-¿Hasta cuándo vas a aguantar sus insultos? ¡por favor mamá! ¿Hasta cuándo lloras? La voz de Claudia la hizo tener un viaje al pasado y se encontró presenciando la misma escena. Volvió a tener diez años, doce, catorce, quince, toda su juventud y el inicio de su vida adulta escuchando lo mismo. Gritos y vejaciones provenientes de su padre a su madre. Su madre en silencio aguantando toda la descarga sin protestar, de repente llorando, pero siempre sin contestar. Volvió a sentir la rabia e impotencia de no poder decir nada porque una hija debe respetar a su padre, porque luego de la descarga al acudir a su madre ella siempre decía: "no pasa nada" "ya luego hablo con tu padre, ¿qué voy a hacer? si grito se armará un problema mayor, hay que dejar pasar, que se calme. Luego todo estará bien". Su madre siempre repetía que Raúl era un buen esposo, un buen padre, un hombre amoroso fruto de una vida familiar conflictiva, que había que comprenderlo y amarlo así. Le recordaba los buenos momentos y le repetía que no hay motivo lo suficientemente válido para romper un matrimonio. Magdalena recordó las veces que odió a su padre con toda su alma, que juró a si misma nunca casarse, vivir sola sin hijos, haciendo cualquier cosa pero sola. Repasó sus miles de planes de vivir fuera de la ciudad para alejarse de los gritos, de la constante negativa frente a cualquiera de sus proyectos, se aburrió de ser igual que lo que la rodeaba y decidió ser rebelde, lo que encrudecía la relación con su padre y hacía sufrir a su madre.
De repente en este viaje por el pasado, Magdalena recordó a Enrique, el novio de quien se enamoró, lo amó hasta el delirio de idealizarlo. Llegó a su vida por esas causalidades de la vida, se conocieron en un concierto, amigos en común hicieron el contacto y luego no hubo quien los pudiera separar. Tenían afinidad musical e intelectual, mucha química sexual y reían todo el tiempo. Al inicio él componía poemas para ella y ella empezó a cambiar sus planes. Todo empezó a girar en torno a lo que él quería, en el momento que lo pidiera y entonces los tiempos cambiaron; las piezas se empezaron a mover muy rápido y de repente Enrique ya no tenía tiempo. Había empezado un nuevo trabajo, sus prioridades estaban cambiando y Magdalena no lo comprendía, resentía su ausencia, reclamaba y empezaron las peleas. Ella quería más tiempo, él tenía otras prioridades. Ella quería formalizar su relación, él quería librarse de un compromiso. Lo quería sólo para ella y él no podía darle eso.
El tono de las discusiones fue subiendo con el tiempo. Se volvió un ciclo de sufrimiento, mientras ella más lo buscaba, él se alejaba más, encontraba otras personas con quien compartir lo que antes compartía con Magdalena y el respeto se fue diluyendo. Poco a poco ella fue perdiendo autoestima y en las peleas, cuando reclamaba, ahora él la insultaba, se burlaba de que era una niña "muy cuidada" que no tenía libertad, que él no podía lidiar con eso. Le reclamaba su poca comprensión frente al mundo que se abría para él y que no estaba dispuesto a perder por ella. Magdalena se sentía impotente, sin argumentos, terminaba aceptando lo que el decía. Recordaba los consejos de su madre de esperar que todo pase y hablar. Pero luego de la tormenta, cuando lo buscaba para hablar y explicar cuánto sufría por su actitud, cuánto dolía que él dejara de escribirle por dos semanas y que la ignore pese a que ella siempre estaba ahí para él, cuando le explicaba cuánto le afectaban sus insultos, recibía contestaciones como "Tú sabes los temas que me enojan, ¿para qué los tocas?" "Tú buscas que me ponga así" o la más dolorosa "yo te quiero, pero..."
Fueron años durísimos, no tenía paz en casa ni fuera de ella. No podía cambiar a su padre, pero sí podía terminar con Enrique y pese a todo pronóstico, lo hizo. Utilizó los mismos recursos que él, empezó a alejarse en silencio, primero unos días hasta que Enrique reaccionaba y se ponía cariñoso, se veían en alguna plaza, caminaban un poco, se besaban mucho pero ya el corazón de Magdalena estaba roto, ya no había regreso. Poco a poco sin que Enrique lo notara, ella tomó distancia y silencio irreversible. Fue lo más duro de su vida dejarlo, pero era necesario, estaba rota por dentro.
Recordó también cuando conoció a Alfredo, blanquísimo con pelo negro, parecía el príncipe de los cuentos de hadas. Tuvieron un noviazgo fugaz y se casaron. Al poco rato llegó Claudia, una hermosa bebé que creció viendo a su madre llorar porque su padre al enojarse rompía todo a su paso, no golpeaba a su madre, pero la insultaba, la trataba de tonta, de niña inútil. Magdalena recuerda una discusión dentro de una habitación en la que estaban instalando una computadora e impresora y había muchas fundas llenas de cables, recuerda haber discutido, pero olvida el motivo, lo que nunca olvidará fue que al darle la espalda, Alfredo lanzó contra sus piernas algunas de las fundas llenas de cables. Sus piernas casi se doblan con el impacto, durante algunas semanas tuvo que llevar pantalones para esconder los moretones producto de la arremetida, obviamente luego de eso vino una lluvia de disculpas, de llanto, besos, abrazos y promesas de controlar el mal genio. "No pasa nada, todo estará bien" decía Alfredo.
Pero nada está bien, ahora mismo está ella sentada en el piso del baño llorando por la vida que tiene, pagando el precio porque "no hay un motivo suficientemente válido para terminar un matrimonio".
-¡Respóndeme mamá! ¿Hasta cuándo vas a llorar? ¿Cuándo le vas a decir que si quiere insultar se vaya a gritarle a la tumba de su madre, pero que a ti no te vuelve a gritar? Tengo catorce años y me aterroriza a veces, salir y pensar que al volver papá te pudo haber pegado o algo peor. Esto no es vida ni para ti ni para mi. Magdalena por primera vez la ve, por primera vez logra ver en los ojos de su hija, sus propios ojos. Siente un puñal que la ahoga, ella está repitiendo la historia, está basándose en teorías estúpidas inculcadas por su madre, teorías que sólo la lastimaron. No puede hablar, la fuerza de Claudia la tiene perpleja, la mira desde el piso y hace el ademán de levantarse. Claudia le extiende la mano y la ayuda a levantarse. Todavía es una mujer delgada, sus facciones todavía guardan algo de la belleza de antaño pero sus ojos están apagados, la determinación de su hija y ese viaje al pasado la tienen mareada.
-Claudia, déjame pensar un rato, déjame dormir. Sólo te pido que no te vayas, quédate conmigo un rato, en silencio. Habla mientras camina hasta la cama y se acuesta, da una palmada a la cama junto a ella invitando a su hija a acostarse junto a ella. Claudia accede y ahí están un par de horas en las que Magdalena duerme y su cara tiene paz, la comisura de sus labios simulan una leve sonrisa y Claudia vela todo el tiempo mientras acaricia el cabello de su madre.
Al llegar Alfredo por la noche encuentra una nota.
"Violencia no es sólo un puño contra un pómulo, no es sólo romper huesos. Violencia también es un silencio ensordecedor que revienta el interior de quien lo recibe, por la fuerza indiferente con la que se entrega. Violencia es no respetar la libertad del otro, es humillar y burlarse por temor. Sentirte en soledad estando en compañía es la peor violencia contra la felicidad personal y es nuestro derecho buscarla.
Claudia se vino conmigo, no te abandono, me abandono a ser feliz. Me estoy regalando la oportunidad de volar. Te agradezco los buenos tiempos, te ofrezco que muy pronto tendrás noticias de nuestro paradero y te pido que respetes mi decisión.
Magdalena"
Historias relacionadas con el amor y el desamor, llenas de despedidas y reencuentros, donde la casualidad no existe, todo siempre pasa por una causa.
viernes, 18 de julio de 2014
viernes, 4 de julio de 2014
12 de Julio
Ya mismo es doce de julio. Luego de veintiocho años me sigo acordando de ese día. Estaba almorzando en casa de una tía con mi prima, recuerdo un souflé de brócoli delicioso repleto de queso como me gusta. Era un día extraño, lo percibí desde que me despertó mi mamá de lo más nerviosa y me llevó a pasar el día en casa de tía Claudia, me la pasaba genial allí pero algo raro sucedía ese día. Recuerdo haber estado, cuchara en mano a punto de meterme en la boca una dosis extra grande de helado de chocolate con chocolate derretido, cuando escuchamos el timbre de la puerta, era mi mamá completamente vestida de negro, bajé la cuchara, no había necesidad de palabras. Fue el día que falleciste, moriste, te fuiste.
Igual tuve que pasar por el desagradable momento de aguantar las condolencias de mi tía, mi mamá destrozada y mi prima llorando como si fuera su abuelo y no el mío el que acabara de morir. Insistí en ir al velatorio, tenía once años, quería ir. Fui y me acerqué a verte, estabas sonreído, contento, estabas en paz y eso me tranquilizó.
Durante muchos años estaba obsesionada con esa fecha, cuando trabajé en el centro siempre al salir del trabajo te iba a visitar al cementerio, me sentaba a lado de tu tumba y te contaba mi vida, nunca fumaba frente a ti porque sabía que te molestaría. A veces te pedía consejos, otras veces sólo lloraba hasta que comprendí y acepté que no estabas ahí. En ese sepulcro sólo había huesos, uñas, restos de pelo y gusanos. Tú vives en el aire, en las cosas que hago y en los recuerdos que tengo de ti. ¿Sabes que cada vez que hago un círculo me acuerdo de ti? ¿Recuerdas esa tarde que fui a tu casa bravísima porque nadie podía ayudarme con un deber de geografía? Tú primero te reíste de verme tan pequeña y con ese genio, me abrazaste y me preguntaste cuál era el motivo de mi contrariedad, te expliqué que tenía que dibujar los planetas en el sistema solar y todos los sucres eran del mismo tamaño, mi idea es que mercurio sea más pequeño y la tierra más grande, saturno con sus grandes anillos no podía verse igual que marte, por ejemplo; Entonces sacaste un compás de esos hechos con metal a los que había que meterles la pluma en un extremo de las patitas y luego asegurarlo bajando un ganchito. Yo pensaba en lo ingenioso de ese artefacto cuando frente a mí, empezaste a hacer miles de círculos de muchos tamaños, fue lo mejor de mi tarde, no sólo que me ayudaste con el deber sino que me regalaste el compás para que nunca vuelva a estar triste por círculos.
Siempre fue una ventaja vivir en una casa a lado de la tuya y conectados por un pasillo interior. Tu y yo siempre estuvimos conectados por un pasillo emocional también. ¿Te acuerdas cuándo mi papá se enojaba conmigo? Obvio, yo salía disparada de mi casa en mar de llanto, salía por mi cocina, caminaba diez pasos y entraba a tu casa por la cocina también, empezaba a llamarte desesperada hasta que salías a mi encuentro. Nunca preguntabas qué había hecho, ni por qué me habían castigado, para ti todo castigo era injusto y estaba equivocado todo lo que me imputaban, yo era tu nieta favorita, la primera, la única que te sacaba una sonrisa sólo con cruzar la puerta.
Hoy recién me entero de algunos detalles, no sabía que en 1985 mientras yo estaba en Riobamba de vacaciones, tu habías decidido hacerte un examen del corazón porque te cansabas al subir las escaleras y que de ese examen salió una mancha negra en tu pulmón izquierdo. Ahora sé que visitaste al doctor Nevárez quien te dijo que era cáncer maligno y te operó. Todo bien teóricamente, luego de exámenes posteriores el diagnóstico fue que el vestigio de tumor que no pudieron sacar se había "encapsulado" que todo estaba bien y no hacía falta que recibas rayos ni quimioterapia. ¿terrible verdad? Ahora lo sé. A los diez años mi mundo era muy pequeño aún.
Pasó el resto del año sin mayor novedad, estaba en quinto grado en un colegio de monjas que a fuerza empezaba a gustarme, ya tenía algunas amigas y mi vida era bastante aburrida para ser sinceros. Cuando llegó 1986 estaba feliz, iba a estar en sexto grado y sería de las "grandes" de primaria. Pintaba para buen año. Entramos a clases en mayo y tú sabes cómo me gustaba empezar clases, el olor a libros nuevos, el uniforme planchado y unos centímetros más alta que el año anterior.
De repente empecé a visitarte menos, tu siempre en pijama, ya no ibas al laboratorio, no salías casi nunca y tosías muy seguido. No podía contarte mucho porque al hablar en seguida tosías y me angustiaba que te falte el aire o algo así. A mediados de junio mi mamá tuvo la genial idea de ponernos dos semanas en bus y fueron las peores dos semanas de mi vida. Apachurrada, aguantando los olores y sudores de otras quince niñas al menos y no en lo buses escolares amarillos y con asiento en fila como son ahora. Era una camioneta adaptada. Al balde le habían incorporado un techo de metal, ubicaron dos bancas largas con el asiento largo en los extremos, para que las niñas nos sentáramos. HORRIBLE. Estoy segura que si hubieras estado al tanto no lo hubieras aprobado jamás, pero tú estabas en la clínica y por eso mi mamá no podía ir a recogerme. Después de esas dos semanas seguí yendo a verte pero me decía mi mamá que tu salud no estaba bien. Ahora averigüé que el cáncer se había extendido y que cuando fuiste a hacer un chequeo por tos recurrente, te diagnosticaron metástasis. Los vestigios encapsulados habían escapado y ahora te recorrían sin ningún control.
Más de la mitad de mi vida la he pasado sin ti, a veces me confundo y no sé si tenías ojos azules con el centro verde o verdes con rayos azules, pero de tu sonrisa no me olvido. No olvido cuando me escondía detrás de la puerta principal de tu casa para asustarte apenas cruzaras y siempre te asusté. Ponías tu mano derecha sobre el corazón, arqueabas tu espalda y echabas tu cabeza hacía atrás con una sonrisa y luego me decías "¡hija, que susto, casi me da un infarto, qué bien escondida que estabas!"
En mi vida adulta algunas veces busqué a un hombre parecido a ti, pero cesé la búsqueda cuando comprendí que nadie es como tú. Recuerdo haberte acompañado a recoger a mi abuela a casa de alguna amiga, nos hacía esperar horas y llegaba sin pedir disculpas al menos, yo me enojaba por su descortesía y tu reías, tu siempre reías. Decías que la vida es linda, que siempre hay un árbol donde pararse cuando hay mucho sol y que toda tristeza se cura con helado. Dejé de tomar helado el día que te fuiste.
Son veintiocho años y todavía a ratos, quisiera ir a verte, sentarme a lado tuyo en el sofá y abrazarte. Quisiera haber ido más veces, creo que te quedé debiendo besos y abrazos. Hay otros momentos en que me enojo, ¿cómo pudiste ser tan irresponsable? Trabajabas en un laboratorio clínico, lidiabas y respirabas líquidos fuertes todo el día, ¿por qué no usabas mascarilla? Tus pulmones no aguantaron ese ritmo y el cáncer los invadió. "Eran otros tiempos" me dicen, "no se tomaban tantas precauciones como ahora". Suena válido, pero me enoja y al enojarme y reclamarte puedo verte sonreído, burlándote de mi ceño fruncido y diciéndome "tan bonita y ¿brava?, no señor, así no se puede".
Mientras hago limpieza y veo fotos viejas, pienso que viviste una vida feliz, que te casaste con la mujer de quien te enamoraste. Reíste siempre e hiciste feliz a quienes te rodearon, sin importar quienes sean. Eso lo noté el día de tu entierro. Estaba sentada pensando en nada y llegó una mujer pequeñita encorvada, por su vestimenta deduje que tenía una sencilla posición económica. Ella muy cautelosa como si no quisiera que nadie notara su presencia se acercó donde mi abuela, le dijo que tu siempre habías ido a su casa a revisar a su mamá sin importarte la distancia, el lugar y el hecho de que ellas no pudieran pagarte honorarios. Nos contó que te pagaba con gallinas que a su vez tú regalabas a la maternidad a alguna familia que veías más desprotegida. Estaba ahí para agradecerte aunque ya no te podía ver. Le regaló a mi abuela una funda con huevos de gallina criolla y dijo que eran de la gallina que iba ser regalo para el "doctorcito", así te llamaban muchos aunque eras clínico laboratorista realmente. Luego se acercó a tu féretro, te hizo una bendición por encima del vidrio que te cubría, se santiguó y se fue.
Termino de arreglar mis cajones, guardo los recuerdos y salgo a caminar para respirar aire fresco, voy a buscar ese árbol que me de sombra y de repente este doce de julio, me tome un helado.
jueves, 3 de julio de 2014
Chaba
Son las seis de la mañana y no ha hecho falta que suene el despertador, no he dormido nada de la emoción, no puedo creer que Chaba me haya escrito, peor aún, no puedo creer que yo la haya llamado y tengamos ¡un cita a las once! ¿Cita? bueno, yo quiero creer que es una cita. Caramba es que han pasado treinta años desde que la conocí y veinte, desde la última vez que nos vimos, sin embargo todavía me tiemblan las piernas y se me abulta la entrepierna de pensar en ella. Es que Chaba tiene lo suyo, me acuerdo que la conocí en Salinas, ella usaba un bikini que contrastaba con su piel bronceada, nunca fue muy alta, pero con su metro sesenta se defendía, además le encantaba subirse en tacones que a veces parecía de mi altura y yo soy un hombre alto. Volviendo a ella, la recuerdo caminando junto a otras chicas, cabello rubio, ojos verdes que me mataron desde la primera vez, cuando me miraron haciendo un guiño y sus dientes blanquísimos, eso siempre me llamó la atención en ella, el cuidado que le daba a sus dientes. Tenía quince años igual que yo, eso lo descubrí a través de amigos en común, porque vivo en una ciudad pequeña donde casi todos nos conocemos o tenemos un máximo de cuatro personas de distancia hasta llegar al otro y veraneamos casi todos en el mismo balneario y bueno, cosas de ciudades chicas, tres millones de habitantes suena mucho pero es poco realmente. En todo caso, me las ingenié, la conocí y descubrí que aparte de sexi era muy simpática, risueña, inteligente y me enamoré dos palabras después de "hola, me llamo Isabel, pero todos me dicen Chaba". En esa época yo era igual de alto que ahora sólo que muy flaco, parecía una caricatura de metro ochenta con muchas pecas, pelo oscuro, una nariz medio grande para mi cara tan delgada y un cuerpo desgarbado, encorvado por la vergüenza de ser siempre el más alto del grupo.
-¿Aló Marthita?, disculpe la hora, soy Eduardo. Por favor cancele toda mi agenda de la mañana, iré tentativamente al despacho pasada la hora de almuerzo, igual estamos en contacto de presentarse algún inconveniente. Envíeme por mail los mensajes que tengo pendientes por favor, gracias. click.
Estoy tan ridículamente nervioso que parezco mujer pensando qué camisa usar, no quiero verme viejo pero tampoco quiero que piense que ando hecho el jovencito, ya no luzco como antes, dejé de ser un flaco desgarbado desde que me dejó hace veinte años, quiero que vea cómo me he cuidado, los resultados de haber estado casado con una nutricionista deportóloga han sido beneficiosos para mi cuerpo... ¿Sabrá que me divorcié? ¿Será por eso que me buscó? Imposible adivinarlo, Chaba siempre fue así, un enigma.
Camino descalzo, faltan dos horas aún para verla y no sé qué hacer para quemar tiempo, no puedo concentrarme en un libro ni en ver noticias, sólo puedo recordar el día que la vi por última vez, teníamos veinticinco, yo estaba muy enamorado de ella y ella lo sabía, se reía de mi amor. Jugaba a que me quería y cuando pedía más tiempo juntos, ella me devolvía ausencias silenciosas, se perdía por unos días y yo quería morirme, era cruel, pero yo la amaba y dejaba de pedirle más, me conformaba con lo que ella me daba. Recuerdo haber llegado a su casa con flores y un disco que sabía ella estaba buscando y a esta ciudad de tres millones de habitantes no había llegado, fue toda una complicación, llamar a mi primo que vive en Miami, explicarle, enviarle el dinero por correo y luego esperar hasta que llegara el paquete, pero todo estaba listo y justo cumplíamos dos años seis meses juntos, ¿cómo olvidarlo? Me bajé del auto de mi mamá con flores, paquetes, unos chocolates y me recibió en el portal, no me dejó entrar. Me dijo que las cosas se estaban complicando, que ella quería algo más de la vida, yo estaba recién en tercer año de la universidad y no trabajaba, ergo no tenía dinero, salvo el que mi madre me separaba de su sueldo. ¿Mi padre? bien gracias, no lo veo desde que tengo cinco años. Chaba me hizo un recuento de carencias económicas infantiles, de aquella vez que fueron a su casa y embargaron todo porque su papá músico debía a media ciudad, historias que yo conocía y no veía la relación con nosotros. Ella siguió hablando y me dijo que ella no buscaba amor, ella quería dinero, una posición social alta, donde pueda crecer socialmente y disfrutar de dinero, viajes y confort. No podía creer lo que oía, recuerdo haber perdido la fuerza en los brazos y haber soltado todo al piso sin querer. Estaba ante mí otra mujer, una fría y calculadora. Me agaché a recoger todo y ella ni se inmutó, no quiso quedarse ni con las flores ni con el disco. "Achtung Baby" de U2, todavía lo conservo aunque ya no lo escucho. Llegué a mi casa destrozado, lloré como un niño, rompí todo recuerdo de ella, fotos, cassettes, cintas, vídeos, todo. Me parecía tan bella que tenía un corcho lleno de fotos suyas en mil poses y lugares. Rompí todo, me emborraché hasta perder la conciencia varias veces hasta que un día en el pináculo de mi depresión reaccioné, entró en mí un golpe de autoestima y agotado de verme un guiñapo humano me bañé, retomé la universidad y los amigos, todos ellos relegados por mi resiente amargura. ¿Será que quiero aprovechar esta oportunidad de volver a verla para decirle lo que nunca le dije? No, ya no la odio, quiero verla, la curiosidad por esa llamada me está matando, se la escuchaba bien, una voz madura, serena aunque conservaba esa dulzura que me derretía cuando nos amanecíamos hablando por teléfono. Cuando retomé mi vida, supe que estaba comprometida con el hijo del dueño de una camaronera muy famosa en el país, en fin, tendrá lo que quiere, pensé y dejé de pensar en ella. Me obligué a dejarla ir y ahora veinte años después, vuelve.
Ya es tiempo, manejo tranquilo, la he citado en el lugar más caro y elegante que encontré. De repente una llamada. -¿Edu? sorry voy medio atrasada, mi vuelo acaba de llegar, ¿podemos atrasarlo unos veinte minutos más? -Claro Chaba, yo te espero (como siempre, pensé) -Gracias cariño, beso, bye.
¿Vuelo? de dónde vendrá me pregunto, creo que no vivía en la ciudad, cierto, al casarse se fue a vivir a la capital. Llego al lugar, aparco el auto, camino y entro, saludo a los meseros y al administrador, soy cliente frecuente y me da gusto repasar que mi vida luego de Chaba fue tan diferente a cómo ella la proyectó, me gradué de arquitecto, viví en Florencia un par de años hasta que en uno de esos viajes en los que regresaba para saludar a la familia, conocí a Laura, ella se estaba graduando como nutricionista, linda chica, dulzona, inocente con mucho temple, nos casamos pronto sin noviazgo largo ni mucha pompa, ella me ayudó a surgir con su confianza en mí y uno que otro contacto de su familia. No sólo en la parte profesional cambié, nunca más me volví a enamorar de la forma intensa que estuve de Chaba. Laura aguantó, perdonó y calló todas mis infidelidades hasta que descubrió la última con mi asistente; era la coartada perfecta si no hubiera sido porque justo ella caminaba por la puerta de entrada cuando ambos salíamos del hotel donde usualmente nos encerrábamos por algunas horas, todos mis "martes de directorio". ¡Las esposas debería avisar cuando deciden ir a pasear por el centro! Ahora me hace gracia, en ese momento fue un papelón, llanto y gritos de ambas partes, un drama. Yo tomé un avión y volví en una semana con los ánimos calmos pero la solicitud de divorcio ya había sido ingresada. No discutí, no me quedé con nada. Laura tenía razón y con dinero traté de retribuir el amor y confianza que ella me había dado en esos años. No tuvimos hijos, así que fue un divorcio rápido y carísimo, pero bueno, Laura merecía quedarse con todo.
Saboreo mi vino blanco cuando la veo entrar.
Chaba sigue siendo hermosa, ahora tiene cuarenta y cinco. Algo diferente hay. Viene arrastrando una pequeña maleta con ruedas, asumo que su ropa para la estadía en la ciudad. Me levanto, la saludo con un beso en la mejilla y le aparto una silla. Está en jean, una blusa blanca, una sencilla cadena de oro y argollas grandes, sigue siendo delgada y elegante hasta para sentarse. Se saca las gafas y empieza el desencanto. Su piel que antes era dorada ahora me parece que se ha opacado convirtiéndose en una tonalidad café cartón, sus ojos verdes cambiantes con la luz, los veo medio amarillentos (puede ser la luz), sus dientes blanquísimos se mantienen, pero ahora noto que ha habido intervención quirúrgica en algunas partes de su cuerpo y dentadura. No lleva anillo de casada pero si un Bulgari en el dedo anular. Ella habla y yo sólo la analizo. Tiene ojeras, no se ha maquillado, salvo un ligero brillo labial que si la conozco se lo puso antes de bajarse del taxi que la trajo del aeropuerto hasta aquí.
Me cuenta que su esposo ha perdido el trabajo, que ella está montando una compañía que funciona piramidalmente y busca un auspiciante. ¡Qué ironía! exclamo, terminaste conmigo hace veinte años por no poder ofrecerte nada y resulta que ahora yo tengo lo que tú necesitas. Chaba suelta una carcajada hecha la cabeza hacia atrás y sigue riendo mientras me mira y guiña un ojo, la conozco, le molestó el comentario pero no se dejará vencer, esta vez, ella me necesita. Hace caso omiso de mi insidioso comentario y continúa la explicación de ese negocio que no me interesa en lo más mínimo, pero ella insiste que luego de averiguar en el mercado, yo soy el óptimo para auspiciar esto con beneficio económico para ambos. Trato varias veces de cambiar el tema, quiero saber de su vida, tiene dos hijos. El fantasma del embargo la está persiguiendo y teme volver a pasar lo mismo que cuando fue niña. Celebra mi nueva facha, dice que estoy más guapo y siento que me está coqueteando, le sigo el juego y empezamos un baile de piropos que termino pronto porque esos bailes pueden terminar en la cama y no resistiría volver a tener sus piernas cruzando mi espalda. Me volvería débil y no quiero. Me envuelve su perfume, la miro y admiro, pero esta vez las cosas son diferentes. Ya no la veo como antes, el vestigio del fantasma que me ha perseguido estos años, está muriendo mientras ella se lleva la copa de vino a los labios y sonríe.
Hablamos una hora más del producto que sigue sin interesarme, salvo por el leve brillo en sus ojos que a ratos salpica esta patética reunión. Le digo que se ponga en contacto con mi nueva asistente y que a través de ella haremos la pauta, que no se preocupe. Pago la cuenta y me levanto. -¿Tienes cómo irte? ¿Quieres que te acerque a algún lado? -No, Edu, gracias. Ya has hecho bastante. Me despido con otro beso en la mejilla, al darme la vuelta y avanzar dos paso escucho. -¿Te lastimé mucho verdad? No podía virarme y enfrentarme a sus ojos. Me quedé en silencio de espaldas a ella. -Edu, lo siento mucho, si te sirve de consuelo, no soy feliz. No me servía de consuelo y mis fuerzas empezaban a flaquear. Giré sobre mis talones y la miré. Parada sosteniendo la agarradera de su maleta, tan desvalida como lo estuve yo cuando me despreció sin piedad.
Me acerqué y la abracé muy fuerte. Le di un beso en la frente y volví a virarme para andar, ahora sin mirar atrás. Ella no dijo nada más.
Hay puertas que simplemente no se deben volver a abrir.
Camino descalzo, faltan dos horas aún para verla y no sé qué hacer para quemar tiempo, no puedo concentrarme en un libro ni en ver noticias, sólo puedo recordar el día que la vi por última vez, teníamos veinticinco, yo estaba muy enamorado de ella y ella lo sabía, se reía de mi amor. Jugaba a que me quería y cuando pedía más tiempo juntos, ella me devolvía ausencias silenciosas, se perdía por unos días y yo quería morirme, era cruel, pero yo la amaba y dejaba de pedirle más, me conformaba con lo que ella me daba. Recuerdo haber llegado a su casa con flores y un disco que sabía ella estaba buscando y a esta ciudad de tres millones de habitantes no había llegado, fue toda una complicación, llamar a mi primo que vive en Miami, explicarle, enviarle el dinero por correo y luego esperar hasta que llegara el paquete, pero todo estaba listo y justo cumplíamos dos años seis meses juntos, ¿cómo olvidarlo? Me bajé del auto de mi mamá con flores, paquetes, unos chocolates y me recibió en el portal, no me dejó entrar. Me dijo que las cosas se estaban complicando, que ella quería algo más de la vida, yo estaba recién en tercer año de la universidad y no trabajaba, ergo no tenía dinero, salvo el que mi madre me separaba de su sueldo. ¿Mi padre? bien gracias, no lo veo desde que tengo cinco años. Chaba me hizo un recuento de carencias económicas infantiles, de aquella vez que fueron a su casa y embargaron todo porque su papá músico debía a media ciudad, historias que yo conocía y no veía la relación con nosotros. Ella siguió hablando y me dijo que ella no buscaba amor, ella quería dinero, una posición social alta, donde pueda crecer socialmente y disfrutar de dinero, viajes y confort. No podía creer lo que oía, recuerdo haber perdido la fuerza en los brazos y haber soltado todo al piso sin querer. Estaba ante mí otra mujer, una fría y calculadora. Me agaché a recoger todo y ella ni se inmutó, no quiso quedarse ni con las flores ni con el disco. "Achtung Baby" de U2, todavía lo conservo aunque ya no lo escucho. Llegué a mi casa destrozado, lloré como un niño, rompí todo recuerdo de ella, fotos, cassettes, cintas, vídeos, todo. Me parecía tan bella que tenía un corcho lleno de fotos suyas en mil poses y lugares. Rompí todo, me emborraché hasta perder la conciencia varias veces hasta que un día en el pináculo de mi depresión reaccioné, entró en mí un golpe de autoestima y agotado de verme un guiñapo humano me bañé, retomé la universidad y los amigos, todos ellos relegados por mi resiente amargura. ¿Será que quiero aprovechar esta oportunidad de volver a verla para decirle lo que nunca le dije? No, ya no la odio, quiero verla, la curiosidad por esa llamada me está matando, se la escuchaba bien, una voz madura, serena aunque conservaba esa dulzura que me derretía cuando nos amanecíamos hablando por teléfono. Cuando retomé mi vida, supe que estaba comprometida con el hijo del dueño de una camaronera muy famosa en el país, en fin, tendrá lo que quiere, pensé y dejé de pensar en ella. Me obligué a dejarla ir y ahora veinte años después, vuelve.
Ya es tiempo, manejo tranquilo, la he citado en el lugar más caro y elegante que encontré. De repente una llamada. -¿Edu? sorry voy medio atrasada, mi vuelo acaba de llegar, ¿podemos atrasarlo unos veinte minutos más? -Claro Chaba, yo te espero (como siempre, pensé) -Gracias cariño, beso, bye.
¿Vuelo? de dónde vendrá me pregunto, creo que no vivía en la ciudad, cierto, al casarse se fue a vivir a la capital. Llego al lugar, aparco el auto, camino y entro, saludo a los meseros y al administrador, soy cliente frecuente y me da gusto repasar que mi vida luego de Chaba fue tan diferente a cómo ella la proyectó, me gradué de arquitecto, viví en Florencia un par de años hasta que en uno de esos viajes en los que regresaba para saludar a la familia, conocí a Laura, ella se estaba graduando como nutricionista, linda chica, dulzona, inocente con mucho temple, nos casamos pronto sin noviazgo largo ni mucha pompa, ella me ayudó a surgir con su confianza en mí y uno que otro contacto de su familia. No sólo en la parte profesional cambié, nunca más me volví a enamorar de la forma intensa que estuve de Chaba. Laura aguantó, perdonó y calló todas mis infidelidades hasta que descubrió la última con mi asistente; era la coartada perfecta si no hubiera sido porque justo ella caminaba por la puerta de entrada cuando ambos salíamos del hotel donde usualmente nos encerrábamos por algunas horas, todos mis "martes de directorio". ¡Las esposas debería avisar cuando deciden ir a pasear por el centro! Ahora me hace gracia, en ese momento fue un papelón, llanto y gritos de ambas partes, un drama. Yo tomé un avión y volví en una semana con los ánimos calmos pero la solicitud de divorcio ya había sido ingresada. No discutí, no me quedé con nada. Laura tenía razón y con dinero traté de retribuir el amor y confianza que ella me había dado en esos años. No tuvimos hijos, así que fue un divorcio rápido y carísimo, pero bueno, Laura merecía quedarse con todo.
Saboreo mi vino blanco cuando la veo entrar.
Chaba sigue siendo hermosa, ahora tiene cuarenta y cinco. Algo diferente hay. Viene arrastrando una pequeña maleta con ruedas, asumo que su ropa para la estadía en la ciudad. Me levanto, la saludo con un beso en la mejilla y le aparto una silla. Está en jean, una blusa blanca, una sencilla cadena de oro y argollas grandes, sigue siendo delgada y elegante hasta para sentarse. Se saca las gafas y empieza el desencanto. Su piel que antes era dorada ahora me parece que se ha opacado convirtiéndose en una tonalidad café cartón, sus ojos verdes cambiantes con la luz, los veo medio amarillentos (puede ser la luz), sus dientes blanquísimos se mantienen, pero ahora noto que ha habido intervención quirúrgica en algunas partes de su cuerpo y dentadura. No lleva anillo de casada pero si un Bulgari en el dedo anular. Ella habla y yo sólo la analizo. Tiene ojeras, no se ha maquillado, salvo un ligero brillo labial que si la conozco se lo puso antes de bajarse del taxi que la trajo del aeropuerto hasta aquí.
Me cuenta que su esposo ha perdido el trabajo, que ella está montando una compañía que funciona piramidalmente y busca un auspiciante. ¡Qué ironía! exclamo, terminaste conmigo hace veinte años por no poder ofrecerte nada y resulta que ahora yo tengo lo que tú necesitas. Chaba suelta una carcajada hecha la cabeza hacia atrás y sigue riendo mientras me mira y guiña un ojo, la conozco, le molestó el comentario pero no se dejará vencer, esta vez, ella me necesita. Hace caso omiso de mi insidioso comentario y continúa la explicación de ese negocio que no me interesa en lo más mínimo, pero ella insiste que luego de averiguar en el mercado, yo soy el óptimo para auspiciar esto con beneficio económico para ambos. Trato varias veces de cambiar el tema, quiero saber de su vida, tiene dos hijos. El fantasma del embargo la está persiguiendo y teme volver a pasar lo mismo que cuando fue niña. Celebra mi nueva facha, dice que estoy más guapo y siento que me está coqueteando, le sigo el juego y empezamos un baile de piropos que termino pronto porque esos bailes pueden terminar en la cama y no resistiría volver a tener sus piernas cruzando mi espalda. Me volvería débil y no quiero. Me envuelve su perfume, la miro y admiro, pero esta vez las cosas son diferentes. Ya no la veo como antes, el vestigio del fantasma que me ha perseguido estos años, está muriendo mientras ella se lleva la copa de vino a los labios y sonríe.
Hablamos una hora más del producto que sigue sin interesarme, salvo por el leve brillo en sus ojos que a ratos salpica esta patética reunión. Le digo que se ponga en contacto con mi nueva asistente y que a través de ella haremos la pauta, que no se preocupe. Pago la cuenta y me levanto. -¿Tienes cómo irte? ¿Quieres que te acerque a algún lado? -No, Edu, gracias. Ya has hecho bastante. Me despido con otro beso en la mejilla, al darme la vuelta y avanzar dos paso escucho. -¿Te lastimé mucho verdad? No podía virarme y enfrentarme a sus ojos. Me quedé en silencio de espaldas a ella. -Edu, lo siento mucho, si te sirve de consuelo, no soy feliz. No me servía de consuelo y mis fuerzas empezaban a flaquear. Giré sobre mis talones y la miré. Parada sosteniendo la agarradera de su maleta, tan desvalida como lo estuve yo cuando me despreció sin piedad.
Me acerqué y la abracé muy fuerte. Le di un beso en la frente y volví a virarme para andar, ahora sin mirar atrás. Ella no dijo nada más.
Hay puertas que simplemente no se deben volver a abrir.
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