No es alto, está perdiendo pelo, ni siquiera es joven, pero Violeta está enamorada, se quedó perdida en sus ojos, siente una admiración que bordea la adoración, lo ama, lo comprende, lo justifica, lo entiende todo inclusive aquello que no tiene justificación ni explicación. Sube agitada, llega y lo busca con la mirada, usualmente él está cerca, esperándola con esa mirada profunda que la derrite, que la envuelve y la mantiene cada día más enamorada.
Sigue caminando por el malecón y mira el reloj, asume que se atrasó, él vive ocupado y ella agradece los minutos que de vez en cuando, un rato a la semana él le regala, ella comprende y lo justifica. Un poco preocupada sigue caminando en círculos, trata de llamarlo pero no hay respuesta.
No habrá respuesta, no va a llegar, él decidió dejarla y se marchó sin decir nada, espera que ella lo deduzca, que resuelva sola ese problema, él no tiene tiempo para seguir perdiendo, esta vorágine de amor, pasión y entrega ya lo aburrió, ya pasó el entusiasmo, ahora lo ahoga, lo que antes le encantaba de ella ahora lo agobia. Su trabajo lo consume demasiado y esta diversión se empezó a volver intensa, Violeta empezó a querer más tiempo, no se lo dice, pero él no es tonto y no es la primera Violeta de su vida, así que ya sabe cómo terminará y no tiene ganas ni tiempo.
"Somos ladrones del tiempo, porque robamos minutos que el destino nos niega" solía decirle Violeta en éxtasis de amor por él, pero se acabó, le da un poco de pena imaginarla llorando sola al darse cuenta que él no aparecerá en la cita de la semana. Siente lástima, pero se calma, nadie muere de amor, ella estará bien en algún momento y él volverá a encontrar otra Violeta
La vida siempre continúa, no espera a nadie.
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