martes, 27 de agosto de 2013

Un dios dormido

Paul duerme tranquilo en los brazos de Rosario. Ha estado fuera de la ciudad una semana y apenas bajarse del avión, lo primero que hizo fue ir a buscarla para refugiarse entre su carne. sólo Rosario lo conoce, lo mira y lee sus ojos tristes, llenos de silencios que gritan sin hablar y al abrazarlo se funden en un sólo ser, piensan igual y hablan el mismo idioma que nadie más comprende.

Están acostados desnudos, cubiertos sólo por todo el recuerdo de la pasión de hace unos poco minutos, ella lo tiene apoyado en su pecho totalmente rendido, durmiendo profundamente y trata de imaginar ¿en qué piensa?, ¿con qué sueña? Mira su rostro impoluto, el tiempo no pasa por él, su nariz recta, labios carnosos bien perfilados, una ligera hendidura en su rostro al sonreír. Ahora sus ojos de mirada profunda totalmente cerrados, sus pestañas casi topan sus pronunciados pómulos y tiene una expresión de calma y paz que la hacen querer apretarlo con fuerza hacia ella, pero sólo lo aprieta despacito con temor a despertarlo.

Su respiración es pausada, parece un dios dormido. Su piel bronceada brilla bajo la luz que logra entrar por la ventana, sus brazos definidos, sus piernas torneadas y su espalda fuerte hacen que Rosario lo vuelva a desear una vez más, pero prefiere tenerlo así, como si fuera un bebé desprotegido a quien acaricia su pelo arrullándolo, para que no tenga pesadillas, para que se sienta amado y sus sueños sean agradables.

Pasan los minutos, pasa una hora y Rosario recuerda haber vivido horas más intensas, momentos y personas que la hicieron vibrar mucho más de lo que Paul alguna vez podría, sin embargo, está ahí velando su sueño, cuidando su respiración, sintiéndolo suyo por esos minutos. La vida nos somete a juegos injustos y encuentros a destiempo, pero ahí van caminando, compartiendo sus miserias, sus alegrías y despidiéndose pensando que tal vez esa sea la última vez.

De repente Paul despierta, un poco atontado, evidentemente no logra ubicarse ni dónde, ni con quién está todavía. Pide disculpas por toda la saliva derramada sobre el pecho y cuello de Rosario, por el tiempo "perdido"  mientras dormía y empieza a vestirse. Rosario le sonríe, le dice que no hace falta disculparse y trata de explicar lo especial que fue para ella. Él asienta con la cabeza, sonríe un poco sin prestarle mucha atención, ella lo ve arreglarse y en cada prenda que se pone está un nuevo adiós.

Nuevamente vuelven a despedirse, pero esta vez sin saberlo, él ha dejado algo suyo dentro de ella.





2 comentarios:

  1. Un saludo desde México Verónica.
    Es una buena historia, tal vez con continuación.
    Te dejo algo mío por si lo quieres leer.
    Un abrazo.
    http://lasletrasdelgilo.blogspot.mx/2013/07/0-0-1-416-2293-ninguna-19-5-2704-14.html

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