Todo sigue oliendo a ella.
Las cosas están en el mismo lugar, a veces reviso algún cajón, aunque conozco de memoria su contenido. Me gusta abrir sus libros y repasar las frases que subrayó, trato de pensar qué fue lo que sintió al leerlo. La imagino llorando o riendo a carcajadas dependiendo del libro. Ella era así, una explosión de emociones y luego silencio. Nunca supe realmente qué sentía, quería o si me quería.
Quisiera alguna vez encontrar algo, una pista que me haga más fácil sobrellevar su ausencia. Repaso nuestras discusiones, diálogos y trato de recordar esos pequeños momentos cuando lograba olvidarse de que hablaba conmigo y era ella. Ella como la conocían todos, alegre, divertida, llena de ganas de vivir y morir por amor, si fuera necesario.
Yo vivía con otra, con su contraparte, la que nunca tenía ánimo de nada, que se sumergía en laberintos de letras, música y era feliz sin mí. A veces era una pared; fría, distante y dura. Hoy, la extraño tanto que quisiera tenerla otra vez, aunque sólo sea para verla perdida en su mundo, pero cerca.
Desde que no está, duermo de su lado de la cama, su olor me arrulla hasta conciliar el sueño. El departamento que siempre nos quedó corto, ahora es tan grande que a veces siento frío, imagino que al desparecer la tensión que nos ahogaba, el ambiente se hizo demasiado grande para mi soledad.
Por las mañanas y al caer la tarde, me siento frente a la ventana para ver el río como ella solía hacer. Trato de encontrar lo que ella buscaba, mirar lo que ella miraba y tratar de entender por qué decidió irse.
- Los "final feliz" no existen ¿sabes? Si eres feliz, no hay final y si este llega, uno de los dos, dejó de ser feliz.
Me repito ese análisis suyo que nunca acepté, pero que ahora es mi realidad. A veces escucho la puerta y sigo pensando que puede ser ella. Mi cabeza tiene claro que eso no pasará, sin embargo, todavía la espero.
Ni una nota, nada. Simplemente decidió saltar desde el balcón para encontrar su final y ser feliz.