Éramos una familia de cuatro, dos niñas, papá y mamá. Una familia típica, sin mayores comodidades ni carencias. Vivíamos en un barrio bonito con gente bonita y autos bonitos. Nuestra casa era de dos pisos, suena más grande de lo que era. Todo en pequeñas cantidades. Estábamos bien o creíamos estarlo. Un día mamá avisó que estaba embarazada, tendríamos un hermanito o hermanita, no lo sabía aún.
En esos meses, deseaba tanto que sea niña para que los celos por mi hermana menor desaparecieran y ahora sea ella la princesa destronada, es que ser hermana mayor siempre fue una responsabilidad con la que nunca quise cargar y me la impuso la vida. Tuve que ser la que abriera siempre el camino, hasta ahora, con casi cuarenta años, a veces siento que sigo abriendo camino para los que vienen detrás de mi.
En fin, pasó el tiempo que tenía que pasar y la noche del parto nos dejaron en casa siendo cuidadas por mi abuela. No recuerdo mucho eso, ella no era muy cariñosa y me fui a dormir temprano. De repente me levantó un ruido, mi papá había llegado a casa. El corazón casi salta de mi pecho, ya había un miembro más en la familia. Salí corriendo de mi cuarto y bajé las escaleras a toda prisa, gritando ¿Qué es? ¿niña o niño? Mi papá sonrío y me dijo: "niño, llama a tu hermana que debemos conversar". Algo estaba mal, podía sentirlo, subí nuevamente llamando a mi hermana que también se había quedado dormida, somnolienta me dice -¿Llegó mi papi? ¿ya nació, qué es? "es niño, pero algo pasa, nos quieren hablar". No terminamos de salir de la habitación que compartíamos y él estaba sentado en la escalera, nos sentamos una a cada lado. Veía mis pies y la escalera bajaba hasta la oscuridad de la sala. Estábamos como en una película surrealista. Mi papá abrió un libro que había buscado entre las enciclopedias de la casa, señaló una página y empezó a mostrarnos unas fotos horribles, niños con deformaciones. Me asusté, las imágenes eran horribles, pero nadie hablaba.
-Hay un defecto físico con el que algunos niños nacen, se llama "labio leporino" es sólo físico. No afecta sus órganos internos ni su cerebro. Con esa frase mi papá rompió el silencio. -¿Eso tiene el ñaño? farfullé casi sin voz. -Si. Esa fue la primera vez que vi llorar a papá. Tenía miedo, él que es un hombre fuerte, calmado, que planificaba cada minuto de su vida, la vida lo había sorprendido y estaba asustado. Lo abracé lo más fuerte que pude y mi hermana hizo lo mismo. Pasó la noche.
Al amanecer estaba ansiosa, no sabía cómo iban a cambiar las cosas, tenía sentimientos encontrados, algo de temor a lo desconocido y curiosidad por conocer a mi pequeño hermano. Cuando llegó el bebé, me enamoré al verlo. Pequeño, necesitado de cobijamiento. Tuvimos que adaptarnos, no podía tomar biberón, tenía que ser alimentado por una especia de cucharita o por unos tubos delgados que simulaban inyecciones para que el líquido vaya directo a su garganta. No había celos entre hermanas, ahora todos nos uníamos en un sólo brazo para abrazarlo. Ahora eramos una sola boca para besarnos entre nosotros y darnos ánimo para ayudarlo, para que nunca se sienta desvalido. Éramos un sólo corazón latiendo al mismo ritmo.
La primera de muchas intervenciones quirúrgicas llegó casi de inmediato. Veía como mi madre sufría y mi padre volvió a ser fuerte, su apoyo. Pasamos años difíciles cuando entró al colegio. El defecto y las operaciones habían dejado una cicatriz visible y un ligero problema para pronunciar. Hubo malos ratos, niños crueles, historias que al llegar a casa y a veces con normalidad, otras con tristeza nos contaba, hacía que nos encendiéramos en furia, todos queríamos ir a protegerlo del mundo. Pero mi hermano también nació con un corazón tan grande como su defecto físico. Con unos ojos enormes de miel que me sigue enamorando cada vez que sonríe y me cuenta que todo está bien. Lo vi crecer de cerca y luego de lejos porque me casé y dejé la casa paterna. Me sorprendía y emocionaba verlo convertirse en hombre. Un gran hombre con un corazón dulce, espíritu férreo que supo capear el temporal que la vida le entregó al nacer. Creo que seguimos siendo un sólo brazo en un gran abrazo. Tiene treinta años ahora y del defecto, sólo el recuerdo.
Me sacaste lagrimas, boba. Realmente hermoso, para los que entendemos. Tqm.
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