jueves, 9 de enero de 2014

Sin palabras

Consuelo tiene sesenta y cinco años, cara redonda, labios delicados que no cesan de sonreír y unos ojos de mirada dulce. Acaricia suavemente la mano de su madre. Consuelo habla, le cuenta historias que la anciana parece no comprender desde un mundo aislado en su silla de ruedas.

Consuelo insiste, saca su celular, le muestra fotos y con dulzura le explica a la anciana que son sus bisnietos -es Laurita, tu bisnieta, la hija de Lorena tu primera nieta, ¿te acuerdas mami?, mira, ¡tiene tus ojos!. Mami, recuerdas que tu le enseñaste a Lorena a preparar tortas de chocolates cuando íbamos a visitarte en tu casa de Urdesa. ¿te acuerdas?. No hay respuesta, sólo una leve sonrisa de la anciana. Consuelo adora contarle historias a su madre sobre sus nietos y bisnietos, trata infructuosamente de hacerla regresar de ese viaje solitario y distante en el que está sumida desde que le diagnosticaron una enfermedad degenerativa que le compromete muchos sentidos.

Los ojos de Carmen ya no brillan. Escucha la voz de Consuelo pero no logra comprender sus palabras, a veces logra recordarla tan pequeña, tal vez de cuatro años, cuando lloraba si ella no la cargaba por las mañanas para pasarla a su cama y abrazadas leerle un cuento. Otras veces la recuerda andando en bicicleta alrededor de su casa en Ballenita, cuando le gritaba emociona ¡mira mami, sin manos!. Inclusive a veces tiene ligeros recuerdos de cuando la vio entrar vestida de blanco por la iglesia el día de su boda con Julio. Consuelo es su única hija y la ama profundamente aunque no logra hacer que las palabras salgan de su boca. Siente la mano de su hija acariciando la suya y escucha su voz pero no logra comprender sus palabras pese a todo el esfuerzo que pone en ello. A veces quisiera pedirle perdón por haber sido  tan dura en su formación, por todos los abrazos que no le dio y sobre todo, quisiera gritarle que la ama, que agradece todo las noches que entra a su habitación para abrigar sus pies. Quiere decirle que le alegra verla feliz con sus hijos y nietos, que le gustan las fotos que con tanto entusiasmo le muestra en ese aparato que parece un álbum de fotos portátil aunque a veces hace mucho ruido y la pone muy nerviosa. Quiere sonreír, quiere que Consuelo logre sentir que ella la ama pero no sabe cómo. La enfermedad le impide hablar, no logra gesticular palabras coherentes, es torpe con los movimientos y ya casi no puede hacer nada sola.

Consuelo pide un poco de agua para su mamá, le explica que están en el doctor para un examen de rutina. Toma su mano y la vuelve a acariciar. A pesar de los años, las manos de su madre le siguen pareciendo suaves y cálidas, las mira y le dice: ¡mira mami, tenemos las mismas manos! de repente Carmen la mira con dulzura, le sonríe y aprieta sus manos contra las de ella. Consuelo siente un vuelco al corazón, ese pequeño gesto la hace sentir que todavía están conectadas, que su lazo sigue fuerte.

El amor sigue vivo. El silencio es ahora su lenguaje.


2 comentarios:

  1. Saludos Verónica, tenía algo de tiempo que no te leía. La verdad es que este relato me ha gustado más que otros que leí, es muy bello y tiene un final que te deja sonriendo. Un abrazo

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  2. Gracias por tu tiempo y palabras. saludos

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