preembarque nuevamente, cuando apareció de repente en el camino y me sonrió, le devolví la sonrisa. La sala ya estaba medio llena.
- Nuestros puestos están ocupados ahora, me dijo
- Así veo
Caminamos un poco y encontramos asiento uno frente al otro
- ¿eres argentina?
- No, ¿Por?
- Te vi leyendo a Andahazi, él y yo, somos argentinos
- jajaja ¡qué observador!, pero no, soy ecuatoriana. ¿Vas a Guayaquil?
- No, estoy viajando por latinoamérica, me jubilé hace un año...
- ¿Jubilar? ¿Cuántos años tienes?
- 52, ¿tú?
- 41
Andahazi dice que el primer encuentro entre un hombre y una mujer, esa primera conversación, es determinante. Aquí aparecen pequeñas fisuras donde luego estarán las grietas que pueden llevar al fin de la relación, o simplemente, marcar las diferencias que impedirán que esta inicie. En medio de risas y tratando de ponernos al día en nuestras vidas dentro de los minutos que restaban, una voz por alto parlante anunció que mi vuelo estaba listo y debía embarcar. Me levanté, le di un beso en la mejilla y empecé a caminar.
- No sé tu nombre
- Paula, ¿cuál es el tuyo?
- Gustavo
- Adiós Gustavo
- ¿Nos volveremos a ver?
- Tal vez...
Por otro lado, los minutos eran lo único que volaba, miré el reloj de pulsera con correa de cuero que llevo desde los treinta, y me acerqué a revisar las pantallas con los itinerarios. Por fin, mi vuelo tenía un número, abordaría por la puerta 13. Empujé mi pequeña maleta hasta encontrar la sala de espera, estaba casi desierta, sólo un hombre de unos cincuenta años -cincuenta y dos- supe después, y una joven que hablaba a gritos con la imagen de su celular.
El hombre leía algo de política, no pude ver bien, sólo eché una mirada furtiva. Los lectores tenemos la mala costumbre de andar siempre a la caza de un buen libro. Reparé en él cuando buscaba un asiento para descansar, fue gracioso, cuando me acercaba lo vi sacarse los lentes, moverse inquieto hasta casi hacer caer su libro por no quitarme la mirada. "No debo verme tan mal", pensé, y me senté justo detrás suyo.
Saqué mi libro de Andahazi y de reojo miraba como él trataba de voltearse, hasta que empezó a leer dándome su perfil. Era un hombre que debió ser muy guapo con unos veinte años menos, aunque yo también me veía mejor con la misma cantidad de años menos, así que no ando muy crítica con el tema. Su pelo lleno de canas, le daban un toque elegante y su nariz perfilada con pómulos marcados ponían un toque interesante.
¿Cómo sonará su voz? ¿Viajará a Guayaquil también? ¿Será peruano, o ecuatoriano? analizaba estos temas cuando de repente se levantó, se quitó el suéter y quedó en una camisa que dejaba entrever que tenía un cuerpo bastante cuidado para la edad que aparentaba; mientras se remangaba la camisa brillaban sus brazos bronceados, con una de sus manos agitó su melena, y un mechón plateado cayó sobre su frente. Seguí leyendo tratando de ignorarlo, pero pasó al lado mío con maleta y todo, calculé unos segundos y volteé para ver dónde iba... caminaba hacia el baño. Los hombres no se tardan mucho ahí, así que le aposté al destino, me levanté y fui al de mujeres justo frente al de hombres; antes de salir, revisé estar bien peinada y retoqué mi lápiz labial. Al salir, no lo vi.
Estaba por llegar a la sala de preembarque nuevamente, cuando apareció de repente en el camino y me sonrió, le devolví la sonrisa. La sala ya estaba medio llena.
- Nuestros puestos están ocupados ahora, me dijo
- Así veo
Caminamos un poco y encontramos asiento uno frente al otro
- ¿eres argentina?
- No, ¿Por?
- Te vi leyendo a Andahazi, él y yo, somos argentinos
- jajaja ¡qué observador!, pero no, soy ecuatoriana. ¿Vas a Guayaquil?
- No, estoy viajando por latinoamérica, me jubilé hace un año...
- ¿Jubilar? ¿Cuántos años tienes?
- 52, ¿tú?
- 41
Andahazi dice que el primer encuentro entre un hombre y una mujer, esa primera conversación, es determinante. Aquí aparecen pequeñas fisuras donde luego estarán las grietas que pueden llevar al fin de la relación, o simplemente, marcar las diferencias que impedirán que esta inicie. En medio de risas y tratando de ponernos al día en nuestras vidas dentro de los minutos que restaban, una voz por alto parlante anunció que mi vuelo estaba listo y debía embarcar. Me levanté, le di un beso en la mejilla y empecé a caminar.
- No sé tu nombre
- Paula, ¿cuál es el tuyo?
- Gustavo
- Adiós Gustavo
- ¿Nos volveremos a ver?
- Tal vez...
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