Caterina despierta agotada por la pesadilla, el pasado es un lugar del que difícilmente podemos salir si antes no nos hemos perdonado y ella no se lo perdona. Como flashbacks vienen a su memoria escenas aleatorias de hace veinte años. Se visualiza en ese motelucho en el centro con su novio, muerta de susto con la prueba de embarazo marcando positivo y como latigazos vuelve a escuchar la voz melosa de David, diciéndole -baby, no es el momento. No podremos salir adelante ni cumplir nuestros sueños, ya tendremos otros hijos, yo nunca te abandonaré. "yo nunca te abandonaré" palabras que retumban en su cabeza. Con violencia regresa al presente, desayuna un café con agua y nada de azúcar, no tiene apetito, ni ánimo de hacer ejercicio.
Vive en una constante dieta que no sirve para nada que no sea arruinarle el ánimo, termina de desayunar y sube a cambiarse de ropa para ir a su trabajo. Se desnuda frente al espejo y éste le devuelve la imagen de una mujer de cuarenta años casi caricaturesca. Mide 1 metro, cincuenta centímetros y su cabeza está prácticamente pegada a su pecho, su pequeño y grueso cuello está parcialmente tapado por una papada que no desaparece, más abajo su flácido pecho descansa sobre un abultado abdomen y la cintura es un concepto sin definición en su cuerpo. En su miseria física descubre que sus ojos siguen siendo bellos, atractivos y llamativos, dan luz a una vida de tristeza. Caterina es intuitiva pero no sensitiva, buena con las finanzas pero inexacta al calcular, con austeridad de carisma pero sobredosis de compostura y educación. Suspira y se viste de Michael Kors y Chanel, si no ven belleza, por lo menos verán buen gusto y dinero, se dice para si, mientras termina de hacerse una cola de caballo como peinado.
Maneja y en el tráfico otro flashback, recuerda ir caminando tomada de la mano de David, sin hablarse, muy nerviosa pero repitiéndose que no es el momento, pero que él nunca la dejará, ya vendrán otros hijos. Recuerda escucharlo constantemente decirle -baby, tranquila, yo estoy contigo, te amo, todo estará bien. Siente náuseas, en ese momento estaba tan asustada que no tuvo tiempo de odiarlo, pero ya habría tiempo para eso también. Un frenazo y regresa su atención al volante. Aparca en su estacionamiento privado, se apea y camina hasta llegar al ascensor, marca piso 13, saluda al abrirse el elevador y calla, tiene un remolino de ideas. "No es el momento" esa frase la está consumiendo.
Llega a su oficina, saluda a la recepcionista, a los demás empleados y a su asistente le pide que cancele todas sus reuniones y que no le pase llamadas. Entra a su oficina, pone seguro a la puerta, se descalza y se sienta en su silla. Apoya sus codos sobre el escritorio y las manos sobre su cara. Más imágenes, recuerda haberse puesto una bata de operación y estar en un cuartucho en el que se dudaba tanto de la higiene como de las buenas intenciones del doctor que la iba a atender, ¿atender? ¿realmente la atendieron? Rompe a llorar, recuerda la fría mesa donde se acostó y le pidieron que abra las piernas. Piernas que abrió para recibir vida y ahora estaba ahí, abriéndolas de nuevo para eliminarla, porque no era el momento...
Recuerda haber salido atontada, dolorida y ver a David, un jovencito delgado con una cara que aparentaba mucho menos de los veinte años que ambos tenían. Guapo, alto y con unos ojos penetrantes que la hicieron olvidarse por un segundo de lo que acababa de pasar y se sintió reconfortada de verlo, de sentir que contaba con él, que todo iba a estar bien, pese a que no era el momento...
¿Era una niña sabes? le dijo al verlo, íbamos a tener una niña, creo que le hubiera puesto Lucía, porque significa la que trae la luz, la que nace a la luz del día. -Tranquila baby, todo estará bien, tendremos muchas Lucías, ya lo verás dice David consternado pero aliviado.
Suena el celular. David llamando, dice la pantalla de su iphone y ella piensa que no es el momento, deja sonar el teléfono y lo apaga. Si algo puede reconocer de su marido es que David cumplió, se casaron y tuvieron un hijo. Son veinte años juntos entre muchos problemas, dinero, buena posición social, infidelidades y la niña que nunca llegó. Le pesa haber sido tan cobarde, no pudo salvar a su hija, no pudo defenderla. Priorizó el futuro de David, lo que era mejor para él pero no la vida de su hija, de la luz que estaba viniendo en Lucía. A veces piensa, ¿cómo sería? ¿tendría los ojos azules como su abuelo o café como su papá?, ¿sería bajita como ella o una mujer espigada como las mujeres de la familia de su marido? ¿Sería una empresaria como ella o una doctora que defienda la vida de los bebés por nacer?
Ahora se cuestiona si ya llegó el momento. Si es ahora que debe volver a intentarlo. Si pese al tiempo y su edad, vale la pena nuevamente tener otro bebé, pero le aterra el castigo a la soberbia. Le aterra en su fuero interno el castigo del karma, ley divina o como se quiera llamar a ese pago por la vida que cegó. Se plantea si ya es el momento de cortar el pasado y volver a empezar. El momento siempre es hoy, pero ella no sale de ayer. De repente sólo debe esperar un poco más.
Ahora se cuestiona si ya llegó el momento. Si es ahora que debe volver a intentarlo. Si pese al tiempo y su edad, vale la pena nuevamente tener otro bebé, pero le aterra el castigo a la soberbia. Le aterra en su fuero interno el castigo del karma, ley divina o como se quiera llamar a ese pago por la vida que cegó. Se plantea si ya es el momento de cortar el pasado y volver a empezar. El momento siempre es hoy, pero ella no sale de ayer. De repente sólo debe esperar un poco más.
De repente, todavía no es el momento...
Saludos Verónica, me gustó.
ResponderEliminarUn abrazo.