Doy vueltas y no logro descansar, repito que no me quieres. Hago repaso mental de las escenas más dolorosas. Siento náuseas. Temo caer en depresión y me levanto. La habitación es diminuta y está sucia, siento trocitos de tierra en mis pies, mientras camino al baño; lavo mi rostro con jabón, restregándolo con energía, esperando que esa fuerza, logre sacarme lo que tengo en el corazón, pero lo deja enrojecido, y ya no reconozco a la mujer del reflejo. Está vieja, tiene manchas en la cara y cuando trata de sonreír, un colmillo protuberante le da a su sonrisa, una expresión extraña. Veo la hora, una y media. Temo que no vendrás.
Camino diez pasos y ya estoy en la cama otra vez. Miro el techo, tiene muchas placas blancas unidas con filos de metal, parece de hospital. Aquí, hay paredes blancas, cortinas naranjas, un velador, escritorio con su silla, también un armario prácticamente de adorno, porque no entrarían ni diez prendas colgadas, y por supuesto, el pequeño baño. Hace frío, el aire acondicionado marca 16 grados y no encuentro la forma de ponerlo más caliente. Te escribo un mensaje, pese a que siento que no vendrás. Usualmente no faltas a las citas sexuales, pero esta vez, te adelanté que tenía que hablar. Error. Tú no eres para hablar. Mensaje enviado, dice mi celular.
Cierro los ojos y trato de recordar el olor del mar, escuchar su sonido. Necesito calmarme, en este silencio, el sonido de mis latidos me está enloqueciendo. No creo en casualidades, de repente es mejor que no vengas, que no sepas. Sólo desaparecer. Huir. Correr. Esfumarme. Me consta que nunca notas mi ausencia. Si dejo de escribirte una semana o un mes, no lo descubres hasta que reclamo la desaparición. Vienen las excusas, aludes falta de tiempo, pides unas horas de sexo, yo cedo, y todo vuelve a empezar. Silencio, reclamos, sexo, círculo vicioso de caos y destrucción. Veo el teléfono: mensaje recibido.
Y sigo aquí, esperando. Irónicamente, en estos lugares, el único material de lectura, es una biblia, pero he perdido la fe. Ya son las dos de la tarde. Nunca has tardado tanto. Reviso el teléfono, hay un aviso: escribiendo. La angustia empieza, mientras imagino qué dirás.
-Si hay drama, no voy.
Lo leo y siento que corre un frío paralizador en mi espalda, mientras mi cara se empieza a calentar. Las palabras salen del teléfono y bailan a mi alrededor, todo se torna oscuro. "Drama".. si hay drama... "no voy"... no vendrás.
-Tranquilo, te voy a dejar algo en la habitación. Otro día será.
Me levanto con una extraña paz. Ya no hay nada que hablar. Nada que hacer. El destino está claro. Acomodo mi vestido mientras me calzo, cepillo mi pelo, y pinto mis labios. Antes de irme, tomo mi cartera, dejo el celular en la basura, y la prueba de embarazo sobre la cama.