Al caminar, mis pies
toman vida propia y se enfilan hasta el malecón. Busco el banco que está justo
en la punta saliente, pero me apoyo en la baranda, desde allí tengo de ambos
lados al río Guayas que temerario me reta a olvidar y aceptar el pasado. Sin
embargo, al estar aquí, sólo puedo recordar cuando caminaba tomada de la mano
de Julio, veníamos siempre aquí para huir del tiempo y del ruido. Todo se
detenía, sólo había sonrisas y besos.
Saco un cigarrillo de
mi cartera, lo protejo del viento con mis manos mientras lo enciendo y aspiro
la primera bocanada profunda, retengo el humo dentro de mi cuerpo un rato y
luego lo exhalo lentamente. Mientras el humo se mezcla con el viento, abro mis
brazos para que la brisa me abrace por completo; ella despeina mi cabello,
mueve la blusa recordándome viejas caricias, así que bajo los brazos
bruscamente y me quedo un rato mirando el agua café, llena de lechugines,
moviéndose violentamente.
-¡Maldita
ciudad! Maldita ciudad que atrapó su olor y me obliga a respirarlo cada
segundo. Maldita ciudad que tiene su cara en cada esquina, escultura, monumento
y momento, muchos momentos que no volverán.
Grito, pero nadie
puede ayudarme, ya es tarde. Se terminó el tiempo, ya no quiero vivir sola. Me
descalzo, subo a la baranda y estando ahí guardando el equilibrio, veo el río
agitado a mis pies. El río me desea, está ansioso por tenerme, y yo, no
tengo nada que pueda perder.
- ¡Hey
Señorita, oiga, no puede estar ahí!
Caigo tan lentamente
que siento que es eterna la distancia entre vida y muerte, pero algo sale mal,
tropiezo sobre un banco de arena ligeramente cubierto por el agua. Pienso que
de repente Dios me está dando una segunda oportunidad y me veo así, parada
sobre las aguas, siento la corriente a la altura del tobillo y empiezo lentamente
a girar sobre este espacio que detiene mi destino.
Disfruto el viento
golpeando mi cara y veo gente amontonándose en el malecón, lucen desesperados; agitan sus manos, gritan frases y decido darles la espalda. Empiezo a andar, esto no es una
segunda oportunidad –me repito- esto es un empujón para tomar impulso, apuro el paso
hasta sentir que he llegado al fin de esta porción de tierra, y empiezo a
hundirme sin retorno, envuelta en la corriente que me aleja del ahora y me
lleva al pasado con Julio.
- ¡Águila
uno, llamando refuerzos, tengo un tres cuatro! Malditos suicidas de malecón,
tenía que ser lunes.