La abracé tantas
veces que he perdido la cuenta, la valoraba muchísimo, hasta en mis momentos más
difíciles nunca atenté contra ella, siempre la cuidé y ahora, sin ningún tipo de
consideración me arranca de sí, me pega un tirón y me pone a caminar -solo y a
oscuras- por este camino que siempre temí andar.
La miré suplicante,
creo que hasta lloré un poco, pero ella silente sólo estiró su dedo índice para
indicarme el camino que ahora recorro y donde el miedo se entrelaza con rabia. Veo mi cuerpo distante, casi borroso, todo se va volviendo muy lejano.
-¿Por qué el tiempo
se diluye como agua? ¿Por qué no abracé más? Tengo muchos pendientes aún. ¿Cuál
será mi destino ahora? lo pienso mucho pero ya es tarde. No hay vuelta atrás, debo seguir avanzando.
De repente el camino se cierra
hasta llegar a una puerta vetusta en medio de paredes despintadas, un vaho
nauseabundo invade el ambiente al abrirse la puerta, trato de mirar hacia atrás
pero todo ha desaparecido, sólo puedo andar hacia adelante. Cruzo la puerta.
Empiezo a caminar por un pasillo
oscuro, lleno de celdas pequeñas a los costados, de entre las paredes salen
raíces de árboles, miro hacia el techo y es un árbol, estoy dentro de un árbol
y siento terror de llegar al final del pasillo.
-¡padre que estás en
el cielo, si puedes escucharme no me abandones aquí, no es mi lugar!
Sólo silencio como
respuesta, sólo silencio ensordecedor y oscuridad cegadora como única compañía, camino casi a tientas, de repente hay
una sola y última puerta al final de este eterno corredor. No sé cuánto tiempo llevo andando pero estoy muy cansado.
Me detengo un rato, tomo consciencia que al fin he llegado y detrás de esa puerta está mi destino,
puede haber luz, puede haber oscuridad.
Camino lento, estiro mi mano temblorosa hasta tocar la perilla, la muevo suavemente, cierro los ojos, abro la puerta y entro.