miércoles, 29 de marzo de 2017

Tiempo de volar

Ya cuando sólo resta escuchar música de la época en la que se fue feliz y viajar al pasado, es momento de partir. No hay nada que hacer.

Cada vez más flaca, me estoy consumiendo. El pelo se cae tanto que lo he cortado muy pequeño quedándome con una pinta andrógina que me gusta. Fumo sentada en el bordillo de la ventana. Imagino tu cara, recorro tus lunares y olvido los besos.

Las uñas de mis pies se han puesto muy duras, casi forman una sola masa con los dedos. No las puedo cortar y ya no me importa. Al frente, mi vecina despide a su marido con un beso, le hace la señal de la cruz sobre el pecho, lo ve salir y cierra la puerta. Minutos más tarde, lo veo desde otra ventana, sin ropa, sin cruz y con besos de bienvenida.

Abajo hay una mujer que grita, vende billetes de lotería. Asegura que tiene los que cambiarán la vida de quien los compre. Quisiera comprar uno, y confiar en ella, pero no pasará. El dinero no puede cambiar mi vida. Esa no es mi solución, ni la respuesta. Mi tiempo se termina.

Ayer bajé a lavar ropa, mi edificio tiene un cuarto de lavado y al entrar, silencio. Una madre decidió irse casi arrastrando a su hijo que no dejaba de verme. Las alas me han crecido un poco y ya no uso blusas. Así que mis pequeños senos sin vergüenza se muestran erguidos y los pezones aún reaccionan frente al estímulo. Cada vez hay menos ropa que lavar. La mujer que administra el lugar siempre es amable conmigo. Me trajo una frazada porque abajo hace frío y compartió conmigo su café. Por fin decidió echar a su marido de casa, la última golpiza involucró a su hija, así que está sola nuevamente. Unimos nuestro frío y luego subí con ropa limpia.

El viento trae palabras pájaro, perdidas en el tiempo. Debo esperar un poco más. Recuerdo cuando miraba tus ojos y pensaba -quería pensar- que en alguna parte estaba yo.  Tocan duro mi puerta, voy despacio. Al abrir, un pequeño paquete. Mis cigarrillos. El hombre de la tienda me ama, sabe que no es mutuo, pero me envía regalos. Tal vez, algo lo amo. Agradezco su tiempo para mí.

No creo en el destino. No creo en el futuro. No creo en casualidades. No creo. No creo. No quiero creer.

Tengo el cuerpo más duro, llegó el momento. Abro la ventana, es tiempo de volar.



viernes, 3 de marzo de 2017

Ultravioleta

Días de lluvia. Estoy sentada cerca de la ventana viendo las calles llenarse de agua, mientras los colores sortean los charcos. No me gustan Los Verde, suelen tener veneno en su lengua y al hablar, lo esparcen enfermando a quienes los escuchan. Hay muchos en todos lados. Mutan un poco, se disfrazan a veces, pero no pueden escapar de mis ojos.

Los Azules son interesantes, sólo hay que sortear su tendencia destructiva, pero en su mejor faceta son grandes intelectuales, una charla distendida con ellos es recibir cátedra de cultura, lastimosamente nunca pueden abrir su corazón, es difícil enamorarte de uno de ellos, una vez lo intenté y todavía duele. Los prefiero de amigos y referentes académicos. Así es más fácil respetar nuestros silencios y fantasmas.

Por otro lado, Los Anaranjados son la alegría andante, una fiesta vive dentro de ellos, es imposible no reír en su compañía, los busco siempre que llueve dentro de mí. Siempre logran devolverme el sol y espantar las nubes. Además, conocen los mejores lugares para comer rico y barato.

No veo mucha televisión, borra la imaginación, y es aburrido ver un desfile de seres de diferentes colores. A veces, la veo sin volumen, imagino qué dirían de acuerdo a sus colores, sin respetar el libreto que siguen. Pienso que todos seguimos un libreto, que nos hace políticamente correctos y logra que encajemos en la sociedad llena de suciedad donde vivimos.

Alguna vez me estuve loca de amor por un Rojo. Estaba todo bien; era cariñoso, y al mismo tiempo, su ligera dosis de violencia cuando me cargaba para hacérmelo contra la pared, lo volvía deseable. Sin embargo, con el tiempo se empezó a volver gris, con tonalidades azules, pero no por intelectual sino por depresivo. Sus ojos se volvieron verdes y los celos infectaron nuestra relación. Huí.

Me gustan Los Negro, son seres complicados y no muy dados a entablar relaciones de ningún tipo. Como la suma de todos los colores, son indescifrables, enigmáticos, pero comprenden los laberintos mentales mejor que nadie. Los Blanco por el contrario, son un plomazo, su ausencia de color me desconcierta. Son almas demasiado lejanas de la cotidianidad. Muy puros y decentes a mi gusto. 

Y aquí estoy, sin ganas de salir. Miro por la ventana, como siempre en la esquina a las doce menos quince, un Azul, espera el bus. A veces me pregunto si tendrá ojos café, su cabello será ¿rubio o negro?, trato de especular el color de su piel, pero nada... así mismo es.