Carmen está enferma, su cuerpo se contagió y su sangre se infectó, no recuerda bien cuando exactamente sucedió y ya dejó de intentar acordarse porque no hay reverso en lo que le sucede. Su cuerpo sintomatizó aquello que enfermó primero a su alma. Ahora está en un hospital para enfermos terminales con un cáncer que la debilita cada día, duerme mucho gracias a las pastillas que le aminoran los intensos dolores propios de su enfermedad y cuando está despierta se siente muy cansada para leer, prefiere ver el jardín o disfrutar el perfume de las flores frescas que todas las mañanas Elisa su enfermera favorita, cambia para ella y las deja sobre su pequeño velador.
Elisa es una chica joven, bonita y siempre alegre que decidió estudiar enfermería por su intensa vocación de servicio, disfruta lo que hace y es muy querida entre los pacientes y el personal del hospital. Tiene unos grandes ojos azules que contrastan con su pelo oscuro y corto que le llega a la altura de las orejas cortado sin mayor cuidado con algunas puntas salientes que le dan un toque muy juvenil. Una mañana como de costumbre entra a cambiar las flores del velador de Carmen y percibe algo diferente. Sus párpados no se mueven, toca su muñeca para tomarle el pulso y no hay nada que hacer, Carmen por fin descansa, espera que haya encontrado la paz que tanto anhelaba. Empieza a arreglarla cuando de entre su ropa cae una carta que sólo dice "Para Elisa". La toma y guarda en su bolsillo y anuncia del fallecimiento de Carmen a sus superiores para hacer todo el trámite correspondiente. Su trabajo termina a las cinco de la tarde y es ahí cuando al salir del hospital decide ir a sentarse en una de las bancas frente al río para poder leer la carta que no la intriga demasiado pero siente curiosidad ¿qué podría escribirle esa anciana? ¿una herencia? ríe divertida. Encuentra una banca vacía y saca la carta de su bolsillo, se acomoda y empieza.
"Querida Elisa, seguramente te sorprenderá haber recibido una carta mía, pero no tuve hijos y tu fuiste en mis últimos días, lo más parecido a una hija amorosa y pendiente. Tu sonrisa iluminaba la habitación y mi corazón todas las mañanas, nunca te lo dije pero agradecí cada ramito de flores que ponías todas las mañanas en mi velador, me hizo feliz las veces que con paciencia me llevabas en mi silla de ruedas a ver el jardín y luego me leías a Cortázar, pero esta carta no es sólo para agradecerte sino más bien para advertirte. Mi cáncer fue sólo la respuesta al veneno que corría por mis venas desde hacía muchos años. Es fácil contagiarse con ese veneno porque no lo descubres hasta que es tarde. Te explico:
Existe una vieja, encorvada, llena de arrugas muy profundas con una piel muy oscura sin llegar a ser una persona de raza negra, tiene artritis lo asumo por sus dedos totalmente torcidos; tiene un poderoso y desagradable olor a tabaco, su boca casi sin dientes da un aspecto decadente en conjunto con una alopecia que la tiene calva por partes y por otras, caen unas mechas grises y sucias. Luce siempre un vestido raído y anda descalza con unas uñas llenas de hongos y podredumbre, cuando te habla sientes que tus oídos sufren pues tiene una voz chillona como si fuera el quejido de un animal herido de muerte, es una voz que te petrifica y nunca olvidarás, camina lento y se mueve entre las sombras, prefiere la oscuridad y detecta el miedo a kilómetros, cuando te elige como víctima, ataca en solitario, tiene un abordaje sutil tratando de pasar inadvertida como una pequeña hormiga que camina sobre el pie descalzo y en el momento menos pensado te muerde. Esta vieja cambia de forma para atacar, el problema es que cuando te muerde, clava su veneno en ti y éste se aloja directamente en tu sangre y empieza a circular rápidamente por todo tu torrente sanguíneo sin que puedas notarlo hasta que es demasiado tarde. Ella por el contrario ahí encuentra su fuente de juventud, se renueva con cada dosis de veneno que sale de su cuerpo extendiendo muchas semanas más su vida.
Volviendo al efecto sobre el ser afectado por su picadura, mira, pierdes el control sobre ti, poco a poco empiezas a desconocerte, te envuelves en rabia, no logras pensar bien ni distraerte, temas que antes eran meras preocupaciones normales y manejables se convierten ahora en pesadillas que te quitarán el sueño para siempre, pierdes tu objetividad. ¿Por qué te cuento todo esto? porque ese veneno se llama frustración y la única forma de que no te envenene y acabe con tu vida como lo hizo con la mía es que la detectes a tiempo. Nunca podrás tener todo, siempre al ganar algo perderás algo también, lo importante es que aquello que ganes sea siempre mayor que aquello que perdiste. Nunca dejes nada para después, porque después siempre es tarde y sobre todo, entrega todo de ti, que nunca quede un pendiente por hacer, que si algo termina, que jamás quede en ti la duda de si al haberlo intentado un poco más, todo sería mejor. No permitas que la frustración entre en tu sangre porque terminarás enferma como lo estuve yo.
Quiero que seas feliz Elisa, por eso te he escrito haciendo acopio de mi último aliento de vida, un abrazo.
Carmen"
Elisa queda estupefacta, saca de su bolso un cigarrillo marlboro rojo, lo enciende con unos cerillos y mientras observa el humo que sale de su primera bocana se queda reflexionando sobre la carta. La vida es rara, te da mucho y luego te lo puede quitar todo, ¡pobre mujer! exclama y luego sonríe recordando las mañanas en el jardín filosofando con Carmen sobre Cortázar y un mundo donde siempre logres un final feliz. Se queda un rato más hasta que termina el cigarrillo, guarda la carta en su bolso y al voltearse una vieja encorvada con arrugas profundas y piel muy oscura sin llegar a ser de raza negra, que expide un desagradable olor a podredumbre y tabaco le sonríe, ella la mira, le devuelve la sonrisa, se levanta y empieza a caminar. La vieja la sigue con la mirada pero Elisa se ha marchado.
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